J. buscó en Street View de Google Maps. Lo hizo de forma automática, aburrido tras meter cientos de datos en la tablilla de excell. Tenía la intención de reencontrarse con aquel pasado. Un viaje en el tiempo y en el espacio desde su mesa de trabajo. Se dio cuenta, en seguida, de que en esas imágenes no veía ni rastro de esa casa ni de ese pueblo ni de ese paisaje. Al menos en primera instancia. Era lógico, pensó, aunque no dejara de parecerle extraño.
El 2.0 ha cambiado por completo nuestra forma de pensar y, por ello, también la de viajar. Desde el instante en el que ideamos el viaje, hasta que volvemos y reseñamos en la web todo lo visto, las fórmulas del turismo varían, gracias a internet, creando nuevos rituales que todos seguimos antes de emprender una nueva aventura.
En la era del turismo 2.0, el tiempo y el espacio se revelan como una dimensión elástica y los límites se difuminan hasta desaparecer. Nada es lo que parece. Salir del foco, como cuando ves imágenes satelitales de ciudades extranjeras, y entender que la identidad y nuestra sentimentalidad no sólo está formada por ese estado mental que cada uno se construye, sino por toda esa masa de información que tenemos alrededor, masa que ni conocemos ni controlamos.
J. recordó los primeros viajes, los de su familia, en el Renault 10. Viajes improvisados y caóticos y eternos y bellos. Turismo de primera generación. Unos días antes de las vacaciones elegían el destino: siempre alguna zona de playa, zona que ahora buscaba en internet, sin éxito. A las 6 de la mañana del día del viaje, puntualmente, se levantaban, llenaban el coche de cosas, maletas, bolsas de comida, las bicicletas, juguetes de playa, ropas de cama, cacharros… Al llegar a la playa, el padre de J. se tomaba una horas para buscar un lugar en el que dormir. A mediodía, aparecía satisfecho con las llaves de un apartamento. Acababan de alquilar parte de sus recuerdos.
Las cosas han cambiado mucho… Ahora no podemos plantearnos un viaje sin consultar Kayak, Blablacar, sin notificarlo en Facebook, en Instagram, sin reservar en Trivago o buscar algo de comer en Forsquare. Debemos notificarlo todo, registrarlo todo. Las nuevas tecnologías han convertido la aventura del viaje en una (inter) actividad completamente nueva. Es algo más que vertiginoso, una masa de información navegando por las redes que crea nuestras nuevas identidades.
J., tras el chasco, quiso después viajar a México. Lo había soñado desde niño, quizás por el Mundial del 86. Soñaba con México, con grupos de mariachis, con el tequila y con Frida Khalo. Volvió a dejar el excell y comenzó otro viaje interactivo desde su despacho. Acapulco, Zihuatanejo, Troncones, las calles de Cancún, los hoteles de Rivera Maya, Cabo San Lucas, La Paz, Mazatlán… Sonrió, y se alegró de tener un trabajo con conexión a internet.
Viajamos sin quitar la vista de nuestros teléfonos, ni un segundo, y nos preguntaremos qué hacía la gente cuando se perdía y no tenía a San Google para que le indicara, o cuando no sabía dónde quedarse o cuando sus maletas no cabían en el transporte y enviarlas no era una opción tan económica. Enrique Vila Matas dedica una de sus últimas novelas, Dublinesca, en Seix Barral, 2010, a lo que llama el “entierro de la era de Gutenberg”, novela en la que observa la sustitución progresiva del formato impreso por el digital. Pues eso, ahí estamos.