Fuego cruzado en el Congreso de los Diputados

4 Nov

Reservoir Dogs. Tarantino. 1992. Escena final.
Reservoir Dogs. Tarantino. 1992. Escena final.

Perro no come perro. Un buen amigo suele utilizar un refrán similar que dice «entre gitanos no se leen las manos”.

Al ver las noticias, en estas últimas semanas, tengo la desconcertante impresión de estar asistiendo, otra vez, a la escena final de Reservoir Dogs. Aquella mítica del triple fuego cruzado: la escena que supuso el primer tiroteo poliédrico del repertorio Tarantiniano; la que recuerda mucho a otro fuego cruzado, también mítico, en Malditos bastardos; una de esas escenas en la que los personajes se apuntan entre sí, desafiantes, y se palpa la tensión, una tensión que boga entre la tragedia y el drama, y las palabras se desparraman inútiles, huecas, y el tiempo es un impacto entre pasado y futuro, quieto, inerme, y que acaba con una descarga de disparos, una detonación brutal sobre el vacío, que lo llena todo de sangre y muerte…, y nada soluciona.

Ver la realidad política de nuestro país es lo más parecido a una carrera de pollos sin cabeza, o la escena final de una peli de Tarantino. La crisis, la mala gestión, la corrupción, la indefinición de unos y otros…, están abocando a nuestro sistema a un fuego cruzado de incierto final. Da la impresión de que todos tiran de la manta, “las ramas del árbol”, dijo Pujol hace poco en el Parlament, que el sálvese quien pueda es el nuevo mantra de esta postmodernidad decadente. Ah, “y tú más”, se oye un grito desde la bancada azul, o de la roja, que lo misma da.

Hasta ahora, cuando hablaba en tertulias políticas siempre alguien usaba el “perro no come perro”, para describir ese escenario en el que los políticos, da igual su procedencia, tapaban sus miserias en beneficio del bien común, del bien común político, partidista, claro. Un amigo de Perú me dice que allá se usa otra expresión: “»otorongo no come otorongo». Suena casi mejor, ¿no?

Tarantino, que es un maestro del remake, como Brian de Palma, o Zack Snyder, nos ofrece esa metáfora cinematográfica que tanto conviene a este post. Todos disparándose, a la vez, fuego cruzado en el Congreso de los Diputados, ataque de destrucción masiva. Parece que haya empezado la carrera hacia la nada, del “tonto el último”, y la huída hacia adelante. Suena la Orquestas del Titanic mientras la democracia, tras chocar contra un enorme iceberg, se hunde lenta y poderosamente.

Como un boxeador sonado, así se ven las caras reflejadas, en espejos cóncavos y convexos, espejos deformantes, los políticos españoles desde sus escaños. Hay un perceptible pitido ultrasónico. A alguien le sangra el labio. Los párpados de nuestros congresistas están hinchados, amoratadas, doloridos…

Otro extraordinario ejemplo es la  colisión del presente con el futuro en Death Proof, otra de Tarantino. Las cuatro chicas se dirigen hacia el impacto sin saberlo, cantando, en un oasis de música; mientras tanto, Stuntmant Mike, el psicópata encarnado por Kurt Russell, adelanta por la izquierda, da media vuelta, apaga las luces y acelera en sentido contrario. Boom. Da la impresión de que las cuatro chicas son la metáfora de nuestra clase política, ignorantes ante el impacto total, new age, fin de la primera parte.

Tarantino repite la escena del choque cuatro veces, focalizándose cada una de ellas en una de las chicas. Esa es la forma elegida por Tarantino para representar el conflicto del tiempo. Porque así es el choque del presente con el futuro, el choque de nuestros políticos, el golpe brutal entre dos épocas que se están solapando: colectivo pero absolutamente individual. Repetido más tarde, infinitamente, por la memoria.

…y mientras la nueva formación PODEMOS se hace pétrea como la espuma.

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