Historias íntimas, abisales, que se repiten, que se reescriben, que desaparecen, universales, en progreso, a 267 km/h, historias musicales, ya cerca de Málaga, historias engrilletadas en un vagón pero que no se tocan ni se cruzan, siquiera se imaginan, se escuchan, se escriben para un post como éste y luego, ya, en un rato, desaparecen, se diluyen en el olvido.
Sabina comprando El País en un quiosco de provincias; Sabina cantando historias y echándose unos sorbitos de tequila; Sabina, con el calzador, metiendo palabras exactas en canciones imperfectas; Sabina desafinando como los buenos cantantes.
Diego Guerrero viene a la tele. Diego es cantante, arreglista y productor. Diego está nominado a los Grammy´s Latino. Cuando le entrevisto está a punto de volar hacia Los Ángeles. Escucho su disco, mientras preparo la entrevista y caigo en shock. Es un nuevo flamenco, mezclado con géneros tan complejos como la timba, el jazz o la rumba afrocubana. Elegante, Diego Guerrero, trasciende a su género y sostengo que su nombre será reconocido, dentro de poco, mundialmente.
Spotify, esa discoteca de Alejandría extraordinaria, me regaló azarosamente Islamabab, lo último de Los Planetas. Durante semanas, lo escucho sin cesar, de forma obsesiva, como un yonqui, como un loco… Lo escucho en el AVE, en la cama, cuando corro por los paseos marítimos, lo escucho en silencio como una oración. Islamab me parece una joya. Mi amiga Teresa Lanero escribe en Facebok que le “parece una pequeña maravilla”, y que “a lo mejor es porque no suena a Los Planetas, quién sabe”. Yo me pregunto si el disco no es como una gran burbuja, como la inmobiliaria quizás, y si le ha llegado el momento de estallarnos en las manos.
No busquen algo parecido en el panorama musical. Nada es convencional en ellos. Tampoco nada les es ajeno. Ni sus armonías, ni la voz de Carlos Moratalla, ni sus improvisaciones, ni su forma de afrontar el negocio (¿negocio?) de la música. ¿Un juego? Sí, les gusta jugar y, en ocasiones, juegan y ganan. Lo esgrimen en una de sus canciones: “aún quedamos rojos vivos con ganas de jugar”, del tema 1931. Son J.J. Sprondel, son de La Cala, malagueños y no deberían perdérselos.
Un resumen, una idea, una parada solicitada para Ismael Serrano: no se trata de un recopilatorio convencional sino de una multiplicación, actualizando sus mejores canciones (Papá, cuéntame otra vez, Vértigo, Pequeña criatura…), temas inéditos (Ven, Agua y aceite, Busco una canción…) y maravillosas versiones (Ojalá de Silvio, Las cuatro y diez de Aute, Y sin embargo, de Joaquín Sabina, esta última por encima de la media…)
Sabina contando una anécdota de Krahe y riendo sin compasión; Sabina en los toros, de gira, en el hall de un hotel, en la Joy…; Sabina cerrando la puerta de una habitación alquilada para soñar; Sabina volviendo a sonar en todas las radios de Iberoamérica; Sabina de fiesta en la cocina y de baile sin orquesta.
La idea ya la expuso en breve Igor Stravinsky: “cuánto más me limito más me libero”. Un ejercicio naif, una tensión austera, una expresión minimalista en eterno movimiento. “Salvavidas de Hielo” vuelve a la idea repetida de la obra de Drexler: el movimiento, el moro, el judío, el cristiano, el emigrante, México DF, Montevideo, Madrid, glaciares, desiertos, supervivientes… Estamos vivos porque estamos en movimiento. El faro, el mensaje.
Exquirla, Bunbury, Kendrid Lamar, el trap, Lorde, Rosalía, Radiohead, San Smith, Bejo, lo último de Coque Malla, Pablo López, Vetusta Morla, Bjork, Sia, Gorilaz, Lagartija Nick… Historias musicales que escuchar, sobre las que escribir.