Desvelado, de madrugada -cada vez duermo peor, lo que indica que me hago, irremediablemente, mayor-, entro en mi perfil de facebook y reviso algunos comentarios: “me gusta el otoño”, “odio los lunes”, “bye, bye London”. Hago click en un par de Me Gusta. La página de inicio de cualquier de nosotros en facebook es un escaparate de pequeñas dosis de la vida íntima de nuestros conocidos (y de la nuestra propia). Reconozcámoslo: nos pone el intercambio de intimidades.
La sociedad del siglo XXI, o sea la nuestra, esta postmodernidad de escaparate, de voyeurismo emocional, nos exige una actitud constante. Como decía Baudelaire: “el dandy debe ser continuamente brillante”. Algo así, ocurre con nuestra presencia en las redes, debemos ser siempre brillantes, felices, energéticos, saludables… La masificación de las redes sociales ha generalizado un concepto que los expertos llaman extimidad, hacer externa la intimidad, y que tiene su origen en el auge de los reality shows y de las primeras redes.
Sin embargo, estamos aún en una era de primitivismo digital, en el principio de los principios internauticos, en la Cueva de Altamira del 2.0. En verdad, acabamos de descubrir la rueda pero no sabemos bien qué hacer con ella, ni siquiera sabemos que su rodar nos puede llevar al bosón de Higgs, o sea a la partícula elemental, es decir, otra vez, al principio: concepto de eterno retorno.
Apenas sabemos nada sobre lo que hacemos en las redes sociales y sus consecuencias. El segundo principio de la termodinámica viene a decir que nada sale de nada, o sea nada es gratis. Aunque pensemos que el uso que hacemos de internet es inocuo, debemos ser conscientes de que no, no lo es. Sigo con mi reflexión desvelada, me pongo un café y sigo.
Una de las revoluciones del 2.0 es que todos hemos adquirido el derecho de usar algunas formas de expresión que hasta hace poco eran patrimonio exclusivo de las grandes autoridades. Pero también el derecho a ser escuchado, cuando uno piensa en voz alta, que es una potestad muy importante que diferencia a las personas que cuentan de las que nada cuentan.
Mostramos ecografías, vídeos porno caseros, fotos de nuestros viajes, nos mostramos en parte y en definitiva. Nos configuramos a través de lo que mostramos y de lo que los otros ven. La intimidad es tan importante para definir lo que somos que hay que mostrarla. Eso confirma que existimos. Eso es el motor de toda esta cuestión. Si no mostramos, no somos, no somos en el dospuntocerolandia: extimidad.
Todos nos proyectamos sobre las redes sociales, siendo un nosotros abstracto, una conexión total, aportando un valor, y debemos ser conscientes qué tipo de valor estamos aportando sobre nosotros, sobre vosotros, sobre la posteridad. La mera narración de trivialidades cotidianas puede resultar insuficiente y apático pero también sirve como una definición de lo que somos, y en el futuro de lo que fuimos.
Al igual que los concursantes de Gran Hermano al saberse observados sienten de forma distinta que si no fueran mirados, nosotros los habitantes de las redes sociales, al ser observados por todos nuestros contactos, sentimos también de forma diferente. No es impostura, sencillamente es una nueva realidad: la realidad 2.0, la nuestra.
Conclusión 1. Cuidado, el voyeurismo emocional produce mucha tolerancia y sucede como con las drogas: que cada vez hay que ir subiendo la dosis.
Conclusión 2. No valoremos lo irremediable, lo irremediable es y punto.
grandes verdades, y palabras escritas con mucho hilo conductor .
Gracias, Ceci.