Cuenta la leyenda que, finalmente, cuando en septiembre de 1966, fueron a Correos a enviar la novela al editor, no llevaba más de 50 pesos en la cartera, y sólo pudieron mandar la mitad de las hojas. Entonces, Mercedes volvió a casa, y empeñó el secador, la licuadora y una estufa para poder mandar los folios restantes a Buenos Aires, a Editorial Sudaméricana, y entonces comentó: “solo falta que sea mala”. La anécdota trata sobre Gabriel García Márquez, su mujer y sobre su obra, “Cien Años de Soledad”.
A veces, las anécdotas cuentan mejor la historia que la propia historia. Siempre me han interesado las anécdotas, la periferia de los relatos, las curiosidades, esos matices leves y cortos que narran un incidente interesante y lo dotan de todo el sentido. Este post trata sobre este respecto.
Recuerdo a mi padre, un día, en una pequeña bodega de un pueblecito de Cantabria. No recuerdo el nombre del pueblo, ni el de la bodega, tampoco importa. Le acompañaba yo, adolescente, imberbe, hambriento. Él me pidió un vino tinto de la tierra y puso una moneda de 50 pesetas sobre la barra. Callamos y bebimos, tranquilos. Al acabar el segundo vaso, mi padre señaló las botellas que se exhibían orgullosas sobre una estantería de roble. Me dijo: “cuántas palabras hay dentro de esas botellas”. No supe que decir pero, con el tiempo, recordando la anécdota, quizás, de alguna manera inexplicable, entendí mejor a aquel hombre al que tanto debo.
Historias de la historia, retazos de lo que somos, de lo que fuimos y somos, expresión oral, parábolas, fábulas, moralejas, anécdotas que nos describen, definen, difieren… Curiosidades que son la llave del éxito y el fracaso.
Al parecer, buscó el mismísimo Alejandro Magno a Diógenes, de enorme fama, y del cual se reían por su rechazo a la vida material. Cuando le encontró desnudo y tumbado a orillas de un río, Alejandro Magno a lomos de su enorme caballo, le hizo la siguiente proposición: «Tú, Diógenes el Cínico, pídeme cualquier cosa, ya sean riquezas o monumentos, y yo…, te lo concederé». A lo que Diógenes contestó: «Apártate, que me tapas el sol». Aquellos que iban con Alejandro Magno empezaron a reírse de Diógenes, pateándole, y a decirle que cómo no se daba cuenta de con quién trataba. Alejandro Magno hizo acallar las voces burlonas cuando gritó, quedamente, que «si no fuera Alejandro quisiera ser Diógenes».
Isadora Duncan (1877-1927), la conocida dama de la danza, tuvo la mala suerte de que en un viaje en coche el pañuelo que llevaba al cuello, demasiado largo a todas luces, se enredara en una rueda del vehículo y acabara por romperle el cuello, falleciendo en el acto. Otra muerte curiosa fue la de Humphrey de Bohun (1276-1322) que murió en combate, lo que no es mal final del todo para un militar y conde. La parte no tan decente es que este británico vio su final con una pica metida en el culo, literalmente, que al fin y al cabo fue lo que lo mató.
Breviarios olvidados, legajos, anécdotas con intención o historias de la vida misma, que hacen que la vida sea vida y la muerte, muerte.
En sus últimos años, cuando ya había perdido la vista, Borges solía pasearse por la ciudad de Buenos Aires pidiendo a otros viandantes que lo ayudaran a cruzar la calle. En una ocasión, un muchacho de poco más de veinte años, inexperto sin duda, le dijo, tras llegar al otro lado de la calle:
—Yo soy peronista, ¿sabe?
A lo que Borges replicó, sin inmutarse:
—No se preocupe, joven: yo también soy ciego.
Fragmentos que, de alguna forma, lo cuentan todo, trozos del espejo roto, sucesos olvidados o no, venturosamente parecidos todos, que nos hacen lo que somos, ecos de voces que pronunciamos.