Uno piensa que lo ha visto todo hasta que ve perder a su equipo por segunda vez, en tan solo dos años, la final de la Champions. No, en serio, uno ya imaginaba que podía ocurrir. Incluso, de alguna manera, lo sabía. Los que me conocen, los que me preguntaron, lo saben.
Uno también piensa que podrá jugarse la final que jamás se jugó y que pasarán esas cosas que sueñas, y que todo será de una manera distinta, de una manera bella, poética, donde la justicia universal exista y haga que tu equipo gane lo que por derecho se merece.
Sin embargo, uno vuelve a transitar por la derrota, como ya lo hizo antes, pero más fuerte y sereno. Ves como entra el último penalti y ves que ya has estado allí. Te ves en ese mismo sitio pero ya sabes esquivar los golpes y todo duele menos. También es cierto, que aunque hayas crecido y seas más fuerte, ves sufrir a tus hijas, igual que hiciste tú, y eso es distinto.
En fin, que acabó el partido y volvimos todos a la casilla de salida. Todos, incluso los que no son atléticos, se dieron cuenta de que eran del equipo perdedor. Acabamos el último gin tonic, nos abrazamos, comentamos lo injusto y lo gratuito, y nos retiramos a dormir.
Es entonces cuando me recuerdo siendo un niño en el Calderón, cuando me veo siendo un joven con mi hermano en el Fondo Sur, cuando empiezo a ir al fútbol con mi chica y, después, hace poco, con mi hija… Recuerdo esas imágenes como flashes de una peli muda. Soy incapaz de ponerle palabras, ni música. Todos los recuerdos están callados. Es una sensación muy extraña, como si estuviera sordo, como si la memoria hubiera perdido sus sonidos. Es entonces, cuando el partido ha terminado, y has acabado tu copa, y has hablado lo que tenías que hablar con los amigos y la familia, y te vas a la cama, y te das cuenta de que todo está en silencio y, por lo tanto, ha perdido su sentido; es entonces, digo, cuando ocurren cosas mágicas y hermosas que hacen que valga la pena lo ocurrido.
Justo antes de dormir, suelo leer un rato. Me giro, veo los libros que tengo en la mesilla. Elijo al azar, de forma automática, sin pensarlo. Elijo “Tiempo Inseguro”, de Ángel González, tal vez la obra completa y de mayor calado sobre el mundo poético de González; un libro que me regaló, por cierto, mi querido amigo Manuel Azuaga, el Maestro Azuaga, y que reviso de vez en cuando como un sirope, que endulza y cura.
El caso es que abro el libro al azar, de forma automática y sin pensarlo, y me topo con este poema, y entiendo el partido, la derrota de mi equipo, la vida… Y es entonces cuando todo tiene sentido y los recuerdos vuelven a tener sus voces, sus sonidos, su música, y sonrío levemente, sin nostalgia, y pienso: “nada grave”:
caída
Y me vuelvo a caer desde mí mismo
al vacío,
a la nada.
¡Qué pirueta!
¿Desciendo o vuelo?
No lo sé.
Recibo
El golpe de rigor, y mee toco para ver si hubo un gran daño,
Mas no me encuentro.
Mi cuerpo, ¿dónde está?
Me duele sólo el alma.
Nada grave.