La gran seducción

14 Nov

Cada quince días, la vecina se quería ir de casa y su marido le gritaba con virulencia, ¿dónde vas a ir, desgraciada? Tú no eres nadie sin mí. Fuera de esta casa, no tienes donde caerte muerta.

Todo se escuchaba por el ojo patio. También el regreso de la vecina con su maleta al anochecer. Cuando la vecina, después de cuatro horas de intemperie, comprendía que no era nadie y que, efectivamente, no tenía donde caerse muerta.

Entonces su maleta se desplomaba en el dormitorio con la crueldad que se desploman los deseos y, desde su cocina, se la oía batirle al marido una tortilla francesa., que chisporroteaba en la sartén con sus lágrimas de frustración. Las normas sociales y las leyes favorecían la imposición en las uniones forzosas y el vecino había incorporado aquellas espantadas falsarias de su esposa a sus rutinas. Dios y el Estado estaban de su parte, nunca se podría ir. También por el tema de los hijos. No se entiende ahora que los matrimonios, cuando no se quieren, hayan de seguir unidos por los hijos. Será que los hijos de separados se traumatizan, pero más aún se traumatizan los hijos que ven a sus padres, día si y día también, matarse a hostia limpia.

El vecino creyó que aquello iba a durar así para siempre, pero siempre es un adverbio nada fiable. Los hijos crecieron y se independizaron y la vecina se independizó también. Una tarde, por fin, se fue con su maleta y no regresó más. Así que aquel anochecer y los siguientes, le tocó al vecino irse a la cama sin mujer ni tortilla francesa. Quiso denunciarla por abandono de hogar, pero resultó que aquello estaba ya tan desfasado como él mismo. Mientras el vecino, ajeno al cambio, se aferraba a la tradición patriarcal con sus babuchas escocesas, el mundo cambiaba ahí fuera.

Y resultó que el divorcio se había popularizado y las mujeres podían irse de casa tan ricamente. Aunque, como siempre, unas más que otras.

Ni siquiera le valió al vecino el chantaje del dinero, su mujer había ahorrado, como por milagro, dada su proverbial tacañería, algunos duros para asociarse en un pequeño negocio, que luego hizo suyo por completo con gran éxito de ventas. Desde el bar, donde el vecino cenaba cada noche más vino que otra cosa, le llegaban noticias de su exmujer; que había rejuvenecido veinte años, que tenía tantos amigos como amigas y que, en fin, había rehecho su vida. O sea, nunca más se casó.

Ahora mi vecino es un anciano cabizbajo y solitario, resignado a la ayuda de un andador y un cuidador colombiano al que trata con todo el cariño que nunca le dio a su mujer, por el miedo a que éste también lo abandone como lo hicieron sus propios hijos. Faber est suae quisque fortunae (cada cual es artífice de su destino), decía Apio Claudio el Ciego.

Mi vecino podía haber retenido a su mujer si, en lugar de la imposición, hubiera utilizado la seducción. Por lo que sé, para la solidez de los matrimonios y las empresas, funcionan mejor los piropos, los bombones y las salidas al cine que la vara de avellano sacudida sobre las costillas. Ahora se llama coaching, pero, desde siempre, se ha llamado ligar. El buen funcionamiento de una empresa tanto como de una duradera unión conyugal dependen de la capacidad que tenga el jefe para ligarse periódicamente al empleado y del marido para ligarse a la mujer y viceversa.

Y lo mismo es aplicable para un país. Si el gobierno, en lugar de zaherir, denostar y sacar prepotencia legal ante los independentistas catalanes, los hubiese persuadido con amorosos argumentos, tal vez nos habría ido mejor. Mejor seguro, porque peor es imposible.

