En ocasiones, nos disponemos a estrellarnos, a lanzarnos desde el inicio del precipicio, y no lo sabemos. De una forma u otra, casual o deliberadamente, no podemos hacer nada a ese respecto. El muro está ahí, justo ahí, frente a ti, y sigues acelerando tu coche contra él o contra ella.
M. se disponía a hacer unas compras por el centro de la ciudad, salía de casa, despreocupada, hasta que se dio cuenta de que le faltaba algo, se le olvidaba el abrigo. Justo al volver a casa, sonó una señal acústica desde su ordenador. Acababa de entrarle un email desde París. Aquel email, aquella ciudad, tantos recuerdos. Se sentó en su mesita de trabajo, encendió un cigarro y se detuvo unos minutos a leer con gusto aquel mensaje clandestino.
Mientras M. leía, y luego contestaba el mensaje, en otro lugar de la ciudad, N. terminaba una importante entrevista de trabajo. Era su trabajo, un sueño y estaba muy ilusionada. Tantos años de estudio, de prácticas, de trabajos ingratos… . Mientras N., terminaba aquella entrevista, M. cerraba su ordenador, por fin, bajaba las escaleras corriendo y desde el portal de su edificio llamaba a un taxi pero el taxista pasaba de largo, y otro taxista que estaba cerca, justo en una cafetería cercana, pagaba su cuenta para volver a su puesto de trabajo. Le quedaban ocho horas aún de coche.
M. se quedaba sin taxi, pensando en emails y en París, N. salía de la sala en la que había terminado su entrevista de trabajo, ilusionada, absorta, y los taxistas seguían haciendo sus cosas indiferentes al destino de todos los habitantes de aquella ciudad. Por fin, M. cogía el segundo taxi, el del tipo que tomaba café unos minutos antes, y unos instantes después tenía que frenar bruscamente ante el cruce de un adolescente negro que se había dormido cinco minutos y corría hacia su instituto. Mientras pasaban estas cosas, ajena a todo, N., ilusionada, absorta, a esas hora cansada también, le ponía un whatsapp a J,: «Estoy dentro, lo conseguí, mi amor».
Todo pasa así, sin darnos cuenta, ajenos. La vida es rara y se mueve por caminos raros. Todo fluía en la ciudad con su propia velocidad. El chico negro que se había quedado dormido llegaba tarde a su instituto, y perdía la primera hora, la de Latín. M. compraba unas telas en una tienda del centro, el taxista esperaba, impaciente debo decir, escuchando la radio, a la puerta del comercio. Pero algo había fallado, las telas de color rojo cardenalicio que M. había encargado no estaban en la tienda. Tendría que esperar. “Un instante”, le dijo la dependienta. Un chico fue al almacén corriendo y pensando en el partido del próximo domingo y en que, por fin, iba a ir al estadio. A la vez, N. se arreglaba en el baño de la empresa en la que había hecho la entrevista de trabajo y seguía ilusionada, absorta, cansada, impaciente por ver a J.
Llegaron las telas, M. pagó, volvió al taxi, y el chico de la tienda siguió pensando en fútbol y en estadios llenos. N. salió de aquel edificio moderno arreglada, ilusionada, absorta, cansada, corriendo, impaciente por ver a J., y se lamentó por tener que esperar en la puerta porque, en aquel preciso instante rompió a llover, y sí, esperó unos segundos. Entonces, el taxista que llevaba a M. entró en esa misma calle y pensó que no llovía lo suficiente para poner el limpiaparabrisas y aceleró sin darse cuenta.
Si tan solo una cosa hubiera ocurrido de otra forma, sólo una: si M. no hubiera vuelto a casa a leer aquel enigmático email de París, si no hubiese perdido el primer taxi, si aquel chico negro que cruzaba no se hubiera dormido, justo cinco minutos, si N. no se hubiese detenido a escribir aquel whatsapp tan ilusionada, absorta y ya cansada, si las telas de color rojo cardenalicio hubieran estado preparadas, y el chico de la tienda no hubiera corrido tanto pensando en goles y estadios repletos, si no hubiera roto a llover justo en aquel instante… N. hubiera cruzado la calle sin riesgo y el taxi hubiera parado.
Pero la vida es rara, y se relaciona como en la teoría del caos, enigmática, resolutiva, bella, poética… Vidas que escapan a nuestro control, complementarias e incidentes, y siendo así: aquel taxi no paró, y se llevó a N. por delante, quitándole la vida con tan solo 21 años, y sin poder despedirse de J.
(Cuento basada en hechos reales e inspirado en la maravillosa historia de Benjamin Button).