Cuentas

14 Nov

Cuando estudiaba matemáticas los meses tenían en el libro 30 días y el año 50 semanas, nos enseñaban cálculos de intereses, capital, tiempo y réditos partidos por 100. Luego, cuando la vida real manifestó su dureza, jamás he usado una sola de aquellas operaciones matemáticas que, como tantos otros saberes escolares, sólo tenían como objetivo la tortura y derribo mediante suspenso del escolarillo. Odio las matemáticas. Los meses de verdad acaban sobre el día 15 cuando la nómina y las tarjetas no dan más de sí; las dos semanas siguientes se hacen como cuatro y el año tiene más semanas de la cuenta, las últimas, por cierto, con muy mala idea a causa de los gastos a los que obligan, y las primeras de enero se hacen laaaaargas como atardeceres de julio. En el colegio mentían con eso de que los meses eran iguales y con lo de que un ciudadano en casa, pertrechado de boli y libreta, calcularía lo que el banco iba a hacer con él y con sus dividendos, multiplicandos, sustraendos y capitales ultra-compuestos a los que aquellas ingenuas fórmulas, ya digo, ideadas para que el matemático se ensañara con sus alumnos, jamás podrán hacer frente. Las matemáticas van por un lado y la realidad de la cesta de la compra, por otro. La cosa es más parecida a un video juego, donde los cajeros automáticos representan el repuesto de vidas para el héroe y los créditos y tarjetas especiales, los sanadores de heridas y las armaduras momentáneas con las que luchar contra los monstruos que aparecen a cada paso, que si un recibo del teléfono imprevisto con su lengua de fuego que abrasa una semana entera, que si un impuesto tras esa esquina, que si una multa en el buzón con una súper katana en las manos. Además están también los malvados, igual de dañinos aunque uno sepa dónde se ocultan. Reciben varios nombres del tipo vuelta al cole, el trío bautizos, bodas y comuniones, cumples de amigos y otros eventos inesquivables cargados de tinte rojo para los números de la cartilla, color letal para el jugador.

El caso es que en la escuela nos hacían unos cálculos y luego han sido otros. Como aquello de un maquinista que salía de Zaragoza y otro que salía desde Zamora, en caso de que Zamora tenga tren, y se encontraban en un punto, como si uno tuviera que saltar desde un tren en marcha y subirse al otro. Fuera del aula no creo que nadie en la historia de la humanidad ferroviaria haya realizado esta operación jamás por si se cruzaba con su primo el de Teruel y se saludaban por la ventanilla allá por Burgos. En fin, los números de la vida siempre han sido otros y encima yo me crié en una España donde los trenes tenían una sola vía, grave impedimento para esos maquinistas que anhelaran cruzarse y darse parabienes y telefonear a su maestro para comunicarle tan venturosa alegría de haberse cruzado al fin gracias a aquellos cálculos tan ciertos. Como yo otros muchos trabajadores soñamos, aun de forma inconsciente, con llamar al profe de matemáticas y decirle que sí, que por fin divido la nómina entre 30 días y va todo estupendo y el restillo lo invierto y calculo los intereses que me darán en un pis-plas y que ahora comprendo la tortura y cierto sadismo con que los profes de matemáticas suelen adornar su pedagogía por nuestro bien. No, no puedo y soy yo, y somos muchos, los primeros en lamentarlo. Han cerrado miles de comercios y negocios que ya da pena pasear algunas calles. Tras cada escaparate vacío, ahora mugriento, se enmohecen ilusiones y se nutren tragedias personales. De la suma de tanto cálculo erróneo llega la cifra certera del paro. Como avisan los últimos datos, la falta de consumo interno en España impide su crecimiento económico, plano como la paz de los muertos en el último trimestre. Turismo y exportaciones son incapaces de insuflar capitales suficientes para que la maquinaria funcione; lo que sí entró por el cuerpo es el miedo a equivocarse y que una cuenta mal hecha te mande a la puerta de la iglesia, al comedor social o a sobrevivir de la pensión paterna, moderno eufemismo de la cartilla de racionamiento. No salen estas malditas cuentas si no es para certificar la ruina.

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