«Lo que se supo de los sueños», decíamos en la anterior entrada. Y hablábamos de que eso, lo que de cosas como el dormir y el soñar, o como el alimentarse y trabajar, o como otras mil y uno de los asuntos que ocupan nuestra vida, todo eso son elementos que configuran nuestro cerebro y diseñan nuestra mentalidad.
Lo que se sabe de los sueños, ahora, lo dejamos a un lado. Lo que se supo, en cambio, lo tomamos de la mano y procuramos que nos lleve a algún modo de entendimiento de este «milagro» (¿a la vez que este misterio?) que somos todos los seres vivos, en especial los seres humanos. Digo eso, milagro y misterio, porque somos capaces de dimensionarnos más allá del tiempo. Entre otras cosas, con el lenguaje escrito y con la memoria viva del pasado.
De los sueños se supo, básicamente, estas tres cosas : una, que era una vía mántica, un modo de acceder a posibles adivinaciones sobre las cosas futuras y también sobra otras que, siendo ya, no son aquí, sino «al otro lado del río» : en el más allá de la vida y la muerte. Sirva de ejemplo el famoso «Sueño de Escipión», que relata Marco Tulio Cicerón en el libro VI de su República, si mal no recuerdo. Es un texto muy estudiado y comentado. Otra cosa, que los sueños se podían usar para curar determinadas dolencias, mentales sobre todo, y como prueba de ello están los textos griegos ( y sus templos, como el de Epidauro, entre otros muchos ) donde se practicaba la terapia con sueños.
Y la cosa tercera, – entre otras más que ahora dejamos para ocasiones posteriores -, que se sabía de los sueños es que los había «verdaderos» y «falsos», y los verdaderos podían conectar al soñador con divinidades varias y recibir así instrucciones valiosas. Esta tercera cosa está, como es lógico, muy conectada a la primera, y también a algo que ha llegado hasta nuestros días : los sueños pueden ser interpretados. Como prueba de ello, entre otras muchas, está el libro de Artemidoro de Éfeso (o de Daldis, que el griego se adscribía con frecuencia a la patra chica de su madre, más que a la ciudad de Éfeso), titulado «La interpretación de los sueños». Eso, por no citar textos de diversos libros de la Biblia donde se refieren hechos y vida y «milagros» de grandes intérpretes bíblicos de sueños, como José ante el Faraón, o como Daniel, que interpreta el sueño de Nabucodonosor.
Como es lógico, en aquellos pueblos de la Antigüedad, – hebreos, caldeos, egipcios, griegos, latinos…, etc. -, había el correspondiente «dios del sueño», como ese Bes que representamos en la imagen, enano protector también del hogar y celoso guardador de la danza y la alegría, entre otras cosas. Ni que decir tiene que para el pueblo hebreo sólo el Dios Único podía dar o no dar el don de la clarividencia de los sueños. Seguiremos con estas cosas.
Estos tres aspectos deberemos ampliarlos, en posteriores textos. Algunos, modificados por el conocimiento científico, han llegado a nuestros días, como la terapia de los sueños. O en otro orden de cosas la interpretación de los sueños. Otros siguen de cerca la estela de antiquísimos conocimientos : con algunos sueños podemos anticiparnos a hechos aún no sucedidos, y conocerlos o «visualizarlos oníricamente» de antemano. Sean ejemplos los famosos «Sueños de don Bosco». Y otros más de los que no hemos hablado, han quedado en esos reductos que son «las magias» de actuales pueblos, como relata Carlos Castaneda en sus libros, desde «Las enseñanzas de don Juan» hasta «El don del Águila», por no citar sino sólo dos. Gracias, lectores.