Al final, la consulta, aún sin base legal, se ha producido y querer ningunear los resultados es tapar el sol con un dedo; dar por fuera de juego un golazo que rasga la malla de la portería. No es cierto que los independentistas sean cuatro gatos como percibimos o nos hacen percibir desde fuera. Para conocer la dimensión de este fenómeno, que la tiene y grande, hay que irse al lugar de los hechos y comprobarlo in situ. Quienes viven allí, como Javier Cercas, saben que el separatismo es un sentimiento bastante unánime. De hecho, cuando el escritor estuvo en Málaga hace un año, ya pronóstico que había fecha decidida para que pasase, lo que, en efecto, ha pasado. Nadie ha podido detener esta consulta metafórica, ni podrá detener otra más real con los argumentos que se han manejado hasta ahora. Ya no vale que Moisés arroje las tablas de la ley sobre la crisma de su pueblo, ni vencer sin convencer. Eso ya sólo aumenta el desamor y la disidencia.

Con los independistas como con el resto de los españoles ahora lo que priman son las artes de la seducción. Ahí tienen a Pablo Iglesias, se los está ligando a todos; a la izquierda, a la derecha y hasta al Papa Bergoglio. Desde un punto de vista racional, su programa no se sostiene, pero ya sabemos que la emoción deja a la razón en cueros. El corazón tiene razones que no entiende la Razón.

7 respuestas a «La gran seducción»

  1. Qué razón tienes Lola. El sentimiento de pertenencia es de los más íntimos y profundos que tenemos los humanos. Pasional y por tanto manipulable. Qué gran recurso sentirnos “unos” frente a los “otros” y cupabilizarles de todas nuestras carencias, frustraciones e incapacidades,y que bien saben utilizarlo los políticos para sus propios intereses. Todas las separaciones son dolorosas para todas las partes, aunque a veces sean necesarias. Pero yo por ahora no he oído ninguna razón de peso que avale esta ruptura. ¡Ole por la seducción!

  2. No hay razón para la ruptura porque Cataluña es intimamente española, en el mejor de los sentidos. Podemos hacerles comprender a los independistas que nuestro proyecto común es valioso, que este país unido tiene muchas posibilidades. Hay que trabajar por la solidaridad con cariño y no dejar que la cizaña nos dé argumentos para el odio, para la imposición brutal que siempre destruye. Bravo, Carmen!!!

  3. Otros dicen que dentro de esa mitad de ciudadanos de Cataluña que desean independizarse, la parte más pequeña y poderosa, la oligarquía, no desea tanto la independencia como sí un paraíso fiscal, de tipo gibraltareño o andorrano, donde asegurar lo “subllevado”. Ma sicura è la morte. Pero es un nacionalismo, (catalán o vasco, el resto callaba, no sé qué es peor) que apoyó sin fisuras el bombardeo de Serbia por parte de la OTAN y aplaudió la independencia de Kosovo y la subsiguiente limpieza étnica mediante el terror. En el ancho mundo no vieron mejor espejo en que mirarse (curiosamente, Kosovo es la referencia en que se escuda Putin, cada vez que alguien le recrimina su actitud con Ucrania o Alemania) importaba el fin, como es el nacionalismo tribal impuesto a la fuerza, muy acorde con sus respectivos intereses, no coincidentes con aquéllos de la otra mitad, que aguanta imposiciones e impuestos. Así, ¿cómo empatizar?.
    Muchos hubiesen deseado otra respuesta del gobierno central a la charlotada del 9N, intervención de las urnas, detenciones…Por mi parte creo que la actitud fue la acertada, no dar excusa a los separatistas con actitudes violentas, que tal vez hubieran significado su piedra de toque y su excusa. Antes que eso, quitarle importancia. E indiferencia. Y preparar la investigación a fondo de la Generalidad, donde, ante la corrupción a gran escala, se ha pretendido hacer una patética huida hacia adelante. Y eso no es nada serio en Cataluña. Por el seny…
    De ésta me hago partisano. Buenas tardes

