Amigos, confirmado, ya es oficial: todos somos famosos.
La contribución de Andy Warhol a la historia del arte fue la pintura de una lata de sopa Campbell. Además, Andy Warhol pasó a la posteridad por sostener que en el futuro todo el mundo tendría derecho a 15 minutos de fama. Se equivocó.
En estos días de postmodernismo y escaparate, todo el mundo es famoso todo el rato. La obsesión por la fama nos define y nos limita. En Twitter, en Facebook o en Instagram, tú eres una estrella, tu propia estrella y puedes serlo constantemente. También puedes morir de éxito pero eso es otro tema.
Un ejemplo: la esencia del selfie. En el concepto del selfie, tú eres tu propio paparazzi. Fotógrafo y fotografiado. Tú y él. El voyeaur y el exhibicionista, a la vez. La gente, o sea nosotros, yo también, todos, del mismo modo, la gente digo se siente en las redes sociales con la fuerza suficiente para tener opinión de todo y expresarla abiertamente. Nunca antes había pasado algo parecido. Es, algo así, como un reparto democrático de la fama, que es una especie de poder, de opio, de mentira… (Cuidado no confundir fama con éxito. Lo explicaremos más adelante).
Facebook es Benidorm en verano, el Makro de los que nunca tuvieron tienda.
David Cronenberg lo expresaba, con la exactitud del mejor cirujano, en la presentación de su última peli, Maps os Stars, una especie de guía sobre los tuétanos de Hollywood, un Hollywood decadente que se mueve entre el vértigo del miedo y el precipicio de la desesperación.
Antes, la televisión, el cine, la esencia de Hollywood, por ejemplo, consistía en ser visto. Nada más. Los representantes paseaban a sus estrellas sobre la alfombra roja, les colocaban en portadas de revistas, les preparaban montajes exclusivos… Dejar de ser visto era dejar de existir. De igual manera, ahora, los usuarios de las RRSS nos fotografiamos en cualquier lugar, comentamos nuestras vivencias, por insignificantes que sean, compartimos nuestro día a día. Dejar de estar en Facebook es, en definitiva, dejar de existir.
Twitter es un salón francés del siglo XVII donde todos huelen mal, lo saben, pero intentan maquillarlo con colorete y polvos de talco.
En esta era 2.0, puedes morir antes de morir, como argumentaba Cronenberg, morir antes de morir, sí, en el momento en el que te conviertes en irrelevante. Irrelevante es lo que tiene poca o ninguna importancia, lo que es mínimo o insignificante, lo que no es porque no parece ser, que no es necesario, vaya. Muchos son zombis, muertos en vida, puedes verlos los tienes a tu alrededor en tu timeline dándole a “Me gusta” en tu última publicación.
Un amigo se enganchó a Instagram. Me dijo que el fuerte sabor a metal de Instagram le había robado el alma.
El problema es que, a partir de este presupuesto, ese que dice que “todos somos famosos”, surge una auténtica desesperación ante el miedo de la no existencia. Debemos existir, estar presentes en las redes, entrando una y otra vez y otra vez en nuestro perfil, para ver el estado de nuestros post, comparando con nuestros amigos (¿amigos?, no deberían llamarse mejor, contactos) el número de visionados, los seguidores, la notoriedad… Obsesión por estar, por ser alguien, algo, por la relevancia…, y esto es negativo, la obsesión, claro.
De igual manera, no debemos confundir la fama con el éxito. El hecho de que todos podamos ser estrellas del pop en las redes no provoca el éxito automático. Son conceptos distintos que suelen confundirse. El éxito es el resultado, en especial feliz, de una empresa o acción emprendida, o de un suceso. Por el contrario, la fama es bruma, ruido, una especie de poder, sí, pero sólo una especie, un simulacro, un opio, en definitiva una mentira. Ser famoso no significa nada, no es ser más inteligente, ni más talentoso, ser famoso es sólo que tu nombre resuene más. Nada más. La fama es “la gran impúdica” como la calificaba Pitigrilli, el escritor, “por irse sin pudor con cualquiera”.
Sí, amigos, ya es oficial, confirmado, todos somos famosos, sí, pero, en verdad, da igual: heroína cibernética, escaparate virtual, ” ojo patio ” permitido, sucedáneo de amistad, casi nada…