Durante años, Bunbury fue amado y odiado a partes iguales. Toda su identidad espesa, oscura, estupenda,intensa, poética, se volvía en su contra. Para unos, era un fantoche de pose y muy señor mío. Para otros, un semi-dios icónico, una rock n´roll star ibérica, una referencia. Las cosas han cambiado.
Hace poco en un bar de la costa, un tipo me contó que había estado a punto de morir. Le dispararon en una trifulca en el Barrio Chino de Barcelona. “En ese momento, un tremendo rugido invadió mi cabeza, parecía que me hubieran sumergido en el agua, y que mi cuerpo fuera arrancado del espacio que ocupaba para explotar en un negro vacío sin fin… Entonces, sonó Lady Blue, de Bunbury, en mi cabeza y algo, no sé el qué, me conectó de nuevo con la vida”. Así me lo contó. Lo juro.
Bunbury es un maldito mutante. Su carrera es el viaje a ninguna parte, del que desprecia el destino. La única razón es hacer una buena canción. No es pequeña empresa, es la solución. Una larga carrera, lo suficientemente larga como para que de todo empiece a hacer ya mucho tiempo, y todos los giros posibles e imposibles, han conseguido una unanimidad extraña. La crítica se ha amansado frente al artista equilibrista y errante. Por fin, se le ha colocado en su justo sitio.
Para llegar hasta aquí, han tenido que suceder, de manera espontánea y súbita, variaciones relevantes que han provocado que, sin prejuicios, transitase por el rock, la electrónica, la canción mediterránea, iberoamericana, el blues, el cabaret… Es el Libro de la Mutaciones, su último trabajo, el que cierra la cuadratura del círculo, el más difícil todavía, lo que nadie consiguió.
Conocí a Bunbury en Logroño, en el Día de Año Nuevo de 2001, en el Actual. En aquella época, trabajaba en una radio de Madrid, haciendo un morning-show como el de ahora, y le pedimos una entrevista. Fuimos hasta aquella ciudad, con un frío atroz, y en el coche sonando Pequeño. Aquellas canciones mediterráneas, sencillas, nada ampulosas como las anteriores, desnudas, brillantes… Fue el primer reinicio desde el precipicio, una de sus primeras mutaciones.
El Libro de las Mutaciones es un trabajo cuidado, elegante, un directo para la MTV, con una banda brutal (ahí no hay discusiones), que recorre ese viaje eternamente iniciático por la carrera del artista. Suenan canciones de Héroes del Silencio, pero más oscuras y maduras, y las propias de Bunbury, sometidas a la irremediable vuelta de tuerca. Las colaboraciones suenan ajustadas, precisas para cada pieza. Es un disco síntesis de todas sus metamorfosis y vidas…, y no era una aventura sencilla, ya digo.
Bunbury ha sido aplaudido y criticado hasta el extremo; se le ha visto envuelto en polémicas, como la de Casariego; denostado y aupado al Olimpo por muchos de sus compañeros; atendido con sumo respeto, casi rayando la deidad, en lugares como México; acompañado de muchos y variados, desde María Dolores Pradera a Leopoldo María Panero… Siempre, todo, con exceso, nada con medida.
En Logroño, aquel frío día de Año Nuevo de 2001, para terminar la entrevista le pregunté a Bunbury que qué era una canción. ¿Qué es una canción, Enrique? Lacónico, a la defensiva, contestó: “la canción es como una sala de estar donde el creador se reúne con sus oyentes, es una exhibición de tronío profesional… Es la solución, joder”.
Bunbury es un maldito mutante. No esperen un giro advertido , ni una señal. El próximo salto será extraño y novedoso, otro salto mortal, otro océano que cruzar, otra jodida solución en forma de canción. Quizás, no les guste, no importa… En verdad, nada de eso importa. Por ahora, quedénse con el El Libro de las Mutaciones, y disfruten.