Pobres los pueblos que necesitan héroes

Ahora que han pasado unos días del 5-1 de Holanda, que aún nos mantiene como anestesiados y mudos, y justo antes del partido contra Chile, me permito unas líneas de reflexión a este respecto.

No seré yo el que abra el debate. No. Esta equipo, la Roja, me ha hecho tan feliz, nos ha hecho tan felices, que entenderé su final, el final de una etapa, tanto como vibré con sus inicios, el despegue de una leyenda, y con todo este camino que nos ha traído hasta aquí; no seré yo el que juzgue a posteriori sobre la idoneidad de unos y otros, y sobre la mejor elección, siempre subjetiva y debatible; no seré yo el que tenga una mala palabra sobre unos jugadores y un entrenador que nos hicieron vibrar como nadie jamás lo hizo… No.

Que no se nos olvide que esta selección nacional rompió el molde. Hicimos, hacemos, hemos hecho un fútbol tan perfecto que parecía imposible, tan resuelto que parecía suicida, tan estimulante que a nadie dejó indiferente. España ha dominado el fútbol mundial durante los últimos seis años. Que no se nos olvide.

Puede que mañana caigamos contra Chile -apuesto a que no, pero es posible-, y aun así, con todo, este bloque tendrá todo mi respeto, mi aplauso y admiración. Formará parte de nuestra memoria, como parte de la leyenda que todo país necesita, y que esta España se niega a fabricar en otras áreas. Nunca dejaremos de estar agradecidos a este equipo: el pie de Iker, la galopada de Torres, los penaltis contra Italia, el gol de Iniesta, aquel minuto 116…

Esta selección española, que ahora algunos critican y otros entierran sin la menor exigencia, creó un fútbol heroico y virtuoso. Muy lejos de lo que se lleva ahora en otras canchas. El plan era jugar, jugar, jugar…, era el triunfo de la belleza en un mundo arrodillado a la eficiencia, era la ilusión de un equipo que mandaba, que tocaba, que tocaba, tocaba…, consiéndose el balón a la bota hasta el final de los finales, que en el fútbol siempre es el gol. Sucede muy pocas veces en la vida: aquello fue un error delicioso.

Caímos contra Holanda abruptamente, como el que despierta de un sueño mientras es disparado. La Roja se deshizo como una montaña de arena fina a merced del poniente. Todo sonó a la última canción de la fiesta, a punto y final, a beso amargo de despedida, a niebla… No hubo aliento, ni velocidad, faltó la magia y la suerte. Faltó todo. Pareció la noche de los cristales rotos de un incomparable equipo, al que nunca dejaremos de estar agradecidos.

Sin embargo, y justo por todo ello, quiero recordar que este fue el mismo equipo que ganó una Eurocopa, un torneo que ya habíamos olvidado; el mismo equipo que ganó un Mundial, perdiendo el primer partido, lo cual además de sorprendente fue inédito; el mismo que ganó otra Eurocopa sumando una cadeneta de éxitos jamás conseguidos, de los que hablaremos con el mismo entusiasmo, que lo hago hoy, dentro de varias décadas.

Si llegó el momento de cerrar una etapa, hagámoslo con respeto a los que tanto nos dieron…, y si ese momento dura, y seguimos ganando, celebremos el éxito de los errores deliciosos, del fútbol increíble y de la madre que los parió.

Nota 1: Alguien le dice al Galileo de Bertolt Brecht: “pobres los pueblos que no tienen héroes”. Y Galileo le contesta: “pobres los pueblos que necesitan héroes”. España, pobre, necesita.