El Aire, el Fuego

14 Sep

Entrar en el mundo de la poesía, en el universo de la literatura, es entrar en un cosmos muy especial. Se diría que auto-suficiente, si no fuera por el aire, si no fuera por el fuego. El aire es la voz, el fuego está adentro : al pensar, al sentir, lo que se dice o se plasma en el texto, es algo que arde. En el interior mismo del ser que dice, del poema incluso, donde se dice lo que ahora llamamos “fuego”. La poesía es fuego que se nos representa como canto, o como cántico.

Amor constante más allá de la muerte

“Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,

dejará la memoria, en donde ardía :

nadar sabe mi llama la agua fría,

y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien  todo un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.”

Este soneto de don Francisco de Quevedo es uno de los más famosos y estudiados de la poesía española del Siglo de Oro. Hispanistas como Amado Alonso, Fernando Lázaro Carreter, María Rosa Lida de Malkiel, entre otros, han ahondado en sus fuentes, en su múltiples ecos, en la misma gestación del soneto por Quevedo.

Jorge Luis Borges, en quien en unas lineas más bajo nos vamos a detener, en su libro de breves ensayos “Otras inquisiciones”, (Buenos Aires, 1960), propone un antecedente clásico para uno de sus versos, justamente el más celebrado de todos, el verso final, “polvo serán, mas polvo enamorado”. Conviene saber de paso que Borges insiste en el hecho de señalar a Quevedo como el ejemplo más claro de literato pleno de toda la Literatura Española.

Note el lector cómo el poeta ha escalonado los elementos del ser humano entrado en profundo amor, en los seis versos finales del soneto :

Alma… su cuerpo dejará…,

venas… serán ceniza…,

medulas…, polvo serán...

En la palabra medulas, señalaré que en el siglo XVII no se acentuaba en la primera sílaba, no era palabra esdrújula, no se decía “médulas”, sino que era palabra llana : se pronunciaba “me-dú-las”, pero el acento no se convertía en tilde, sino que seguía la norma que persiste en la ortografía castellana: las palabras llanas, no llevan, salvo las excepciones de rigor, tilde. Se leen y pronuncian con el acento, pero no se representa éste en tilde alguna. Aclaro esto para la correcta lectura del texto.

Se trata de un tema clásico: el amor no cede ante la muerte, y perdido el respeto a esa severa ley de vida que es la de morir, que por fuerza nos alcanza, se impone a ella y resurge, vencedor, en un modo de fuego que los ojos no pueden ver pero que el ánimo sabe entender. Quevedo escribe dentro de una tradición muy rica, y su momento histórico y literario está muy cerca del “Romeo y Julieta”, de William Shakespeare.

Pocos siglos antes la “Tragicomedia de Calixto y Melibea”, nuestra inmortal “Celestina”, ha irrumpido en la escena literaria castellana con fuerza inusitada. Y poco antes, Dante en su “Divina Comedia” presenta a una Beatriz que acompaña al poeta en su recorrido por el Paraíso. El caldo de cultivo de la mítica idea de el amor como sentimiento que sobrepasa a la propia muerte estaba sin duda plenamente vivo, y don Francisco de Quevedo sabe hacer, de lo que es tradición, página nueva, palabra original : ha encontrado el camino que lleva al aire a devenir fuego, y las voces no suenan dispares ni muertas, sino que arden en el interior del sentir más pleno. Eso es lo que decíamos al inicio de estas palabras, eso es lo que apuntamos en  el título mismo, “El Aire, el Fuego”.

Decía Borges : “El Lenguaje -ha observado Chesterton– no es un hecho científico sino artístico; lo inventaron guerreros y cazadores y es muy anterior a la ciencia.” Nunca lo entendió así Quevedo, para quien el lenguaje fue, esencialmente, un instrumento lógico.” Y más adelante, añade:

“No pocas veces, el punto de partida de Quevedo es un texto clásico. Así, la memorable línea :

“Polvo serán, mas polvo enamorado”,

Es una recreación, o exaltación, de otra de Propercio (Elegías, I , 19):

“Ut meus oblito pulvis amore vacet.”

(Página 42 del volumen II de las Obras Completas de J. L. Borges. Emecé Editores, 1ª edición, 1997).

Falta reparar en el ritmo del texto del soneto que arriba hemos puesto. Alterna versos que empiezan con sílaba acentuada, esto es, tónica, (como “som-bra que me llevare…”, “Al-ma a quien…”, “ve-nas que…”, o ese mismo verso final, “pol-vo serán, más polvo enamorado”), con versos que tienen su acento inicial en la sílaba segunda e incluso en la tercera. Todo ello, buscando un a melodía, una musicalidad que el magnífico poeta y prosista del siglo XVII español dominaba como pocos. Aire, fuego. Un poema no son palabras tan sólo, palabras engarzadas para simple artificio o como mera demostración de habilidad. Son, antes que otra cosa, un dominio del lenguaje, sí; pero puesto al servicio de un algo más, interior, casi secreto a veces, que es lo que por dentro nos arde y enaltece: Fuego, Aire.


2 respuestas a «El Aire, el Fuego»

  1. “El aire es la voz” dices, por tanto es la voz la que aviva el fuego del amor, ese al que tanto han cantado los poetas.
    Ese amor eterno, que perdura en el tiempo y sobrevive a la persona física parece reservado sólo para ellos, quizás precisamente por tener la facultad de avivarlo con sus textos.
    Gracias por estas entradas. Un placer leerlas

  2. El amor,tantas veces razonado,tantas explicado pero dificil de entender,si no fuese por los poetas.El fuego es amor,pero es tan complicado y a veces equivocado saber hacia donde se dirigen nuestras llamas. Sr.Laza,bien razonado por su parte y ese soneto tan precioso que te transporta hacia la esencia del amor y el final que no termina.
    Saludos

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