En el parque de Jigokudani, también conocido como Valle del Infierno, en Japón, habitan unos monos macacos que, para soportar las bajas temperaturas, se sumergen hasta el cuello en un manantial de ricas aguas termales. Así convierten un lugar frío y áspero en uno idóneo para sobrevivir (yo digo, para vivir, que es más que suficiente). Así, como esos monos macacos, me siento yo.
Cierro los ojos, y entro en un relajante baño de agua caliente, conecto con mi interior, con la energía del agua, dejo que pase el tiempo, fuera de mí suena una música relajante, quizás tibetana, envolvente, nos iluminan unas velas y huele a sándalo… Cierro los ojos, repito, e intento describir lo que siento. Pero, ¿describo lo que siento o siento lo que describo?
Una nube, una fotografía, un recuerdo, un helado de pistacho, aquel último mensaje en el móvil, una estrella lejana de otra galaxia, el lapicero de IKEA que siempre aparece en algún cajón… Pasan imágenes agradables, naturales, cotidianas pero ahora especiales, dejo que pase el tiempo, que pase todo, no tengo prisa, fluyo.
Cualquier sentimiento definido es una simplificación. Sin embargo, debo contarlo. Mi amiga Sol me invita a su SPA, Paraíso del Agua, en Nerja. Me pide por correo que busque niñera que lo que nos propone es “de noche y dura unas tres horas”. Acepto el reto, (el juego). Me va pasando las instrucciones de la cita, poco a poco, con cuentagotas. Me gusta. Sol ha llamado la iniciativa, (la experiencia, el juego, la aventura…), Programa Sensorial Spa.
Un personaje de Eugene O´Neill narra la experiencia de cuando una vez se sintió libre, tumbado en una embarcación que navegaba a catorce nudos, mirando a popa, el agua con espuma por debajo, el ritmo cantarín del viento, él disuelto en el mar y las velas blancas, (I lost myself, I was set free). En esas estamos, como añade O´Neill es “como salir de una jaula”.
Jugamos. Ya digo que jugamos. Entramos en una sauna, entre la niebla, probamos sabores reveladores, dulces, ácidos, naturales, limón, menta; dejamos que las instrucciones de nuestra anfitriona se deslicen hasta nosotros, despacio; cambiamos de medio, llegamos al agua, fría, cálida, tranquila, en cascada; cenamos, sabores nuevos, canapés de sabores sorprendentes, volvemos a jugar, a ciegas, descubrimos el exterior, nuestro interior; nos mecemos, champán para todos, charlamos, silencio, agua, otra vez agua, olvidamos que estamos en el agua…
Ya lo dijo Wittgenstein que “la solución del problema de la vida está en la desaparición de ese problema”. Desaparecen los problemas. Soy dado a imaginar e imagino. Bajan las luces y me siento como un hombre en el espacio, como el Major Tom, de Space Oddity, “flotando, por encima de la luna, el planeta tierra es azul, y no hay nada que pueda hacer”(planet earth is blue, and there´s nothing I can do). Otra vez, me imagino como Jesús de Nazaret descendido de la cruz, con la misión cumplida; otra, como Napoléon, tras la batalla; o como Jim Morrison, en su bañera parisina, ante el inicio del precipicio. Ya digo que soy muy de imaginar, y todo lo hago a través del Programa Sensorial Spa.
Doy las gracias a Sol, nuestra maravillosa anfitriona, y me prometo invitar-sugerir esta experiencia sensorial a todos. Vuelvo a cerrar los ojos y, tras el agua fría, me sumerjo en el baño cálido y me siento místico. Los átomos y las galaxias lejanas, la diminuta presencia del hombre en el cosmos, lo que vemos es tan solo una región del universo, que acompaña a una lista casi infinita de universos paralelos. Eso no tiene apelación. Digamos ahora que eso es sólo un punto de arranque. No es que descendamos del mono: es que somos monos, ahora, exactamente, monos macacos en el parque de Jigokudani, de Japón de Nerja.