Yo tengo un bello proyecto para el cine Astoria, que abarca toda la plaza de la Merced y dice así: “En cada uno de sus vértices se colocará una sencilla fuente para surtir al público y, en el centro, la originaria de la que manara el caudal vertiente de aquellas. La forma de la central será más esmerada aunque también de lujo. Consistirá en un islote de llorones y adelfas, por entre los que debe serpentear el agua y precipitarse sobre cascadas al pilar rústico que formará el depósito de esta fuente. Los triángulos que resulten de la indicada partición contendrán subdivisiones de jardinería y cuadros de flores (…) También se edificarán canapés en los círculos que rodean a las fuentes.
Los árboles que las formen serán de distintas especies, colocadas simétricamente, tales como catalpas, zeforas, fresnos de las Luisianas, acacias, glicias, plátanos orientales, bellas sombras, paraísos y otros, cerrando la alineación de sus tramos, adelfas dobles encarnadas con algunos ramos blancos y rosales de diversos colores. Todo este ameno recinto se cerrará con un muro de naranjos y limoneros, cuyas ramas entrelazadas desde el nacimiento de sus troncos, formarán una perspectiva más risueña y grata con su verdor constante”.
El proyecto no me lo he inventado yo, data de 1833, y fue una simple iniciativa irrealizada como tantas. No obstante, me parece bien logrado. Sería muy hermoso que los terrenos del Astoria sirviesen como pulmón verde a la ciudad al igual que los del cine Andalucía. La ciudad ganaría no tanto en cifras, pero mucho a nivel anímico, sobre todo, al llegar el verano, cuando el ladrillo y el cemento multiplican el manotazo de fuego del terral.
Por el momento, yo disfruto de la floración primaveral de las rosadas albizias y las inefables jacarandas, comprendiendo en su justo punto estético por qué Juan Gaitán, mi compañero de los viernes, llama a esta ciudad “Ciudad Violeta”.
Hay lugares hermosos en Málaga, pese a esos paréntesis de descuidos, sobre todo, en la dolorosa periferia de los barrios. Hay lugares, objetivamente, mucho más bellos que la Plaza de la Merced, jardines asomados al mar en el Limonar y La Caleta, que justifican que Vicente Aleixandre llamase a nuestra ciudad, “Ciudad del paraíso”.
Sin embargo, creo que, entre todos ellos, no hay ninguno más emblemático que esta Plaza de la Merced, paradójicamente de espaldas al mar. En ella se simboliza gran parte de lo que somos. Y así lo celebra en uno de sus más célebre artículos, nuestro Juan José Relosillas, también vecino de este espacio, al igual que otros fantasmas legendarios.
Aquí nació Pablo Picasso y vivieron otros genios estrafalarios que sólo se pueden dar por estos lares; el poeta Pedro Luis de Gálvez y el escritor bohemio Alejandro Sawa. Incluso Bernardo Ferrándiz, quien con su apasionada persistencia formó la Escuela de Bellas Artes de Málaga en la segunda mitad del siglo XIX, que ahora sirve de referente en el Museo de la Ciudad.
El obelisco que se alza en el centro de la plaza en homenaje a Torrijos da testimonio del espíritu indómito que ha sido santo y seña de la personalidad malagueña, rebelde y valiente contra la tiranía de Fernando VII y contra toda imposición irracional, valga la redundancia, que se haya querido imponer (valga la redundancia también).
Por algo esta plaza se llamó antes, Plaza de Riego en memoria del general liberal que la habitó.
Otro elemento de la plaza son los extranjeros, nada nuevo por otra parte.
De ingleses, franceses, alemanes y holandeses están hechos los apellidos de esta ciudad desde el siglo XVIII. Gente bien aceptada cuando han venido a generar prosperidad y crear puestos de trabajo y que supieron que la condición para establecerse aquí no era sino la de mezclar su sangre con la autóctona para crear vínculos con la tierra de acogida.
Lástima que estos vínculos en los que la aristocracia se perpetuó, practicando la endogamia, produjesen ese mal de la “majaronería”. Hemos tenido majarones ilustres y otros no tanto, qué se le va a hacer.
Pero, en definitiva, es primavera y en nuestra plaza de la Merced, han florecido las albizias y las jacarandas. También las casetas de la Feria del Libro con sus libros en papel que son igualmente de sustancia vegetal.
Y yo creo que nos tenemos que seguir dando una oportunidad, tanto a los espacios verdes como a la cultura, porque esta ciudad es tan grande como la hacen nuestras ganas y nuestros deseos. Vamos a por todas.