Me da mucha vergüenza ver en los informativos los ríos de exiliados sirios, iraquíes, afganos, kurdos, africanos…, y pensar en mis pequeñas preocupaciones de caprichoso occidental, y no hacer nada.
Me da mucha vergüenza pensar que vivo en un sistema inerme, incapaz de afrontar un problema que deviene de decenas de conflictos bélicos alimentados durante los últimos años, y que han emergido provocando —aparte de sangre y terror— estas humillantes migraciones humanas.
Me da mucha vergüenza la valla de Melilla, las alambradas húngaras, los muros tejanos, los tratados de extradición, los campos de refugiados, las concertinas, los alambres de púa y el liso acero galvanizado que utilizamos para construir obstáculos, cerramientos de seguridad (¿de seguridad, en serio?).
Me da mucha vergüenza no entender lo más sencillo. Que como explica, Tamara Djermanovic, todos esos migrados son “hombres, con sus sueños y sus miedos, como nosotros”. Me da mucha vergüenza que seamos tan incapaces de empatizar con su dolor.
Me da mucha vergüenza ver cómo un adolescente tiene que empujar la silla de ruedas de su abuela desde Afganistán hasta Hungría -Dios, qué ejemplo de tenacidad y fortaleza-, y pensar que sólo es una historia de miles. Me da mucha vergüenza ver la foto que acompaña a este post.
Me da mucha vergüenza apuntar que, según la ONU, el número de refugiados que han llegado a Europa por el Mediterráneo es de 292.000, por Grecia más de 180.000, por Italia más de 100.000. Sin contar los campos de refugiados fuera de la UE. Los números son borrosos pero las imágenes tan reales.
Me da mucha vergüenza ver que Merkel, Valls, Renzi y Rajoy piden, a coro, medidas urgentes para solucionar esta tragedia y se citen el día 14 de septiembre –dentro de dos semanas, muy urgente todo, ¿verdad?-, sabiendo que no van a hacer nada porque nunca han hecho nada, y porque no han sabido, ni han querido hacerlo.
Me da mucha vergüenza ver como los sirios pierden todos sus ahorros, los de toda su vida, para pagar a los traficantes. Digo los sirios, como un ejemplo. Como escribía ayer Lluís Miquel Hurtado, en El Mundo, “hasta para vivir como una rata en Europa, o morir miserablemente camino de ella, hay que tener la cartera llena”. Malditos sean los contrabandistas y aquellos que se lo permiten.
Me da mucha vergüenza que no seamos capaces, todos, de ser como ese niño alemán que, cuando le preguntaron si en su clase también había extranjeros, respondió: “No, allí sólo hay niños”. Sí, me da mucha vergüenza.