Prohibir el piropo; eso ha propuesto la presidenta del Observatorio de Violencia Doméstica y de Género, Ángeles Carmona. Se entiende que no se trata de un tema de prioridad a cómo se está poniendo el año de crucial por lo que vamos a decidir en las urnas. Por cierto que, si se aplica la medida, este año dejará de llamarse el de la niña bonita, que eso va con rechinchín y es un piropo como una catedral.
Prohibir el piropo, pues bien, parece una causa fútil, pero, tal vez no, pues he leído dos artículos en los semanales, que muestran su disgusto ante la propuesta. Hay que comprender que la anécdota, más que la categoría, es la miga de este tipo de artículos, destinados a un público de domingo, ocioso y en zapatillas. No obstante, la fijación por este asunto me ha resultado bastante sintomática en las firmas de Juan Manuel de Prada y Javier Marías, quienes expresan su repulsa por tal prohibición, en los mismos términos más o menos; el piropo nos gusta a todas e incluso a todos porque a nadie le amarga un dulce. Siento discrepar, porque los piropos no siempre son dulces. Hay piropos tan amargos que se dijese que van cargados de veneno como el aguijón de una avispa, piropos de los que la memoria nunca se recupera, piropos que sientan como un puñetazo en un vientre menstruante. Cómo sienta, si no, que te digan, después de bastantes años escribiendo:
-Tú escribes en un periódico ¿no? Sales muy guapa en la foto.
Comentario que sólo mueve a una interpretación; el susodicho nunca se ha molestado en leer tu artículo, ha mirado tu foto y punto ¿para qué más?
Bien está que, a lo mejor, lo referido no es exactamente un piropo, pues el dudoso galanteador no me decía que fuese guapa, sino que salía guapa, lo que alude a la cualidad de la fotogenia. La fotogenia, sin duda, es importante para una columnista. Si tu foto no es atractiva, temes que nadie se lea tu texto, aunque, si lo es, lo que temes es que, como suele ocurrir, miren la foto y obvien el texto.
-Caray- me dijo una vez un chico la mar de sincero- el otro día leí un artículo tuyo en el periódico y me gustó. No imaginaba que escribieses tan bien, en cuanto veía tu foto tan mona en el periódico, pensaba, menuda enchufada tiene que ser ésta.
En otra ocasión, yendo a la presentación de un libro, vino un fotógrafo al final del acto para obtener una imagen de la plana mayor de los escritores de Málaga, todos varones, y me apartó de su foco. Un amigo mío para consolarme me dijo un piropo que me sentó como un tiro y medio:
-Debiste haberte puesto también tú. Así hubiese salido en la foto algo decorativo.
Creo que no agradecí su buena intención. Cuando lo que pretendes es escribir bien, resulta que no aspiras a ser “algo decorativo” ni, puestos a la igualdad, me parece que esto pueda ser un halago para ninguno de mis colegas. A ver qué tal suena:
-Qué decorativo eres, Juan Jacinto.
Un escritor puede ser bueno o malo, pero nunca decorativo. Decorativas somos las mujeres, escribamos o no, y por lo visto, eso nos encanta.
Cuando recibí mi primer premio internacional de narrativa, creí que ya había hecho méritos para no ser algo decorativo, no obstante, un amigo me bajó los humos diciendo:
-Bueno, es normal. Todos los miembros del jurado eran hombres. Habrán pensado que estabas soltera.
No sé por qué extraños vericuetos, los piropos a la belleza femenina acaban por ser un insulto a su inteligencia. De ahí la saña con la que bromean incluso intelectuales supuestamente progresistas con el escaso seso de ministras, actrices o presentadoras de televisión y desvían la cosa al sexo. Hacer combinable el binomio de estupidez y tía buenorra, pone muy cachondo al personal. Y, precisamente, explica el éxito inmortal de Marilyn en sus películas.
Lo ofensivo no es que un desconocido te diga un piropo en la calle, sino que hasta un conocido no entienda la ofensa que hay en llamarte guapa e idiota al mismo tiempo. Y eso no lo va a prohibir, por ahora, ningún Observatorio.
Tirando por el camino más corto, prohibido prohibir. Volvemos al eterno dilema entre la educación y lo genético, lo que debe ser y lo que es. A primera vista el asunto es más instintivo que otra cosa. Claro que si dice esto alguien como uno, más bien tímido, que nunca estuvo por la labor y cuando escuchaba a un amigo decirle un piropo a una chica le daba cierto bochorno… Pero, ¿por qué prohibir? Reprimir los instintos ya es harto difícil cuando se ha nacido con ellos y la persona no se ha educado desde el principio. Luego está el placer morboso de contravenir todo lo que se prohibe y comportarse peor si cabe. Cuando pusieron las papeleras anti-vándalos en Málaga, mucho se jactaron ante los medios las autoridades de la imposibilidad de que fuesen destrozadas, debido a la dureza del material con que se habían fabricado…Justo hasta la madrugada siguiente, en que aparecieron docenas de ellas arrancadas de cuajo. Pues eso, que un piropo lanzado de bulla y corriendo puede resultar estremecedor para la persona receptora, algo así como escuchar el relincho del caballo del Zorro, antes de emprender veloz huida.
Y no, a estas alturas del siglo no es de recibo seguir con absurdas prohibiciones y sí continuar, de la mejor forma que se sepa y se pueda, educando al personal desde que éste llega al mundo. Pero es que parece que nos va la marcha…