La cama balinesa

24 Jul
Cama balinesa

La cama balinesa es al rico nuevo lo que antes era el jacuzzi. Una irrenunciable ostentación de estatus que confirma ante los demás lo lejos que ha llegado en la vida.

Lo importante para el rico nuevo no es disfrutar de la cama balinesa sino tenerla en el jardín para poder mostrarla a los demás. La riqueza del nuevo rico es una riqueza exhibicionista, hacia fuera, que renuncia al placer privado y sólo encuentra goce y reafirmación en la mirada ajena. Es una riqueza que para proveerse de autoestima necesita de la aprobación social y esto, como es lógico, puede llegar a ser bastante indecente, cuando se trata de una cama. Hasta ayer mismo el hecho de acostarse en una cama era un acto privado que requería intimidad. En eso había avanzado la civilización cristiana en decencia y decoro frente a los hábitos libertinos de los patricios romanos que desmentían la elegancia de su clase, comiendo acostados en el triclinio, otra especie de cama al fin y al cabo, y en tal posición, salpicaban sus nobles togas de lamparones para vergüenza de sus esclavos, que asistían de pie a tan penoso espectáculo, teniendo presta la palangana de oro para recoger los vómitos del amo, pues ya se sabe que comer acostado no favorece nada a la buena digestión. El triclinio fue el principio del fin para la civilización romana. Un pueblo que come acostado no genera progreso sino decadencia absoluta. Por su parte, los esclavos, hartos ya de lavar togas purpuratas, de las que tan difícil era sacar las manchas, gritaron, como se entiende, “el frotar se va a acabar” y buscaron su Espartaco para que pusiese las cartas sobre la mesa. Ésa fue la verdadera revolución, la mesa que, sustituyendo al triclinio, devolvió la dignidad a los ritos alimenticios. En este decoro de comer vestido y sentado nos hemos educado siglos de generaciones occidentales –y, al menos, de eso estamos orgullosos- pero, en fin, nada es eterno y ahora viene la cama balinesa a echarlo todo por tierra ¿cómo vamos a salir de la crisis económica y moral mientras las camas balinesas invitan a la disipación y a la holganza y la molicie? Si uno se mete en una cama balinesa, entre unas cosas y otras, nunca sabe cuando va a salir. En realidad, cubiertas ya todas sus necesidades por fornicio y por nutricio, lo más posible es que no salga jamás. Ni muerto, pues ¿qué mejor manera de morir que acostado y frente al mar como quería Paul Valery?

La cama balinesa es a la playa lo que el mausoleo al cementerio, un alarde de jerarquía. Mientras tiendes tu humilde toalla, ves a los privilegiados ocupar la cama balinesa entre  carcajadas jactanciosas y hasta acaso pedir champán. En eso notas que los privilegiados son libertos como el Trimalcion del banquete, pues, si no, sabrían que aquí lo que te van a servir es cava, por más que les duela a los españolistas. También notas que su dicha reside en el exhibicionismo; quien ocupa una cama balinesa en un territorio tomado por las toallas, está reafirmándose en un estatus superior. El nuevo rico no disfruta de su riqueza si no es con testigos, todos los que hagan falta, y eso va de perlas en las playas masificadas del verano, pero, a solas, con su cama balinesa en el jardín del chalé, sufre una barbaridad y no descansa hasta que consigue invitar, al menos, a una docena de amigos para que la vean. No se ha acostado en ella, desde luego, porque han de verla intacta como ese salón lujoso y sin uso, que antes tenían todas las familias de clase media para enseñarle a las visitas, pero han puesto en el cubilete, la botella helada de cava, creyendo que es champán. Lo importante para Rodríguez no es tanto tener una cama balinesa como que todos sepan que la tiene. Eso requiere un trabajo añadido, un llamar a éste y al otro, un solivianto, un sinvivir. El nuevo rico exhibe su riqueza igual que el viejo rico la oculta y, por que no le pidan dinero, es capaz de vivir como un pobre. La conclusión es que uno por exceso y otro por defecto, padecen por culpa de su fortuna.

El dinero no da la felicidad por tanto, y, de uno u otro modo, se convierte en nuestro enemigo.

Jardiel Poncela odiaba tanto el dinero que procuraba ganar grandes cantidades para gastárselas enseguida y volver a ser pobre. Y el mismo Oscar Wilde, abanderado del buen gusto, murió también en la ruina, pero suplicando que cambiasen el papel pintado de su habitación, que era horroroso. A la postre, ser pobre es mucho más elegante y descansado. Felicitémonos casi todos.

4 respuestas a «La cama balinesa»

  1. Una chica también tuvo su casita en Canadá y entonces no podía enseñarla, a no ser con su cantar, sino a un reducido grupo, que los demás a soñar con casitas recoletas sin jardín, piscina o bar, pues todo cabía en una maceta. Claro que eran los cincuenta. El círculo se fue ampliando en la década siguiente y qué quieres que te cuente; cuando todo el mundo hablaba del despertar del dragón, de Mao y su revolución, pero el hambre a los chinos no se le iba ni por esas, aquí, empezando por Madrid, se puso de moda salir por las tardes de paseo, con tirolés, la mujer y una perrita pequinesa a la que darle frambuesas. Como el círculo apretaba, llegó hasta el mismo obrero y también dijo “sí quiero”, aparte de comer y trabajar a diario, que me suban el salario, mi coche y mis vacaciones, firmar las letras del banco, pa eso yo no soy manco, que me llegue pa salir y lo que sobre pa tabaco. Y así, con mucha paciencia (como la que tiene Lola) y rodeados de una circunferencia, que se pincha con agujas y explota como una burbuja, ya el bolsillo no nos pesa, aunque lo llenemos con cerezas, que han dejado sobre la mesa, los que corren los visillos de la cama balinesa…

    Esto lo digo con cariño, con apaños y un tanto torpemente, porque hoy sería el cumpleaños, de la sin par Gloria Fuertes.
    Buenas noches a tod@s

  2. Como rico gasta el pobre
    como pobre vive el rico,
    que retener el dinero
    es cuestión casi imposible,
    tiene el vuelo muy ligero
    y de las manos escapa
    haciéndoles agujeros

    Abbiamo le mani bucate…

  3. No será por manirrotos
    que se nos vaya el dinero
    facturas sin ton ni son
    de luz, gas o televisión

    en casa son alborotos;
    móviles, ropa de niños
    amén de ivas diversos…
    dudas si eres español

    o serás tal vez converso
    o un muñeco de guiñol
    en esto ya no distingo;
    y es derroche de salero

    estar vivos bajo el sol
    sin chiringuito playero
    sin la venta del domingo…
    Pies, ¿para qué os quiero?

  4. Las facturas, qué tortura
    en cuanto comienza el mes
    merodean los ingresos,
    se lanzan con avidez
    sobre el salario, pardiez
    y con proceder avieso
    no ha pasado una semana
    y ya te han dejado tieso,
    tanto pagas cuanto ganas
    y cuando quieres gastar
    te han dejado en el pellejo
    muy trasquilado de lanas
    Todavía, Angela mía,
    ¿quieres más austeridad?

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