El buen pastor, todos los que somos cristianos y hemos escuchado el Evangelio de San Juan lo sabemos, es el que da la vida por sus ovejas, aquel que no abandona al rebaño cuando aparece el lobo… En el ámbito cofrade el señor que cuida del rebaño es quién es y no hablo en el plano espiritual, sino en el fáctico. Pero no quiero empezar la Cuaresma hablando de hermanos mayores, hermanos al fin y al cabo, que no se me olvide porque este año quiero salvarme y no condenarme. Esta vez quiero escribir del rebaño. De las ovejas, vaya. De toda esa masa ingente que sigue a sus pastorcillos. Como en la vida real hay dos tipos de rebaños, el formado por el mismo tipo de animal herbívoro y el mixto. Déjenme que les explique el segundo. El mixto está formado por ramoneadores (pequeños rumiantes) y pacedores (bovinos), es decir, formado por diferentes especies que se complementan en el uso de los distintos hábitos de alimentación. ¡Pero todos en el mismo rebaño!. Ahí es donde está la verdadera tarea del pastor. Personalmente si tuviera que escoger el tipo de rebaño al que pertenecer, preferiría con diferencia esta segunda clase porque además de ser más enriquecedor para todos, beneficia más al pastor, que puede aprender muchísimo más. En el caso del primer tipo se puede llegar al extremo de borreguismo y ya se sabe, el borreguismo ancla, entorpece y atonta, crea falsos espejismos en el pastor porque se cree el mejor entre todos los pastores (rayando en la blasfemia) y entonces, ¡Zas! peca de soberbia y ya la hemos liado, otro que no se salva… Mientras que en el segundo caso de rebaño, sin embargo, se pueden enriquecer no sólo las alforjas (y no me refiero a las pecuniarias) sino a los individuos: aprendes a convivir respetando las ideas de los demás y sobre todo haciendo un maravilloso ejercicio: el de pensar. Y recuerden: cada uno escoge el tipo de rumiante que desea ser, en cada decisión. Siempre estamos a tiempo de cambiar. De eso se trata la Cuaresma, de cambiar para mejorar.
El buen pastor
25
Feb