Con la crisis llegaron las ofertas de cerveza y se empezó a socializar de otra manera. Salir salía caro, por lo cual se cambió el hábito de los bares por el arresto forzoso y domiciliario y el pack de cervezas de oferta, pero la soledad es muy puñetera sobre todo para el individuo español, que es, por contra, muy sociable y todos nos lanzamos a las redes en busca de calor humano y de charla distendida. Y así hablábamos los unos con los otros, cómoda y libremente, como si estuviésemos en casa, con una falsísima ilusión de intimidad que es la que da el pijama frente al ordenador del salón en el ángulo oscuro. La nocturnidad que desinhibe como la cerveza, ha dado de sí mucho envalentonamiento con efectos bastante desiguales. Y el resultado, cual en toda borrachera colectiva, es que a algunos les dio por el exhibicionismo, a otros por la cólera y a los de más de allá por el cariño, que, a la postre, es lo más inofensivo.
Resultaba, por ejemplo, que Felipe se daba cuenta de repente de que quería mucho a Antonia y en vez de susurrárselo al oído, que hubiese sido lo más lógico, pues la tenía al lado, le urgía la necesidad de gritárselo al mundo por vía de Twitter o de Facebook, como en plan síndrome Cocodrilo Dundee, a la espera del aplauso colectivo.
Te quiero mucho, Antonia, decía Felipe -o, más bien, T.Q.M, en lenguaje internáutico- mientras Antonia desde el sofá del mismo salón compartido en casa le respondía, “pues yo Felipe, te amo” y ambos, satisfechos y enamorados, se iban a dormir a la misma cama con el amor más reafirmado por los 54 “me gusta”, porque a todos nos gusta que las parejas se quieran y, más aún, si son matrimonio, donde el tema se vuelve mucho más complicado. Lástima que luego, lo mismo Felipe podía cambiar de sentimientos y, como no podía ser menos, compartirlos con el resto de la humanidad, antes de que la propia Antonia se percatase desde su sofá.
-Antonia, ya no te quiero, (Y.N.T.Q,) vete al cuerno.
-Mejor te vas tú, que la casa es mía- tecleaba Antonia al planeta entero desde su sofá, antes de arrojar los enseres de Felipe a la calle como antiguamente al estilo de historias de Philadelphia. Lo primero es lo primero.
Mientras a nosotros, pobres de nosotros, nos hacían testigos de la fugacidad del amor como si ya no hubiésemos tenido bastante con la ruptura virtual de Pablo Iglesias y Tania Sánchez. Pero así es el Internet, los sentimientos íntimos son sujeto de opinión pública como todo; el low cost del amor, que se podría llamar. Y, sin embargo, peor lo llevan los coléricos, los que a mayúscula combativa les da por insultar las instituciones como si no hubiese un mañana. Como si los espías silentes, entre la fronda virtual, no andasen tomando nota.
-Esta la pagas, Manolo, ay que sí…
Y el tal Manolo se queda por bocazas, de la noche a la mañana, sin trabajo.
El problema es que confundimos los vicios de la lengua oral con las funciones de la lengua escrita que siempre aspira a ser eterna, -cualquiera la borra luego de Internet…-
La lengua oral está para lo suyo, para la calle, para el cara a cara y que luego las palabras se las lleve el viento. Todos decimos tonterías, en casa también, dónde mejor si no, pero conviene suscribirlas a lo privado, lejos del ordenador, que todo lo desordena. Lo escrito transciende a nuestro pesar muchas veces y, por eso, le conviene revestir cuestiones transcendentes; poemas enigmáticos o sigilosos y sentencias ecuánimes, con cuidada y meditada ortografía.
Porque la espontánea bravata, alimentada por una cerveza de más, te puede dar mayor celebridad de la deseada y arrojarte a los infiernos de la opinión pública en el momento más inoportuno. Las chorradas que inspira un instante de fatal locuacidad, nunca caducan ante la memoria rencorosa de las redes que, tras años, todo lo almacenan como argumento en contra.
Guillermo Zapata, el flamante exconcejal de Cultura por el Ayuntamiento de Madrid, no fue sino otro imprudente más que cayó en la trampa. Sus tuits de chistes deplorables, aislada y objetivamente, suenan funestos, pero no sabemos en qué contexto de estupideces similares, al calor de la desinhibida noche virtual andaban “enredados”.
Zapata en un instante remoto del 2011, cuando aún ni podía sospechar que su nombre anónimo sonase para un cargo relevante, quiso hacerse el gracioso, como lo intentan muchos, con resultados nefandos, porque intentar el humor es un asunto difícil que requiere sutileza y mucha cultura. La zafiedad del humor es perdonable para una masa anónima que no aspire a ser otra cosa, pero, precisamente, un concejal de Cultura no, “no puede” hacer chistes tan malos.
La medida de sus gracias, bien merece un juego de palabras ramplón; Zapata metió la pata.
T.Q.M, Lola.
Zapatazo de salida y ya
es descubierta de banco,
suerte del conde Arnaldos
en mañana de San Juan;
¿un trébol de cuatro hojas?
No, sino fina maravilla
postre helado de milhojas
que yace sobre la mesilla,
smartphone de Juan Cassà
cuyas virtudes empaña
por desliz tuitero y falaz,
se caga en la puta España
no en francachela leal
sino con odio, con saña
y mierda como tafetán.
Para quitarse el sombrero
poder a gusto defecar,
en tiempos de Zapatero,
un ciudadano ejemplar
ejemplo de torticeros
o ejemplar de Ciutadans;
no se sabe qué es peor
si darle de lado al mar
o quedarse en Malagón
cantando por no llorar:
“Yo vi sobre un tomillo
quejarse un pajarillo
viendo su nido amado
(de quien era caudillo)
por un labrador robado…”
Habrá que felicitarlo…
Por Twitter y por whatsapp
no es raro que el ciudadano
acabe hablando de más,
al decir cosas en vano,
sea Zapata o Cassá,
nos puede la vanidad
de publicar cualquier cosa
sin pensar
en la raposa
que alabó el verbo del cuervo
por quedarse con el queso,
la muy zorra!!!
Aquéllos que no dan una
buscando alguna gabela
(según se ve y se incuba)
¿se quedarán a dos velas
como el zorro de las uvas?
Sería lo más deseable
y así lo decía el abuelo,
no atender a “mediosdías”
habiendo días enteros;
que tiene guasa ¡ay Dios!
morir por la boca un pez
en la tierra del boquerón;
pez que pensaba a su vez
¿malagueños? ¡con arroz!
Y así se le indigestó…