La Euro y el 26-J: uno gana, los demás perdemos

16 Jun
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Cuando uno gana todos los demás pierden. Es una norma. Quedar segundo es perder. Casi siempre, todos perdemos. Las competiciones se han diseñado para que sólo quede uno. Recordamos al ganador. Los demás siempre son (somos) pasado, olvido, casi nada. (Yo, antes que competir, prefiero compartir pero eso es otra historia, y no viene al caso. Al lío).

Estamos viviendo dos competiciones de alto nivel mediático: las elecciones del 26-J y la Eurocopa de Francia. Política y fútbol como paralelos de una misma circunferencia, un juego de espejos cóncavos y convexos, imperfectos desde luego. Construimos la atmósfera, el contexto, el marco dicen ahora, la ilusión y nos dejamos llevar por la expectación. Nadie va al estadio pensando que nuestro equipo perderá, tampoco ocurre en la política.

El nivel de expectativas. Una expectativa es lo que se considera más probable que suceda. Creemos que España ganará la tercera Eurocopa consecutiva. Ninguna selección nacional lo ha conseguido. Nos venimos arriba, viendo jugar a Iniesta. Saltamos, gritamos “goooooolll…” y nos abrazamos con el cabezazo de Piqué. Una expectativa es una suposición centrada en el futuro. Puede o no ser realista. Es ahí donde entra nuestra capacidad de generar ilusiones.

A Pedro Sánchez se le ve apagado. Las encuestas no le sitúan ni de lejos dónde a él le gustaría estar (en Moncloa). Otros, como Pablo Iglesias, se encuentran efervescentes -y moderados, paradójicamente- en sus discursos. Rajoy sigue en zona templada y, lo mejor, le funciona. Rivera parece crecer pero nunca se sabe si es sólo una ilusión óptica. Con el fútbol pasa igual. Cada uno lleva sus historiales y sus miserias a cuestas. Es difícil deshacerse de lo que en realidad somos.

Datos: en las últimas elecciones generales votó un 73,2% del censo. La prórroga de la final del Mundial de Sudáfrica, que enfrentó a España contra Holanda, sumó un 85,9% de cuota de pantalla. Más de 15 millones de espectadores. Otro dato: una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) afirma que el fútbol interesa al 48% de los españoles. No nos equivocamos si decimos que política y fútbol interesan, y mucho.

Uno gana, los demás pierden. Casi siempre, todos perdemos. Hay que saber gestionar la frustración. En el fútbol, la derrota se gestiona con una norma imperiosa: “destituyan al entrenador”, grita un presidente bizarro desde su despacho y la vida sigue. En política, todos aparentan que ganan pero también hay que saber gestionar la derrota. No sólo hay que saber perder, hay que aparentar que se ha perdido. Tras el balcón puede venir un salto al vacío. En política antes de cargarse al candidato hay que ponerse a construir otro escenario.

Otro paralelismo: mientras que la política es una herramienta para conciliar conflictos verdaderos, el fútbol consiste precisamente en crear conflictos falsos y mantenerlos por siempre. Por eso la política importa y debe tomarse en serio, mientras que el fútbol es intrascendente y debe tomarse más en serio aún. Vázquez Montalbán decía, al respecto del fútbol, que “por algún sitio debía salir la mala hostia”. Así le daba el valor real que tiene este deporte que, en verdad, es la vida. En fin, preferimos un Campeonato Mundial a una Guerra Mundial. El fútbol es política ficción y parte de nuestra infancia.

Al final, todo da igual y este post es una excusa, otra excusa, para pasar la semana. Como escribió Andrés Neuman: “el fútbol me enseñó que, si uno corre, es preferible hacerlo hacia delante, que no conviene pelear solo, que a la belleza siempre le dan patadas”. Pues eso, cambien fútbol y pongan política (la vida). Da igual, siempre da igual.

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