  4. La seducción es una especialidad elevada del engaño, una sobreactuación sobre virtudes propias que al fin no se tienen, o adulando al otro/a más allá de lo real. No creo que sea ésta la vía, salvo que, a sensu contrario, la política sea oficio truhanesco, que igual sí. El nacionalismo, ningún nacionalismo, se deja seducir, a menos que medie la pasta como justiprecio de la renuncia autodeterminista. Enfrente, ¿quién sería el encargado de seducir al territorio díscolo? Viendo el repertorio de jetas jacobinas, no encuentro nadie en Madrid capaz de artes seductoras. La seducción es un viejo truco, donde uno de los predios suele ser el dominante y, si se afana, lo absorbe todo. Mejor dejar la cosa en unidad que en divisiones, para eso ya está la taxonomía anatómica. Divide y perderás. El gran problema del nacionalismo es la confusión entre identidad, voluntad y destino. Yo soy, yo decido, yo influyo en lo venidero. Pero, ojo, existen nacionalismos que no son terrenales, éticas del “yo a lo mío”, que no están mal, pero que guardan en su interior, casi íncubo, el mismo lexema separador. Se empieza con arrumacos de noviazgo arribista, pasan los días y a fuer de costumbre la desidia impone camas separadas con desayuno común, para acabar, a ritmo de calendario, dividiendo sobre el mapa fanegas ideológicas, ultravires de lo que es el propio humus donde el ganado pasta y el hombre se solaza. En ese estadio la cosa se ha liado.
    Arrímense y sean puros, si lo consiguen, de fondo Luis Aguilé.

  5. “El estado miente en todas las lenguas del bien y del mal. Cuanto dice, es mentira; y cuanto tiene, lo ha robado…” (F. Nietzsche) También podría haberlo dicho, esta misma mañana, Artur Mas o cualquiera de su pandilla. ¿Será eterno el tiempo presente, como la canción de L Aguilé…?

    Los doctrinarios de ahora,
    igual que en tiempos remotos
    sacralizan la pureza
    de sus etnias.
    Y sus despojos
    a la ausencia de estado
    oponen historia y lengua.
    Vanos fantasmas que invocan
    las diferencias
    en una Europa implosiva
    cuyos líderes descolocan
    y es marioneta en su cuerda
    rotativa;
    desesperada postura
    como quien la muerte aguarda
    ni sabe estar a las duras
    ni se ve globalizada;
    errado será el querer
    a base de componendas
    evitar lo inevitable.
    Saber que
    globalizar es sabia mezcla
    cuando se envainan los sables
    cuando se funden las etnias
    y se reparten
    la pobreza y la riqueza
    conocimientos, lenguas, arte
    educación, gentileza…

    Y se comparten.

    Buenos días a tod@s

  6. A este gobierno para paliar sus deficiencias, que son muchas, y conquistar al electorado y al independentismo, le falta inteligencia emocional. La seducción es un engaño, porque consiste en ocultar defectos y exagerar virtudes, pero para un político hábil es una herramienta imprescindible. No es el caso. Y ahí derrapan, porque siendo sus verdades tan incómodas, habrían de tener, al menos, la capacidad de mentir con gracia.
    Mientras tanto, pues son tan pobres las armas que lo combaten, el nacionalismo se refuerza. Sus argumentos carecen de lógica, son primarios pero no encuentran la oposición de una dialéctica persuasiva que los desarticule. El problema es siempre el mismo, la mediocridad intelectual que campa por todos los frentes.
    Ni a España ni a Cataluña (todavía España) le conviene la segregación, pero para armar un discurso tan pasmosamente lógico, falta un orador que conozca la captatio benevolentiae; y mover, conmover y convencer. En fin, la retórica. Y eso está empezando a ser un verdadero problema.
    Si nos quedamos sin palabras, volverá el lenguaje del garrote.
    ¿Resignarnos a los adioses, en esta coyuntura, no será hacer fatalidad de la impotencia?

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