El escritor maduro

9 Jun

No tengo problemas de identidad sexual. Por lo general, me encanta ser mujer, a pesar de que no es el sexo más conveniente para dedicarse a la literatura. No voy a decir que todavía el mundo de las letras está bastante masculinizado, pero ya lo he dicho.

Cierto es que en él, las mujeres pueden hacer incursiones, a veces, importantes incursiones, sobre todo, a nivel de ventas, a condición, claro está, de que cultiven la trama sentimental en cualquiera de sus versiones; histórica, policíaca o autobiográfica e intimista.  Pero si intentas cruzar esta línea estereotipada, normalmente, puedes sentirte como gallina en corral ajeno.

En el mundo de la columna, también se mantienen este tipo de categorías. Los artículos de fondo, los considerados “serios”, se identifican con nombres masculinos, mientras que el articulismo femenino se mueve más por el tonito frívolo, el costumbrismo doméstico, los asuntos simpáticos de la vida cotidiana, los guiños picantones y así. Bien está que, a fin de cuentas, pese a su levedad o precisamente por ella, pueden ser los más leídos, tanto por mujeres como por hombres. La seriedad y la gravedad abruman, la documentación desorbita y la ligereza refresca mucho más que lo sesudo. Pero la reputación, a la postre, se inclina por la solemnidad y no tanto por el porcentaje de lectores.

Decía Antonio Orejudo que nuestra generación estaba educada en la lectura sin placer por cierta superstición judeocristiana. Eso nos hacía dar preferencia a ciertas novelas experimentales, cuya aridez e ininteligibilidad nos sometía a un sobreesfuerzo doloroso por la creencia de que era precisamente la dificultad la que las hacía prestigiosas.

Por su parte, Elvira Lindo, en su presentación de la reedición de “Tinto de verano” en la Feria del Libro de Málaga, hablaba de otra dificultad, la que tienen las periodistas al querer pasar la frontera hacia los temas “serios”, por resultar disonantes en un terreno donde no se las espera.

Otra cosa es aspirar a cultivar un estilo, por encima de los clichés de género y los impositivos comerciales; eso es muy honesto y loable, aunque suena a vocación de autor póstumo. Hasta hoy mismo, yo he querido estar en esa línea. Sin embargo, cuando vienes del supermercado y compruebas lo frágil que es un billete de veinte euros, a como se ponen los precios, y lees las declaraciones de Rajoy en los titulares de una revista de economía “Estoy en mi mejor momento”, casi te rindes a la fatalidad y fantaseas con hacer literatura comercial.

La realidad se impone, qué duda cabe, Joaquín Bardem renegaba del mercado Hollywoodiense y quería hacer sólo cine de autor y ahora sale en “Piratas del Caribe” interpretando a no sé qué especie de zombie. Nada que objetar,  ya es padre de familia y  precisa de ingresos, cómo no.

Pues bien, yo también calibro el futuro inmediato, porque la gloria post-mortem alimenta poco y me planteo una fórmula de éxito de ventas.

Tengo ya una idea morrocotuda, pero me falta un detalle. Vale que, siendo mujer, puedo escribir novelas de trama sentimental, aunque veo la cosa ya muy sobada.

Lo comercial, es que yo sea un hombre y escriba novelas sentimentales; un hombre maduro y sensible con el que pudiesen empatizar las lectoras. Ser atractivo me resultaría fácil;  los parámetros de atractivo del varón cuentan con manga más ancha y  sus arrugas y canas resultan, como producto de la experiencia, un sumario de seducción. Claro que sí el avejentamiento es demasiado plausible, siempre está la foto en blanco y negro que atenúa esos incómodos efectos del paso del tiempo.

Yo lo veo así, redondo; como escritor, sería un hombre, más bien de pelo cano, sonrisa abierta y ternura en las manos.

El público femenino está muy necesitado de ese tipo de especímenes sensibles que tanto nos

entienden y nos admiran., que tanto se ponen en nuestra piel con sus palabras, aunque sus actos las desmientan claramente.

Ser el hombre ideal me parece muy sencillo y también muy rentable. Las mujeres son las que más leen, según los estudios de mercado a día de hoy.

Lo otro es empecinarse en no pertenecer a ninguna categoría, ni de sexo, ni de género ni de escuela ni de nada; ir por libre  y esperar que el mundo cambie, cuando más retrógrado se pone.

Da igual. A ti, lectora, lector, que me sigues, aunque nunca me lo digas, nunca voy a decepcionarte. Somos cómplices de las mismas intrigas y sabemos que el futuro llegará, por su propio peso, por más que se haga tanto de rogar. Resistiremos.

 

4 respuestas a «El escritor maduro»

  1. Lo volátil del billete de a veinte, en el súper, no dolería tanto si prestásemos más atención a, por ejemplo, George Clooney y su anuncio del Nespresso, donde va para eterno. Que si se pone a escribir, siendo hombre, actor y maduro, seguro que da el pego y sería futuro líder de ventas, aun plagiando lo escrito, que ahí lo bordó también alguna televisiva, mujer y madura española. Sin embargo, para eso hay que servir, se dice, cuando ya el escrúpulo queda desbordado, entre el rechazo y la hipocresía, que de todo habrá. Pero, si no lo haces, pudiendo hacerlo, más que maduro serás un maúro – que suena menos venezolano – un sopazas de píllamelas ahí que ya voy…Mas, como no es así y que hay vida (todavía) fuera de la realidad distópica del presente que vivimos, de suyo mala, a veces menos mala, sigamos confiando en el sueño utópico que, pensándolo bien, es como el famoso peñón: una cuestión de madurez…
    Aguante y siempre avanti, Lola.

  2. Tú lo has dicho, George Clooney, ese vendería como rosquillas….
    Y bueno, el negro de aquella no escritora se puso rojo, porque plagió a otra sí escritora y la hizo famosa. Yo digo que no hay mal que por bien no venga y, plagiando otra frase, que quien resiste, gana. Resistiremos, Winspector!!!!

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