Apuntes del verano: desde una Estación de Servicio

3 Ago
Una Estación de Servicio Repsol de cualquier lugar.
Una Estación de Servicio Repsol de cualquier lugar.

Escribo desde una Estación de Servicio Repsol. Desde su funcional y aséptica cafetería. Lo de siempre, nada nuevo. Todos conocéis una, podéis imaginarla. No la voy a describir. He parado el coche y he decidido quedarme aquí largo tiempo. No importa cuánto tiempo, sino que es mí tiempo (es tiempo de calidad, libre albedrío).

Observo a la chica de la caja. Parece una autómata, un robot japonés. Un señor, de unos sesenta años, ha pagado con su tarjeta de empresa, ha pedido factura y un par de Chupa-Chups, “de fresa y nata”, dice y sonríe malicioso. Me ha resultado divertido, extravagante y divertido.

Enciendo mi ordenador. No quiero sentirme como “el hombre del diario”, que decía Unamuno, sino distinto. Me gusta esta sensación. Parar, mirar, escribir, seguir la ruta. Unamuno decía que “el hombre del diario” ya no apunta en su diario lo que piensa, sino que piensa para apuntarlo. Me parece poco adecuado para este proceso y para este verano. No, no soy, defintivamente, el hombre del diario.

Tomo un café. En verdad, es una Nesspreso, un Espresso Leggero para los amantes de un café suave y refrescante, acompañado de un toque de leche. Me ha gustado lo de “refrescante”. Creo que ese matiz, ha provocado que pidiera este café y no el Lungo Forte. Al probarlo, discrepo. El café es una basura, plano, falto de matices y en vaso de cartón.

No pasa nada frente a mí. Pienso en Unamuno y en mis últimas anotaciones. Mis anotaciones están llenas de detalles irrelevantes, anécdotas e imprecisiones transcritas para compensar mi falta de memoria, junto a incoherencias de contenido, incorrecciones sintácticas y un estilo inevitablemente descuidado. Supongo que escribo, tal y como soy.

Una familia entra en la cafetería. Una pareja con un chaval de unos 12 años, y una hija menor, de unos siete. El adolescente se va al expositor de la prensa. Ojea la prensa deportiva, el AS, el Marca, lo típico, y luego se queda mirando las revistas para adultos. Nada prohibido, ni pecaminoso, en estos tiempos, soft porn. Un topless, un robado, una celebrity en bikini en una playa de Ibiza… Pienso en nosotros, los de entonces, casi niños, en Sabrina y aquella extraña inocencia perdida.

Delezue, creo que era él, recordaba que los escritores que tienen algo que decir tartamudean siempre. En verdad, yo no soy escritor y no sé si tartamudeo, ni siquiera sé a qué se refería Delezue, y tampoco soy el hombre del diario. Cuando mi madre me pregunta a qué me dedico nunca sé, exactamente, qué responder.

Sigo intentando sacar algo de este lugar pero me aburro. No pasa nada. Bueno, sí, pasa gente, entran, pagan, se largan; entran, toman algo, compran, se largan… Pienso que las gasolineras, al fin y al cabo, son lugares de un gran desamparo, como el peaje de las autopistas o la Estación Espacial Internacional, lugares de un gran desamparo que despachan una languidez narcotizante.

Siempre había visto estos lugares de paso como lugares exóticos. Imaginaba a un tipo como Quique González o Nick Cave componiendo una canción de desamor y violencia. Pero no. Creo que habría que reinventar las gasolineras, unas nuevas Estaciones de Servicio, un nuevo arte de navegar, una nueva magia, un nuevo empuje sincronizador. Me aburro. Me levanto, pago mi café, compro un periódico. Intercambio unas frases protocolarias y simpáticas con la autómata de la caja. Justo entonces, tengo una idea, me dispongo a anotar esa idea, y olvido lo que iba a anotar.

Sigo mi camino hacia el norte. Como dijera, Laurence Sterne, “you progress as you digress”. Ahí vamos.

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