Que no íbamos hacia el progreso, sino hacia el regreso, lo dijo aquel, y tenía razón. Porque la otra noche se me ocurrió poner la tele y me salió una película muy rancia en blanco negro, cuya trama se desarrollaba en una aldea, centrándose en el conflicto de unas damas, vestidas como de lagarteranas, que sufrían muchísimo de amores.
La que más sufría era una muchacha con cara de Dolorosa de viernes santo que lloraba lágrimas de cera por estar aquejada de una secreta y tórrida pasión hacía su padrastro, quien también herido por la misma flecha malsana, loco de celos, ahuyentaba a los pretendientes de su amada a escopetazos en un ambiente rural, muy de España profunda, donde pululaban personajes secundarios de apariencia silvestre y primaria, cejijuntos y con dentaduras difíciles de antes de la ortodoncia y sus alambres correctores.
Hubo en el metraje escenas muy emotivas como la del mozo honrado que le regala en la pedida de mano a la conflictiva prometida un escapulario. Un acto cargado de tintes edificantes y no menos pedagógicos, pues conviene que las nuevas generaciones conozcan bien en qué consiste el valor simbólico de objeto tan sustancial.
La película era una versión cinematográfica de “La malquerida” de Jacinto Benavente, quien, como Carlos Arniches (“Los caciques”), cultivó el drama rural para completar el retrato costumbrista de la sociedad española, extendiéndolo a sus pueblos, donde está el verdadero intríngulis de la patria, según dijo Azorín.
El caso es que la programación nocturna de la televisión nacional viene alimentándose con esta y otras películas, que parecen sacadas del baúl de la Piquer o la cómoda añeja de Juanita Reina o Imperio Argentina y el salón a la hora de la cena se nos llena de folclóricas con caracolillo a lo Estrellita Castro, cantando amores difíciles tras la reja florida a un bandolero montaraz o a un torero a punto de la cornada mortal en la plaza.
Un tipo de dramones, con manufactura de posguerra, que pintaban bien cuando la España de Franco vivió su obligado Brexit. Sometida la patria al bloqueo internacional por sus vínculos con el bando nazi, perdedor en la Segunda Guerra Mundial, se crecía como reserva espiritual de occidente, como imperio hacia Dios sobre sus cenizas y reivindicaba su orgullo idiosincrásico de raza con bailes regionales y NODOS triunfalistas en la oscuridad de salas de cine donde pululaba, entre el público, el hambre y la represión. Sin embargo, fue por entonces que se puso de moda esa tarandilla de “Como en España no se vive en ninguna parte”, que, curiosamente, pervivió entre gentes que nunca traspasaron las fronteras. Aunque también más tarde fuese leitmotiv de colonizadores ingleses que encontraron aquí un paraíso para su jubilación, donde el sol eterno y el alcohol baratísimo ¿Qué será de ellos ahora que el Brexit les impone fronteras de desarraigo?
Recordamos nuestro propio Brexit, aislados de Europa, en estas películas de Maricastaña, que parecen ser desempolvadas de los sótanos de la filmoteca como parte del plan de ahorro del dinero público. ¿Subvenciones al cine? ¿Para qué? Cuando luego a los directores les da por contar dramones sociales de tintes subversivos y los “titiriteros” la lían en el escenario en la gala de los Goya. También son ganas, teniendo a mano esas joyas de la cinematografía española, completamente gratis.
Además de ahorrar en dinero, se ha ahorrado en energía creativa, indudablemente concentrada en diseñar una campaña antipodemita morrocotuda de resultados a todas luces efectivos, por lo que se ha colado por todos los frentes. Doy fe de que, al editar un vídeo promocional de un cuento infantil que publiqué hace unos meses, me salieron por su cuenta unas leyendas a pie de imagen advirtiendo de que Podemos estaba financiado por el gobierno iraní y otras cosas por el estilo, totalmente ajenas al contenido de la trama. En realidad, vista la demonización intensiva del personaje, también observada por Carmen Rigalt, creo que nada sospechosa de pablista, lo raro no es que la coalición Unidos Podemos no haya obtenido más diputados, sino que obtenga una cantidad, pese a todo, tan considerable.
