De Trieste a Zagreb

9 Sep
Zagreb

De Trieste a Zagreb hay un autobús que sale a las 16.30 y tarda sobre cuatro horas. Es la mejor opción, pues en otro horario el trayecto se eterniza con las paradas.
El bus es muy cómodo y con aire acondicionado y el viaje se pasa sin sentir, pues resulta muy ameno contemplar desde la ventanilla el paisaje poblado de verdes apacibles. Por si fuese poca amenidad, yo voy acompañada de una diáfana novela de Dubravka Ugresic, “El ministerio del dolor” sobre la desintegración de Yugoslavia.
En esta novela, la autora croata dibuja a una protagonista, que ejerce en Ámsterdam como profesora de un grupo de alumnos, procedentes de los diversos países en los que ha quedado fragmentada Yugoslavia, quienes exponen sus diversos puntos de vista tras la guerra. Un drama total del desarraigo, contado desde la objetividad plural. Hay que intentar comprender la realidad de un lugar antes de visitarlo.
Sin problemas, pasamos la frontera de Eslovenia, pero, al pasar por la de Croacia, nos detenemos más de lo previsto, pues la policía croata desconfía de una chica bosnia por insuficiencia de documentación. El conflicto de los Balcanes ha dejado heridas abiertas.
Al llegar a Zagreb, ya es de noche y nos encontramos con el primer problema; no disponemos de kunas y en muchos lugares sólo aceptan efectivo en la moneda nacional. Tranquilidad. Hay oficinas de cambio abiertas a esas horas y hasta en los quioscos es posible cambiar unos euros. El cambio está a un euro=7.34 kunas.
Un taxi al centro sale como mucho, al cambio, cuatro euros. El propietario del apartamento que hemos reservado ha esperado pacientemente, pese a nuestro retraso. Nos da la bienvenida, las indicaciones pertinentes para usar las instalaciones del apartamento y nos entrega las llaves, junto con un plano de la ciudad en el que traza puntos de interés.
El primer paseo, siendo la noche de un domingo, nos descubre una errónea primera impresión de ciudad solitaria en las inmediaciones de la catedral, el mercado Dolac y la plaza del Ban Josip Jelacic, centro neurálgico de la capital croata, que a la mañana siguiente será un hervidero. Más aún manifiesto en la calle Tkalciceva, artería de la movida zagrebí con numerosos bares y restaurantes, donde encontramos un segundo alojamiento. El apartamento, ubicado en un edificio histórico con un patio embellecido por las hortensias, ha sido remodelado por dentro con todo tipo de comodidades. El turismo es la principal fuente de ingresos para los propietarios de inmuebles y suelen ser excelentes anfitriones. Desde dicho apartamento, se accede fácilmente a la ciudad vieja, donde están los célebres palacios de la calle Opaticka y la plaza de San Marcos, donde la iglesia, la Corte del Ban y el Parlamento. En la ausencia de bares bulliciosos, la visita será silenciosa y reverencial, completándose con el mirador de Gradec desde donde se vuelve a divisar la catedral omnipresente y el mercado Dolac, pero un poco más abajo, junto a la entrada del funicular, encontraremos unos jardines con bancadas, donde los zagrebíes, disfrutan de su pivo (pinta de cerveza fresquita) a la última hora de la tarde con excelentes panorámicas de la ciudad a la sombra de los castaños. Es una idea fantástica pasar un ratito allí, antes de tomar tierra en la ciudad baja con el funicular de más corto trayecto del mundo.
La ciudad baja de Zagreb es otro mundo, compuesto de amplias plazas y calles al estilo decimonónico. Si buscas ambiente, lo encontrarás en la plaza del poeta Petar Preradovic, atiborrada de cafeterías, y también conocida por sus puestos como “Plaza de las flores”. Saliendo de allí en la calle Masarykova, está el monumento a Nikola Tesla, ingeniero y físico, precursor de la informática, frente a la casa Kallina y otros edificios que harán las delicias de los admiradores de la arquitectura modernista.
La monumentalidad está, en cambio, reservada para la plaza Mariscal Tito, donde compiten, frente a frente, el teatro nacional con el museo de arte y artesanía y San Jorge combatiendo al dragón cerca del museo Mimara. También para la plaza Marulic, que alberga el archivo estatal croata y el museo etnográfico, donde desemboca el jardín botánico y, por supuesto, la plaza del Rey Tomislav, primer rey croata, inmensa y flanqueada por el pabellón artístico, la majestuosa estación de trenes y el hotel Esplanade, donde se alojaban los viajeros del Orient Express, camino de Estambul, y un día, la provocativa bailarina Josephine Baker, siendo su presencia un revulsivo para que las damas decentes de la ciudad manifestasen públicamente su descontento.
De esta zona, yo me quedo con la plaza de Nikola Subic Zrinski, tapizada de flores y amenizada por la música. Ya sea desde la glorieta o en las esquinas que congregan a los virtuosos ocasionales. Un lugar ideal para reposar los pies y planear en el cuadernillo imprescindible los próximos destinos en la ruta de viaje.

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