Antes, al principio, aquel dolor, primero como un hilo de humo negro serpenteando por algún lugar en el interior del cráneo y justo después, de inmediato, un dolor brutal. No sé cómo debe ser un disparo o un martillazo en la cabeza pero aquello debía parecerse. Volvía del trabajo. Estaba cansada. Aparcando sentí la primera punzada. Me puse muy mala.
Al cerrar la puerta de casa, sentía que me moría. Dejé las llaves y me descompuse. El dolor en la nuca se derramó como una niebla espesa que lamía cada rincón de mi cuerpo y salía a través de los poros de mi piel y se perdía por el salón, las habitaciones, la cocina, huyendo por las ventanas y tapando la luz de toda la ciudad… Un eclipse. Tomé las pastillas para las migrañas y quise descansar.
Un dolor repentino, inédito, excesivo… Era extraño. Parecía que todo iba a explotar. No sólo no remitía sino que aquella especie de tortura se acentuaba por instantes. Me preocupé. Una alarma silenciosa se disparó susurrándome que aquello era grave. No era el típico dolor de cabeza que me acechaba al acabar un día de trabajo duro y que me obligaba a encerrarme a solas, a oscuras, en el cuarto y que después desaparecía. Los niños no habían llegado de las extraescolares. Era martes. Tenían judo e inglés.
¿Y si aquello era otra cosa? ¿Y si moría sola, allí, tumbada? Lo juro que lo pensé. ¿Y si los niños y Chema llegaban y me encontraban dolorida e inerme? ¿Y si aquello era el final? Nadie te explica cómo es ese momento. Nadie sabe nada de la muerte. La rigidez en el cuello, los ojos saliendo de su espacio, los vómitos… Era incapaz de llamar a nadie. Estaba paralizada, no por el miedo, sino por el dolor.
Abrí, levemente, los ojos. Me vi reflejada en la tele apagada. La imagen de una mujer indefensa, de rostro paralizado, asustada… El spot publicitario de uno mismo que no anuncia nada. En vez de pensamiento, tenía un ruido y una pasta muy triste en la cabeza y un dolor irrevocable. Cerré los ojos y esperé a que pasara lo que tenía que pasar.
Me veía desde fuera como el que ve una película. Pensaba en los niños y en Chema. Me agarraba a ellos. Sincronizaba mis constantes al ritmo de esa película. En un instante determinado, no puedo decir cuando, sin darme cuenta, me dejó de importar lo que pasaba dentro de la peli y también fuera. No era capaz de discernir si lo que ocurría era realidad o si estaba dentro de la película. De alguna manera, la película transcurría en todas partes. Aguanté varias horas, allí, sola, en medio de la tormenta.
El diagnóstico fue transparente: accidente vascular en forma de ictus.
(Este es el relato que aporté a «Demos la Vuelta al Ictus», un libro gestionado por mi querida Rocío Calderón, ilustrado por Idígoras, que junta otros relatos de otros: actorescomo Juanma Lara, Eduardo Velasco, Ángel Garó, Falete, Carlos Olalla, José Manuel Seda, deportistas como Catanha, Xavi Torres, otros escritores, Antonio F. Ortiz, Enrique Díaz, compañeros como Adriana escalona, Marisa del Prado, Eduardo Bandera…, y así varias decenas. El libro cuesta 10 € y todo lo recaudado irá destinado a la Asociación Mercader contra el Ictus Cerebral).