Es momento de irse discretamente. Llega el verano, soltamos amarras, levamos anclas, vaciamos la mochila. Es la cigarra cantando sola en medio de la estepa nevada de Facebook y una clase de buceo en La Herradura. Permítanme que me despida, por un tiempo, es necesario.
Un año entero con todo su pesado equipaje de proyectos, ideas, palabras, abrazos, ganas, tele, despertares, despertadores, ventanas, programas, ediciones, canciones, causas perdidas, resilencia, ciencia, demencia y, por las noches, morfina de humo y bitter gin con charla para curar los lamentos. Es hora de pasar página.
Es el instante de dejar de escribir, tirar la toalla, desaparecer, desconectarse, irse a Tarifa, a Tagle, a la Playa de los Muertos, a Chamberí, puente aéreo, AVE, olvidarse de uno mismo, y meditar, dejarse de redes y tonterías y volver al origen.
Son más de dos años largos escribiendo, todas las semanas, religiosamente, esta columna. Más de 186 post, que son casi 620.000 palabras, ya está bien, esculpidas e imperfectas. Necesito parar, no sé cuánto tiempo, una semana, un mes, un año, para (r) siempre… No lo sé pero sé que es tiempo de parar.
Estar aquí, ahora, solo, terminando esta columna, quizás la última columna de Control C+ControlV, y pensar como Charles Bowden cuando dijo que “el verano siempre es mejor de lo que podría ser” y revisar algunos párrafos anteriores y no tocar nada por miedo a que se caiga.
Con todo es curioso. Aunque quiera detenerme, aunque sea una necesidad forzosa y biológica, hay algo que me atrapa aquí. Supongo que es la rutina, no saber parar, solo correr, la adicción a hacer cosas, a pensar y repensar lo pensado, a disparar a todo lo que se mueve… No saber lo que es estarse quieto, en definitiva. Es cierto, me cuesta dejar estas líneas muertas e ir a otro relato.
Cerrado por reforma, por baja paternal, días de asuntos propios, años sabáticos y playas del sur que miran a África. Viene bien tomarse un respiro, entiendo, y empezar otra vez, mañana, con el arma cargada de futuro y nuevas empresas. Hace años que no hago algo así y me siento raro, enfermo, en forma, eterno.
Adrenalina, serotonina, dopamina y siestas. Un libro de Roberto Bolaños, un café y un batido de frutas… La puesta de sol, las noches eternas, una larga barba que pienso, todos los días, en arrancar –las niñas dicen que me envejece demasiado- y un podcast de Ramiro Calle. No pienso en mucho más… Verano.