Benditas las rutinas, los detalles cotidianos, el mensaje de WhatsApp y el primer café… Vivan los qué tales, las gracias, las vueltas en la cama, la sutil espontaneidad de un beso y el último verano. Hay algo en las cosas normales que las hace sublimes, únicas y memorables. Soy un gran defensor de la bendita rutina y de Jorge Drexler.
Jorge Drexler ha publicado su último trabajo de estudio, titulado “Salvavidas de Hielo”, un puñado de música con once canciones nómadas y cotidianas. Un disco de aparente sencillez, como casi todo lo que hace Drexler, pero de una profundidad abisal y revisable. Desde el concepto de la guitarra, como un reto, a la idea del eterno movimiento: “somos una especie en viaje, no tenemos pertenencias sino equipaje”.
Una pareja que se encuentra, un teléfono que comienza a sonar, el olor del césped recién cortado… Cosas normales. Jorge Drexler no se conforma jamás. Desde un posicionamiento discreto, siempre está buscando, asaltando el Word en blanco, la partitura, la oquedad, registrando el sonido de una ambulancia que pasa por delante de un teatro para su próxima obra, apostando, escalando el nuevo desafío…
Por ejemplo, en este disco, Jorge Drexler se impuso un reto. En el anterior trabajo, se trataba de romper dictaduras con baile y ritmo. Ahora, la idea es que todo gire alrededor de la guitarra, como un multi-instrumento o como una antena. Curiosidad o capricho, cicatriz o marca de nacimiento, ¿quién sabe, en el caso de los descubridores aventureros? Sólo suena la guitarra. Eso es todo. Detenerse en un punto y entrar hasta el fondo. “Yo quería probar otro paradigma que es como un submarino”, afirma el uruguayo.
La idea ya la expuso en breve Igor Stravinsky: “cuánto más me limito más me libero”. Un ejercicio naif, una tensión austera, una expresión minimalista en eterno movimiento. “Salvavidas de Hielo” vuelve a la idea repetida de la obra de Drexler: el movimiento, el moro, el judío, el cristiano, el emigrante, México DF, Montevideo, Madrid, glaciares, desiertos, supervivientes… Estamos vivos porque estamos en movimiento. El faro, el mensaje.
Descubrí a Jorge Drexler, aunque ya le había escuchado antes, pero descubrirlo de verdad con “12 segundos de oscuridad”. Creo que su quinto disco y tras el Óscar de Hollywood por “Al otro lado del río”, de la película “Diarios de motocicleta”. Me fascinó la idea de detenerse no en la luz del faro, sino en el intervalo de oscuridad. En esos 12 segundos, entre haces de luz, la clave, el secreto… A partir de ahí, le sigo.
Y, sabéis, ¿una de las cosas que más me gustan de Jorge Drexler?: es esa extraña capacidad de hacer cosas, que son muy complejas, y hacerlas muy fáciles. Desde la milonga al beat, Drexler se abre a todas las posibilidades melódicas con asertiva simplicidad, jugando, bailando, tarareando, susurrándonos a veces, hasta llevarnos a espacios matemáticos, bíblicos, siempre comprometidos. Hacer fácil lo difícil, ¡qué difícil!
Y luego está todo lo demás, telefonía y silencio, Sabina disfrazado de Martínez, mandatos y glaciares… Un trabajo, como siempre en Drexler, poliédrico y femenino -tres deliciosas colaboraciones de tres grandes mujeres: Mon Laferte, Natalia Lafourcade y Julieta Venegas-; un disco crepuscular de ranchera, milonga y manifiesto; un trabajo redondo lleno de loops y percusiones sobre una guitarra; un nuevo espacio abierto, de una sencillez muy compleja, en el que encontrarse con la experimentación del ritmo y la melodía, el movimiento y el mensaje bien clarito sobre grandes canciones. Más que un disco una experiencia.