Francisco Nicolás y Enric Marco, delirantes

25 Nov
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Francisco Nicolás, más conocido como El Pequeño Nicolás, que suena a título de serie literaria juvenil, estudiaba Derecho en el Centro Universitario de Estudios Financieros (CUNEF), uno de los más caros de España, vestía bien, y se movía, como pez en el agua, en los influyentes ágapes y despachos de la capital. Se codeaba junto a las altas esferas del PP. En ocasiones, viajaba en lujosos coches con chófer. Se fotografiaba con pesos pesados del mundo político y económico, para solaz de su madre que presumía de hijo en los bares del humilde barrio de la Prosperidad. El Pequeño Nicolás es el último ejemplo beckettiano del fácil y delgado tránsito que va desde la lucidez al delirio.

El árbol es el árbol, sí, pero el árbol también es su sombra. El joven barbilampiño, deslizándose, como una anguila, entre los miembros de la clase política, asesor económico, espía del CNI, afianzando sus contactos, y haciendo negocios, representando a nadie, acabando con sus delirios de grandeza cuando fue detenido por agentes de la Policía Nacional, acusado de falsedad, estafa y usurpación de identidad. Ensoñación o delirio; cicatriz o marca de nacimiento.

El Pequeño Nicolás es uno más en la larga lista de ensoñadores, locos o freaks que ha dado nuestra humilde estirpe. El informe del médico forense fue concluyente cuando aseguró que el chaval sufría «una florida ideación de tipo megalomaníaco». Convertir la fantasía en realidad. Los molinos de viento ya no son molinos, Sancho, son gigantes.

Como en una novela de texturas oníricas, al servicio de la locura artística de un hombre que escribió: “Yo soy un río cuya alegría es derramarse”. Al igual que aquel otro cuando narró: “Vinimos por el agua -nos hicieron barro-. El fuego de la vida nos va secando”.

Justo en los mismos días en los que el Pequeño Nicolás copa las portadas de los informativos, Javier Cercas publica “El impostor”, una novela de no ficción sobre la historia de Enric Marcos, que se hizo pasar por superviviente de un campo nazi, y que presidió la asociación de víctimas sin haber estado allí. Otra ensayo sobre el delirio. Las leyes de la frontera, descritas entre la realidad y la ficción, cuestionadas.

El último libro de Cercas gira en torno a la figura Enric Marco -él es el impostor-, un anciano que durante años contó a todos su peripecia como superviviente de un campo de concentración, dando conferencias, hablando en el Congreso de los Diputados, presidiendo la asociación de supervivientes del horror nazi, objeto de estudio…, y nada de aquello era cierto. Otra ensoñación. Juanjo Millás, admirado escritor, sostiene al respecto que “Marco no es un mentiroso, sino un delirante”.

Una gran mentira, o un gran delirio, no se urde sin que intervengan en su trama pequeñas verdades. Tanto la historia del Pequeño Nicolás, como la epopeya de Enric Marco, se amasan con certezas y falsedades. La proporción casi es lo de menos. Pura metarrealidad que nos obliga a reconsiderar las relaciones entre verdad y mentira, existencia y ficción, falsedad y autenticidad, realidad e hiperrealidad. Aquello que decía Santo Tomás, aquello de “ver para creer”. La ficción también es real, aunque no exista.

Francisco Nicolás y Enric Marco se representan como un mecanismo icónico que muestra la realidad por un rodeo, construcciones que pretenden ir más allá de lo real por simulacro, como la ciudad de Las Vegas, un espacio que imita a los grandes monumentos del mundo, o las fotografías borradas de los camaradas de Stalin que, al mentir, dicen paradójicamente una verdad mayor.

Nicolás y Marco son ejemplos del delirio, de la incapacidad de la conciencia de distinguir la realidad de la fantasía, como las fotos pasadas por Photoshop o las relaciones sentimentales creadas y mantenidas, exclusivamente, a través de internet, como un juego, real o no, en el que el jugador olvida la diferencia entre juego y realidad.

Nota 1: un mentiroso que dice que miente, miente o dice la verdad.

Nota 2: por cierto, cuando mi más sincera enhorabuena a Juan Goytisolo, ganador del Premio Cervantes 2014, por su lucidez al decir:  “cuando me dan un premio sospecho de mí mismo”. Amén.

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