Este verano ya no me voy nadando hasta la boya. Como muchos otros, en el rito de alcanzar la boya, asumo un desafío e interpreto que cumplo una meta. Y también que este logro me va a traer otro. Se trata, verdaderamente, de una superstición bastante idiota (“si llego nadando hasta la boya, voy a conseguir esto o lo otro…), pero he de decir que el primer verano que cumplí con ella a diario no sólo se me cumplió el deseo que le formulaba, sino también otro de propina y muy seguido, que consistió en uno de los mayores triunfos que he obtenido en mi vida, si no el mayor.
Ya sé que creer que uno consigue cosas extraordinarias porque le pide deseos a una boya –como si la boya fuese la virgen de Lourdes- es una auténtica estupidez. Estaría bueno creer que lo que logras, lo haces por gracia de una boya y no por todas las horas de esfuerzo y sacrificio que le has dedicado, pero me da que muchos hay que cumplen este rito con la misma esperanza. La gente, en la que yo me incluyo, somos así de ingenuos.
Este año, sin embargo, veo que casi nadie se acerca a la boya. Nos quedamos indecisos en el agua, mirando en el horizonte, el globo amarillo con un punto de impotencia y cobarde melancolía.
El motivo de esta parálisis son, sin duda, las medusas. Ciertas informaciones alarmistas sobre la plaga de medusas en nuestras costas, nos tienen con el corazón en un puño y cada dos por tres, oyes en la playa, desgarrados gritos de terror, “medusas, medusas”, bastantes desproporcionados al verdadero peligro que representan los cnidarios, pero que, a la postre, nos disuaden de alejarnos demasiado de la orilla. Dudosa precaución, ya que, por lo menos, este año es precisamente en la orilla donde más se concentran.
La orilla, en plan también metafórico, es un error y un peligro para el progreso del ser humano, pues como dijo Ortega y Gasset, “Solo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos”.
No obstante, la consecución de una meta entraña también sus peligros.
El verano pasado me encontré muy cerca de la boya, una Cotylorhiza tuberculata. No era una Cotylorhiza tuberculata cualquiera, era una Cotylorhiza tuberculata como la copa de un pino y, el terror a rozarla, fue lo que me impidió alcanzar mi meta en los últimos días de vacaciones. No es que tirase la toalla fácilmente; una tarde tras otra me empeñaba en seguir nadando hasta la boya y tocarla como lo venía haciendo cada día, pero la medusa enorme sin moverse de aquel mismo punto, me lo impedía.
La cosa me la tomé, finalmente, como una siniestra metáfora, deduciendo que iba a encontrar algo o alguien que me serviría de obstáculo a los objetivos que me había propuesto para aquella próxima etapa y, en fin, la verdad es que apenas se cumplieron. Nadie me quita de la cabeza que aquella medusa fue una advertencia. Suena a fábula de Miguel Ángel Santos Guerra, pero es que yo en esas fábulas también creo.
El primer verano que, proponiéndome el reto de la boya, logré dos hermosos deseos, también hubo un día, casi al final, que al estar a punto de tocarla, se posó sobre ella una gaviota y arrancó a gritar. Con el tiempo, he llegado a pensar que me alertaba de los riesgos que entraña obtener una meta, que, a estas alturas, ya he sabido, los hay y gravosos. El éxito tiene sus contrapartidas y atrae ponzoñas que antes ni siquiera te hubieras podido sospechar. Ciertamente, no se entiende que pueda resultar una ofensa para nadie que uno consiga lo que sea con el esfuerzo y el sacrificio que otros no han hecho, pero suele ser así.
Ahora releo el reportaje de Lucas Martín; poeta, columnista y reportero imprescindible en este periódico, “bestiario salvaje bajo el agua” y me entero de que la picadura de aquella impresionante medusa (Cotylorhiza tuberculata) es prácticamente inofensiva y que las medusas, en general, son víctimas de su propia picadura, pues cada vez que pican pierden un tentáculo, de lo que se deduce que, a la postre, sufren más que nosotros. Eso también me ha parecido muy metafórico. Y, en definitiva, lo que concluyo es que lo verdaderamente peligroso para el ser humano no son tanto los obstáculos sino el miedo a ellos, que nos paraliza en la cobardía de la orilla, de modo que lo único que nos salva es seguir nadando sin miedo hacia el horizonte, hacia la boya. Ánimo.
Pues si lo dicen Lola y Gasset… debe tener su punto de verdad. Lo de mirar siempre lejos, fijando la vista en el horizonte, pensando a lo grande, me refiero. Suena a himno juvenil de campamento de verano: “La mirada, clara, lejos, y la frente levantada…” Aunque después continuaba: “voy por rutas imperiales, caminando hacia Dios…”. Pero lo que vale es la idea, el detalle, ¿qué importa la autoría o la forma de gobierno? Una idea, o mejor, un ideal puede sustentarse sobre distintas formas de pensar, de ver el mundo y no por ello perder sustancia, es decir, no tiene que dejar de ser boya amarilla, circular, triangular, en forma de luna… ¿qué sería de esta sociedad, toda, sin tener una boya (no una prensa, que entonces…) amarilla a la vista? También los hay, pero son los más menos, que se lanzan al agua así, al buen tuntún, sin boyas a la vista. Se despojan de toda vestimenta en la oscuridad y allá que se meten mar adentro dando brazadas, en la seguridad que llegarán a alguna orilla a lo largo de los años, que se harán siglos, eras… y seguirán nadando e imaginando la proximidad de la otra orilla (que tal vez nunca encuentren) y pasan nadando sin cese, de océano en océano, a través de todos esos estrechos…
Nada,de nuotare y que se haga lento el verano
Querida Lola:
Te regalare mi libro «La estrategia del caballo y otras fábulas para trabajar en el aula que, en su día, publicó en Argentina la Editorial Homo Sapiens.
Siempre que regalo un libro advierto de que nunca preguntaré si ha gustado.
Te leo mucho y disfruto y aprendo contigo.
Besos y gracias.
Miguel A. Santos Guerra
Perdonad el retraso, pero me ha pasado algo entre trágico y cómico, a tenor de lo escrito.
Como era de esperar, me decidí por nadar hacia la boya, que está muy lejana en mi playa habitual, y…al casi alcanzar el globo amarillo, tuve que sortear una medusa y me volví, pero, cuando casi llego a la orilla, sin advertirlo, toqué otra y ésta me picó en la mano derecha. Soy alérgica y se me inflamó mucho, así que me era muy doloroso escribir…¿sería un mal de ojo?
Gracias por vuestros comentarios y, por ese libro, Miguel Ángel, por anticipado. Seguro que me hace aprender mucho y madurar que ya va siendo hora, caray…
Vaya por Dios seña Lola,
¿ cómo te dejas picar
por una medusa sola?
Una medusa siniestra
sin pensárselo dos veces
ataca tu mano diestra
te la fastidia con creces
pese a tu mano izquierda
con animales y plantas
pues yo tiro de la manta
si en tal tesitura me veo
y el próximo día de playa
me presento con Perseo…
¡a ver quién tira la toalla!
Me queda una pequeña duda, ¿se inflamó por la picadura o porque era la derecha…?