Manuel Alcántara paseando por el Paseo de Prado o en el Rastro, esperando el autobús, pensando en su siguiente artículo, allí, ciudad de entonces, entrando en el Café Lisboa o en el Lardhy, o cruzando la Plaza Santa Ana mientras un amigo le susurra que acaba de ganar el Mariano de Cavia.
Manuel Alcántara acaba de cumplir 90 años. El maestro, al que todos admiramos y miramos de reojo con una mueca de pregunta y aceptación cuando vamos a terminar una columna -esta columna-, sigue en plena forma, en el ring de la actualidad, elevando con su retranca la paleta del periodismo herido, con humor y humanismo, con tanto sentido común, con tanta emoción y sencillez.
Manuel Alcántara esculpiendo un verso, dando los últimos golpes al mármol de la palabra, pensando en la siguiente tertulia, los jueves, pensando en Málaga al vaivén del vendaval y el rebalaje: “A la sombra de una barca/ me quiero tumbar un día,/ echarme todo a la espalda/ y soñar con la alegría”.
No he conocido aún a Manuel Alcántara, ni he tenido la suerte de entrevistarle. Mis amigos y colegas de profesión me hablan de él, me cuentan sus anécdotas, sus encuentros con el maestro y se enorgullecen. De pequeño, recuerdo escucharle en la radio, en la Cope y en RNE, y quedarme hechizado de su pluma. Leerle en mi época de universitario cuando compraba el periódico todos los días y fumaba Winston. Ahora paseo por su calle en Rincón de la Victoria, su pueblo, mi pueblo, entro en su biblioteca, le reconozco en la contra del Diario SUR, le sigo, le persigo…, pero nunca le alcanzo.
Tres minutos, 180 segundos, lo que dura un asalto, un KO técnico y un artículo de treinta y tres renglones, 350 palabras, de sesenta espacios, aquí, ahora, en una contra, por donde empezamos el periódico, Manuel Alcántara, como un evangelio apócrifo en el que el primer mandamiento es “no aburrir ni a Dios sobre todas las cosas”.
Manuel Porras Alcántara, firmando con su segundo apellido, tomando un Dry Martini, poeta, escritor, periodista, decano, de Paula, de La Victoria, de la Guerra Civil, de Málaga y de Madrid, de nuestra memoria, Mariano de Cavia, González Ruano, Javier Bueno y Medalla de Andalucía.
Manuel Alcántara apuntando alto: “si se mira bien, todos los triunfos, en deporte, en política o en amor, consisten en llegar a tiempo”; “cuando llegue mi hora, que me encuentre vivo”; “el mundo tiene que cambiar, porque los que somos los poetas, no vamos a cambiar nunca”; “la poesía, no sabemos para que sirve pero es imprescindible”.
Manuel Alcántara en la Vuelta o en el Giro, poniéndose un batín de Pepe Legrá, Campeón del Mundo en Peso Pluma sobre un barquito de papel, o haciendo una sobremesa extensa con Jorge Luis Borges o Paco Umbral, o riendo a carcajadas en la terraza del Hotel Rinconsol con Gloria Fuertes.
Manuel Alcántara, maestro, que necesitamos faros, luz y palabras, gracias por tanto y que sepas que te sigo, que te persigo…, pero nunca te alcanzo ni creo que lo consigo jamás .
Manuel Alcántara, en la voz de Maite Martín y ya y silencio y nada más. Así sea.
Gran artículo, lleno de respeto, reconocimiento, admiración… Homenaje que perfila la sencilla complejidad de Don Manuel.