La abstención, una actitud más propia de la izquierda, se ha repartido entre los votantes tradicionales de IU, anti-coalición, y los socialistas que no querían un gobierno conjunto con Pablo Iglesias. Todo más que previsible. También que la derecha que sí vota pero no quiere mestizajes, haya castigado a Albert Rivera por su pacto con el PSOE, y vuelva a apostar por el PP.
En suma, en estas elecciones más que la confianza en Rajoy, ha ganado el miedo a Pablo Iglesias. Y así el progreso ha resultado regreso.
El regreso
1
Jul
Para ser más exactos, a este progreso bien podríamos denominarlo “el regreso II”, porque la primera entrega de la serie se realizó a principios de esta década. A no ser que se considere novedad – ojo, que en España, a la vista está, puede darse – toda la parafernalia decimonónica y novecentista con que fuimos obsequiados los atónitos ciudadanos españoles del siglo XXI, compuesta de cartelones y fotografías a la antigua de aquellos líderes revolucionarios de dictaduras totalitarias, ante las que, emocionados y casi genuflexos, sus actuales partidarios, en su mayoría veinteañeros, nacidos en plena democracia occidental y permisiva, han entonado viejos himnos o declamado frases vanguardistas, una vez franqueada la puerta de la capilla universitaria, del tipo: ¡arderéis como en el 36!; que después (obviamente, no se iban a ir de vacío, buenos somos aquí…) fueron contestadas con otras, no menos ingeniosas, entre las que se puede destacar ¡correréis como en el 39!. Claro, si ya estuvieron allí y vienen de vuelta…Y si no fuera por esos millones de viejos y viejas que no les votan, pero que no se mueren ni a hostias, el paraíso, qué digo paraíso ¡el cielo! ya estaría aquí…Y por esa prensa canalla…
Ante tan convincentes razones, los viejos y viejas, que serán los suyos también, han optado (aun si no han llegado a experimentar todavía, como la nueva ola de la política española -con perdón – esas vivencias, llenas de emoción y riesgo, de los años treinta y que nadie escarmienta en cabeza ajena) digo que han optado por regresarse. Es decir, lo verán, sí, pero en la tele. Y el que venga detrás que arree con toda su experiencia guerrera y su metodología, se busque un hueco en la política y parasite, estudie, trabaje o coja la maleta y se largue, que ancho es el mundo globalizado y el trabajo hay que buscarlo aquí y en Pekín, nadie te lo va a traer a casita…Y que, como dijo el clásico senequista, “gracias, pero en mi hambre mando yo”. Encima van a venir con esas…
Sin embargo, lo que dices corrobora lo escrito en el artículo. Ha triunfado el miedo a Pablo Iglesias antes que la fe en Rajoy. En mi opinión, no es tampoco para tirar cohetes ese tipo de lemas “más vale malo conocido…” y así.
Hubiese querido poder ilusionarme con un proyecto de mejoras que nos anunciase el inicio de una etapa de bonanza y prosperidad armoniosa en el país a oír esos suspiros “en plan, menos mal” de los que como siempre (casi todos) votan en contra y no a favor de un candidato
En España nunca fue
el vencer y convencer
porque hoy como ayer
es arrimarse al querer
Anunciar la buena nueva
queriendo asaltar el cielo
venerado por la abuela
es contradictio in adjecto
Aunque así, a bote pronto
(por decirlo a caso hecho)
diré que algunos políticos
por llamar al pueblo tonto
y quedarse satisfechos
se lo tienen merecido…
Vencer sin convencer,
¿qué es?
¿Y qué es votar
como tragar sin masticar?
Sin darle pan
al pueblo le han dicho tonto,
tonto de solemnidad.
Ése es el precio a pagar
por seguir trincando algo
en la zona rica y próspera
de la Europa Occidental
amiga que no tolera
que le hagan la pirula
con el estilo de Grecia
y muy mal lo disimula
Lo saben los jubilados
del sufrido país heleno
a los que ya recortaron
en un cincuenta por ciento
aquéllos que se enfrentaron
a la troika y prometieron
algo parecido al cielo
mas los dejaron clavados
a las puertas del infierno…
Es lo que suele pasar
si nos pasamos de buenos
y nos dejamos encandilar
con elixir de buhoneros…