De otro tiempo

19 Sep

En Fuengirola, los pescadores de moluscos se encuentran al borde de la ruina. Sus habituales fondos de marisqueo no dan más que disgustos entre la marea roja y el necesario paro biológico. El desplazamiento a otros caladeros ni es rentable por el gasto en combustible, ni por la talla de las capturas. Además la crisis económica ha provocado lo que siempre provocó en Málaga, que el paro obligue a muchas familias a lanzarse al oleaje de la pesca furtiva. El caso es que los tripulantes de unas veinte embarcaciones se encuentran desde hace cuatro meses como la Penélope de la canción de Serrat, esto es, mirando al horizonte por si llegara, no el novio sino el momento de la faena. En el mar ya se sabe, camarón que se duerme, pues eso, que no come. Estos marinos ya llevan cuatro meses en paro obligatorio. Una situación de otro tiempo más que de este siglo. Los pescadores europeos son el último reducto de los pueblos primitivos de cazadores-recolectores. La semana anterior se hizo público que la dieta de los neandertales en Torremolinos se componía en gran parte de marisco, como la de los actuales turistas y autóctonos que casi con tan poca o menos ropa que ellos nos lanzamos hacia los restaurantes de la Carihuela y de la Costa en general. Aunque aquellos hombres parecidos a los trol de los cuentos nórdicos se hubiesen alimentado durante toda su existencia con todo el pescado y frutos del mar que hubieran deseado ingerir, sus raspas y conchas no habrían llenado las bodegas de una sola noche de capturas de unos pocos barcos actuales. El mar es el mismo, la población que demanda coquinas, almejas y friturita malagueña se cifra en los meses de verano en muchos cientos de miles más que todos los neandertales que poblaron Europa.

No hay molusco para tanta gente. A pesar de los cambios tecnológicos, la actividad pesquera sigue siendo en su esencia la misma que realizaron los humanos recolectores y cazadores hace miles de años. Pero aquellas gentes no tenían que pagar el seguro de autónomo ni las cotizaciones a la Seguridad Social mes tras mes, ni todos esos recibos que no entienden de mareas rojas, de regeneraciones biológicas ni de inmaduros. Como toda actividad humana las faenas piscícolas tienen que cambiar. Lo están haciendo, pero aún quedan demasiadas situaciones penosas producto de un método de caza preso en las redes de una época que caducó hace muchos años. Mi madre alimentaba los veranos de mi niñez con gazpacho, chanquetes fritos, boquerones, almejas y unas coquinas que se venían en las manos apenas los niños escarbábamos en la arena de la Misericordia o del Chanquete. Toda esa escena dibuja una estampa costumbrista. Nostalgia de lo que fue y varó en el rebalaje del recuerdo, seguro deformado por las pequeñas trampas con las que la memoria confunde al pasado. Las mallas se han hecho más estrechas, los mares se esquilman porque la población humana crece y crece. Los pescadores no pueden quedar como aquellos cazadores de búfalos de las praderas americanas. Las almejas de criadero son insípidas y el paladar detecta rápido una lubina o dorada salvaje, pero esto nos ha tocado vivir, y tampoco es una tragedia. Las inversiones en piscifactorías deben arrinconar las subvenciones; los aguerridos capitanes de barco y marinería se tienen que transformar en biólogos e ingenieros. Quizás las tecnologías necesarias o los problemas que plantea la sanidad del pescado aún no estén tan resueltos como para que la pesca tradicional pueda ser hundida en el baúl de las curiosidades antropológicas, pero para eso están las inversiones en ciencia, para lograr lo imposible. La prioridad administrativa en este momento debe ser la de ayudar a todas estas familias de Fuengirola que por imperativos legales y de la naturaleza ven peligrar su subsistencia; si este capital se hubiese invertido en unas líneas de investigación precisas hace décadas, el problema de gasto ahora sería menor y las tareas pesqueras continuas como en cualquier fábrica. Si está claro, camarón que se duerme… Y la ciencia española aún está muy dormida.

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