Hablamos algunos amigos, a la salida de la radio, sobre la vida con filtros:Instagram, Retrica, Befunky… Debatimos. Pasamos nuestras fotos por la cortina del modelaje y la aplicación. Queremos vernos mejor. Le ponemos brillo, quitamos los ojos rojos, falseamos la imperfección y evitamos la arruga, vivimos en el tiempo del escaparatismo y el yoísmo.
No es extraño, tampoco es nuevo. Siempre hemos vivido con filtros. La ropa, nuestra educación, la hipocresía, el peinado, nuestros coches…, todos son filtros para parecer mejor de lo que somos. Apenas hemos evolucionado desde el petulante hombre de las cavernas. La vida es extraña, sí, pero siempre es la misma vida.
Somos un copyright. Desde la llegada de las redes sociales, más que nunca, nos comportamos como marcas, personal branding, tu mejor carta de presentación, vivimos en gerundio, en una constante campaña publicitaria. Pensamos la mejor hora para publicar, recontamos los Me Gusta de facebook, los seguidores de twitter, evaluamos la idea que proyectamos cuando otra persona piensa en nosotros. Tiramos decenas de fotos antes de encontrar la mejor.
¿Ponerle o no filtros a la vida? ¿Ser o no ser natural? ¿Importa ser real? ¿La realidad existe? Transmitimos en ondas expansivas valores, creencias, sentimientos, habilidades, talento, a través de nuestras redes. Es como una cuenta corriente, la seña de identidad digo, con los ingresos, que son las actuaciones valiosas, y los reintegros, que son las mediocres. Es una carrera de fondo. Forjar una idea coherente, duradera. No están permitidos los errores. Hay que ser sobresaliente y hay que serlo siempre.
¿Hasta qué punto están permitidas las apariencias? Pregunto. Fotos con filtro Hefe, Cool, Valencia, Light Green, estados irreales, abultados, Photoshop en los flancos y masilla en las arrugas, comentarios poco sinceros para mostrar solo una versión, presuntamente, mejorada de nosotros mismos. ¿Es legítimo? Yo creo que sí. Lo contrario, también lo es. Que conste en acta.
Se trata de una labor ardua, es el arte de inventarse, de reinventarse, día a día, darle lustre a la marca personal, tejiendo una silueta nítida y, finalmente, aportar algún valor añadido para perdurar en el tiempo. ¿Todo esto es correcto? Lo es.
Sin embargo, (aprovecho este penúltimo párrafo) tendremos que reiniciar la reclamación de la vida, la otra, la más real, la del descolgamiento, las debilidades, las patas de gallo, las inseguridades, la vida natural, la 1.0… Tendremos que crear comandos, Control Alt Supr., para exaltar la belleza real de la sencillez, la profundidad de la arruga, la hermosura de la redondez, sin idealismos vacuos, la humanidad sin filtros, la otra, la que es, también.
Por último, y concluyo. Filtros sí y no, que cada cual proceda con coherencia, y viva, y deje vivir, y si hay que ponerle filtros a la vida, mejor siempre, los filtros de Sócrates. A saber: 1. Filtro Verdad, ¿estás seguro de que lo que vas a decir es cierto? 2. Filtro Bondad, ¿es algo bueno lo que vas a decir? y 3. Filtro Utilidad, ¿es útil lo que vas a decir? Si lo que vas a decir, publicar, reproducir, replicar, no es ni cierto, ni bueno, ni útil, mejor no decirlo, ni publicarlo, ni reproducirlo, ni replicarlo. Ya lo decía El Último de la Fila: “…si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir…” Con filtro o sin filtro, esa no es la cuestión.