La universidad como un hervidero de conocimiento, como un catalizador de sensaciones, en los pasillos, en las aulas, los recuerdos aún latentes, los profesores, los amigos, las amantes, la cafetería y las noches en vela estudiando, la universidad como ascensor social y democracia, el periódico en una mano, junto a la carpeta, en un autobús llegando al campus. Recuerdo ahora.
Tras haberlas visto de todos los colores, tras haber visto la corrupción en distintos estamentos, manchando las manos de empresarios, políticos, deportistas, periodistas, líderes sindicales, la lista es larga, ¿verdad?, tras haber visto el rostro de la corrupción en todas sus dimensiones, frente a espejos cóncavos y convexos, sólo nos quedaba por ver cómo la universidad se hunde también en el fango de la bajeza moral. Ya no se trata de Cifuentes o del Máster, que también, del Rector o de la Universidad Rey Juan Carlos, que también, sino que se trata de nosotros. La universidad es el espacio de mayor promoción social. Las familias saben muy bien cuánto cuesta un máster. El daño infligido a la institución es imponderable.
Leo los titulares de hace unas horas: Universidad, a examen, La Vanguardia; La universidad, en entredicho, La Razón; Pus en la universidad española, El Confidencial; La Rey Juan Carlos suspende de funciones al director del máster de Cifuentes, El País. La lista es interminable. El motor de búsqueda de Google no descansa en su rastreo de basura. Titulares como misiles balísticos que sobrevuelan nuestra sociedad para caer en los campus universitarios.
La universidad es el ojo de la sociedad, replicando hasta el infinito lo que tiene que ser para que sigamos vivos, el conocimiento que pasa de unos a otros, generación tras generación hasta esta madrugada de sábado de abril en la que escribo, generando espacios de reflexión, de crítica, haciendo mejores individuos, que hacen mejores sociedades, que hacen mejores generaciones, una actitud, una forma de ser, una forma de vida…
Cinco años de carrera y varios de doctorando, el profesor Velasco, Coca, Vestringe, Alonso, los compañeros, amigos con los que crecí, todos ellos, David, Patricia, Antonio, Sonia, Cristina, Manuel, Chema, Moñino y todos los demás que no caben en esta escritura automática y desvelada, tantas historias, tantos libros, tantos artículos escritos y olvidados, programas de radio y prácticas en televisión, el tipómetro y las primeras conexiones a internet, conocer a mi mujer y comenzar este relato que me ha traído hasta aquí. Todo eso, y más, pasó en la universidad, la misma universidad que ahora atacan con sus manos sucias y su desprecio.
Que pase lo que tenga que pasar, que se haga justicia, que se depuren todas y cada una de las responsabilidades, que se tire de la manta hasta el final. Si tiene que ser, y parece que será, ya veremos, que caiga Cifuentes y el resto de la pandilla de falsificadores, que se hagan analíticas de todos los currículos de todos los representantes públicos, que se haga lo que se tenga que hacer…, pero, por favor, les rogamos que dejen ya en paz a la universidad. Es una cuestión de educación. Nos va la vida en ello.
En esencia se trataba de conocer más, de volar por encima de la miseria, escapar, saber más, y más, y más, y no más que los demás, más que nosotros mismos, ser exigentes, críticos, empáticos, serios, excelentes, aprovechar la oportunidad de trabajar para ser mejores, conseguir sueños que nuestros padres pagaron con mucho esfuerzo, se lo puedo asegurar, repito, con mucho esfuerzo… En esencia, se trataba de vivir a tope, de vivir, se trataba, se trata ahora de la U-NI-VER-SI-DAD, y no debemos consentir que nada ni nadie lo estropee.