Mi próxima novela inconclusa

9 Jun
Paisaje cántabro, campurriano exactamente.
Paisaje cántabro, campurriano exactamente.

Hace años, al poco de llegar a Málaga, comencé una novela. Se trataba de la historia de un chico adolescente que se topaba por primera vez con la muerte. El adolescente era mi padre. Yo inventaba una historia a partir de los recuerdos de mi padre y de mis propias fantasías. Escribí cerca de 200 folios. Luego metí la novela, inconclusa, en una caja de cartón que no he vuelto a abrir.

Siempre he tenido la seguridad de retomar aquella historia. Lo haré, estoy seguro. Una historia mutante, un viaje iniciático a través de la realidad de posguerra y de la mitología cántabra, una isla sin agua alrededor. Cuando escribo siempre lo hago a través de un mapa. Un mapa, bien debo decir, fragmentado sobre un eje discontinuo. Nada es del todo lineal. Siempre es todo como más circular, como un bucle, una especie de metabúsqueda.

Paco, el protagonista de mi novela inconclusa, mi padre adolescente, es un personaje máscara. Viaja desde su habitación, a través de un ruido de campanas, por agujeros y rendijas de libros, en su bicicleta, hasta un pantano en el que encuentra un cadáver.

No me gustan las novelas con moralina ni moraleja. Prefiero los finales abiertos, las historias discontinuas, las obras que juegan contigo y en las que tú, lector y/ o autor, también puedes jugar. Como escribió Demócrito: “el mundo sólo es cambio; la vida no es más que opinión”.

Prefiero jugar. Me gusta el riesgo. En aquella obra, esa de la que hablo y que algún día acabaré, los personajes son reales, pero también son sombras. Se mezcla la realidad con la ficción que es la ecuación más realista y plausible. Pregunta: la oveja Dolly, ¿es real o simulada?

Una novela radical, radical en el sentido estricto, e imperfecta. Soy un yonqui de lo imperfecto. Una novela radical con virtudes y defectos, provocadora, cuya lectura sea un placer, algo parecido a surfear mayestáticamente entre olas de humo, y estética. Una obra que sirva para discutir, como una exigencia tatuada en su tuétano.

Será un trabajo construido por elevación y asfixia, del lector y del autor, pero una asfixia generosa, expansiva y dulce, olor a napalm por la mañana; la infancia camino de la adolescencia, la guerra hormonal, añadiendo experiencias, sensaciones, enseñanza, derrotas; el combate a muerte de la larva contra su cáscara para dejar salir el insecto adulto. O sea, una metáfora biológica, digo, qué sé yo, en verdad.

En mi próxima novela inconclusa el protagonista, que es mi padre y, en cierta manera, soy yo, se va trasladando desde un espacio mágico, el paraíso de la infancia, lugar que nunca abandonará del todo, para llegar hasta la República de los Libros, de la que no podrá salir jamás. Paco conoce la muerte, se encuentra con el cadáver de un chico de su edad, que luego sabrá que es un buen amigo suyo, sintiéndose como si le hubiesen roto las cuerdas que le ataban con la realidad.

En fin, un viaje sin retorno, quizá una caída, metaliteratura: un narrador, una historia, que es la novela, y una digresión ensayística, una niebla que lame una montaña, espero que no resulte pedante ni vacía. O sea, dos libros en uno, la vida en la literatura y la literatura como vida, una macrofantasía, sin modestia, un homenaje a mi padre, a Paco, a su memoria que se va, a papá …, al que volveré a ver mañana.

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