La estética y la estática

26 Jun

Ya toda España sabía que Pedro Sánchez era guapo, ahora sabemos que su mujer también lo es. Esto significa un gran avance en la intención de voto para el partido socialista, digan lo que digan los de la otra orilla del bipartidismo.

El impacto visual del vestido rojo de Begoña Gómez en la proclamación de su marido a candidato a la Moncloa, pudo más que el discurso del propio candidato, del que a día de hoy poco o nada se comenta. Una imagen, desde luego, vale más que mil palabras, pues mueve ese lado emotivo e irracional del espectador quien, cautivo y desarmado, cede al hechizo, donde no hay lugar para sesudas y frías consideraciones. En eso consiste la publicidad, al fin y al cabo; no hay producto deseable si no se mete por el ojo.

Y Begoña, experta en marketing, debe de saber un rato de esto. El vestido rojo es ya un recurso habitual en el vestuario de las candidatas socialistas y, sin embargo, ninguno ha impresionado tanto como el que lucía la candidata a primera dama en la Moncloa. Se pueden decir muchas cosas, y se han dicho, de la susodicha puesta en escena, pero lo que todos han visto y han sentido es que el vestido le quedaba muy bien y ahí queda eso, en la recámara del subconsciente colectivo para cuando tenga que aflorar en las urnas.

El sector crítico, como no podía ser menos, ha criticado el genuino sabor americano del arranque de campaña. Normalmente, en España, las esposas de los presidenciables se hacen visibles cuando dichos presidenciables se consolidan como electos y no van en el mismo pack de campaña que el marido como es hábito de los yanquis y, en concreto, fórmula de éxito para Obama. Influencia de la que dicen que beben copiosamente los nuevos líderes de la cosa. El “Podemos” de Pablo Iglesias se entiende por los recelosos como una traducción del célebre “We can” y el matrimonio Sánchez Gómez  como una réplica del propio matrimonio Obama; jóvenes, felices, entusiastas y enamorados y sin asomo de provocar los escándalos sexuales de los Clinton que pusieron en jaque los valores del matrimonio presidenciable como fórmula de éxito. Sobre todo, si se añade a los sonadísimos cuernos, la ambición secreta de Hillary por llegar en nombre propio a la presidencia de los EEUU.

Vamos a ver, una cosa es que la esposa del presidente apoye a su cónyuge como político y otra muy distinta que se apoye en él para lanzarse por sí misma a la política, que no es nada sano confundir cariño con interés y mezclar churras con merinas. Avisada y avispada Michelle Obama por el disgusto que se llevó el electorado estadounidense ante la intolerable ambición de Hillary, cambió de tercio y, donde se presentaba en campaña como mujer implicada en política, una vez que se instaló en la Casa Blanca se desdijo y declaró a una revista femenina que su verdadero papel era el de esposa y madre.

Como la Obama, Begoña Gómez, de quien se dice que es una buena émula de Michelle, ha descartado que aspire a sillón alguno por su cuenta, sea presidencial o menos. Lo que ha hecho respirar de alivio a gran parte del electorado español, que aún tiene en mente el ejemplo de Ana Botella.

 A los críticos, como ya he dicho, le han disgustado los guiños americanos de la campaña, pero, a su vez, también los elementos españolizantes que consistían en una gran bandera rojigualda como fondo de escenario ¿Y eso a qué viene?- se sorprendían con recelo ¿no será esto oportunismo frente a la amenaza del independentismo catalán? ¿No será un desafío a los socialistas republicanos?

Pedro Sánchez ya ha aclarado que su partido utiliza esta bandera porque es la bandera de todos los españoles y Albert Rivera se cabrea porque lo del españolismo él lo vio primero y, con más mérito aún, viniendo él de Cataluña. La conclusión es que entre Rivera y Sánchez hay una furibunda competición de españolismo y guapura con la idea de acumular votos a diestra y siniestra por el cambio.

Mientras tanto, Rajoy, replegado en su inmovilidad, anuncia que él no va a cambiar nada; que aquí se está gobernando bien contra lo que piensen la mayoría de los españoles y, de paso, nos regala una de esas sentencias suyas tan gallegas como enigmáticas “Lo que no ha funcionado bien no ha sido el gobierno sino el partido”. ¿Pero de qué partido es el gobierno? Ay, Mariano, no nos líes, por favor, ¿con este tipo de gracias quieres volver a ganar las elecciones? ¿De verdad no nos merecemos algo más? Anda, muévete un poco; recórtate la barba, saca al estrado a tu mujer y le das un besito, haz alguna gracia de una vez. Y si tienes que mentir, hazlo con un poco de más salero. No se puede pretender acribillar a un país de medidas tan antipáticas con tan poca simpatía y esperar, sin más, que te reelijan presidente por puro masoquismo ¿o sí? Anda que si sí…

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