Tus hijos no sabrán latín

16 Nov

Los que no votamos al PP, a sabiendas de que ni un gobierno popular iba a solventar la situación económica, abrigábamos secretamente, sin embargo, la esperanza de que, al menos, mejoraría el sistema educativo. Tal vez por la simple lógica de creer que, en lo peor, ya era imposible que empeorase. Craso error, pues si hay algo que ha sabido hacer el sistema educativo de este país en los últimos veinte años es empeorar y degradarse hasta mucho más allá de lo concebible.
Los sucesivos gobiernos de izquierdas y de derechas han ido introduciendo cambios que, a fin de cuentas, no suponían más que la insistencia en la persecución de un objetivo similar y, en ese sentido, pese a las etiquetas, han seguido la misma política. La de ir devaluando los niveles y así la preparación de las nuevas generaciones a fin de que la ignorancia las haga inofensivas y obedientes al poder. Esta claro que una juventud, formada en la intelectualidad y el espíritu crítico, hubiese formado hace tiempo un partido como alternativa a los dos mayoritarios, intentado buscar por propia mano las soluciones a problemas generales y propios, en lugar de exigírselas a unos próceres, ya habituados a obrar –o no- con total impunidad en su burbuja celeste, ajena a las realidades terrestres. Lo que ha sido posible, manteniendo a las tropas de relevo en un limbo de ignorancia, donde sólo cabía la apatía y el conformismo; anestésicos formidables para que las reses, a la postre, desfilen sin resistencia al matadero.
En estas, las mismas, no cabe el debate sobre quiénes son más culpables en la degradación del sistema educativo que no ha hecho más que recibir varapalos a diestra y a siniestra, de modo casi ecuánime e indistinto a lo largo de largos años. Temas tan cruciales como el que nos ocupa, no deberían ser acicate para tomar partido, pues transcienden mucho más allá de la pura demagogia utilitaria. Por eso, obviando el signo que nuestro ministro Wert quiera representar y, en la más pura neutralidad, diremos que sus últimas propuestas de reforma son un auténtico disparate, que, precisamente, no esperábamos del militante de un partido conservador. Un conservador debería conservar la enseñanza de las lenguas clásicas en lugar de terminar por liquidársela. Si no es por pura lógica, que también, por la sola razón de ser católico y seguirle la corriente al Papa, quien piensa relanzar la lengua latina para difundir, a la antigua usanza del Vaticano, la palabra de Dios. Si bien, incluso ante semejantes contemplaciones, parece que primen en el ministro otras consideraciones por las que quiere borrar las lenguas clásicas del panorama educativo, entendiendo que su modo de ser conservador consiste en conservar y perpetuar las lacras de los anteriores sistemas de enseñanza en progresión suicida, tal vez por evitar males mayores a la patria. El estudio del latín y el griego genera seres pensantes que, por tanto, algún día podrían poner en tela de juicio a un gobierno autoritario y omnímodo, lo cual entraña un grave peligro para el poder, bajo cualesquieres siglas que se presente. Por ello, unos y otros, han ido diezmándolo hasta la mínima expresión por más que intelectuales, especialistas y culturetas intenten salir en su defensa, mitigando tales efectos perjudiciales con argumentos atenuantes que lo eximen de su real peligrosidad. Como ese latinista que dice que la traducción de la lenguas clásicas no da herramientas de pensamiento, como algunos sostienen, sino un conocimiento profundo de nuestra propia lengua. Pero lo cierto es que una afirmación no descarta la otra, ya que siendo, nuestro pensamiento verbal, se hace más complejo en la medida que es más complejo el conocimiento de nuestro lenguaje. No, en vano, la tradición alerta del riesgo de “un niño que sabe latín” por su mente avispada y despierta. Por supuesto que hay razones más inocuas para defender la utilidad del latín, el griego y la cultura clásica, tales como que su estudio educa en la constancia y el esfuerzo, nos sirve de trampolín para el rápido aprendizaje de otras lenguas y nos da las claves para interpretar gran parte de nuestro arte y nuestra literatura e incluso de nuestra cotidianidad. Gracias al latín sabemos en qué día estamos; hoy, por ejemplo, en el día de Venus. Gracias al griego sabemos en qué consiste la propia sabiduría.
Y, en fin, gracias a la sucesión, durante dos décadas, de sistemas educativos deficitarios, se reinaugura el debate vergonzante de la utilidad del latín y el griego, que, ya en la época de los bárbaros, era una barbaridad. Hasta los antiguos germanos que, por su fiereza en el campo de batalla, dieron nombre a la guerra, sabían que para dominar el mundo, había que saber latín.
Las lenguas clásicas no sirven para nada, sirven para todo.

9 respuestas a «Tus hijos no sabrán latín»

  1. De eso, nada, cuando el PP ha podido, ha hecho la vista gorda sin cambiar la situación y ahora, claramente, la ha empeorado al suprimir de la oferta educativa la obligatoriedad de las lenguas clásicas. Lo que no entiendo es que un latinista como Gonzalo Guijarro pueda justificar a esta gente, como hizo el otro día en El Mundo.

  2. Gracias, Montoro, entiendo que has entendido el contenido del artículo. No se trata de tomar partido, sino de buscar, conjuntamente, soluciones. Algo tan serio como el futuro está en juego y sólo la posibilidad de un futuro mejor, nos mantiene viva la esperanza; en eso estaremos todos de acuerdo ¿no?

  3. La verdad es que no hay por donde agarrarlo. Ya en los ochenta recuerdo que un profesor de Lengua y Literatura, de la Universidad de Málaga, se quejaba de la precariedad del presupuesto destinado a Letras, a diferencia de todas las demás. No es de extrañar, pues, que hoy, solamente nombrar Clásicas ya suene bastante friki al oído del destinatario. Ha bastado un disimulado laissez-faire, laissez-passer a lo largo del tiempo y así hasta las verdes caen. No sé quién comparaba la mente humana con el mar, que debe estar siempre en constante movimiento, para seguir vivo y activo en su extensa libertad. Lo contrario sería el anquilosamiento y la muerte. El latín, con todas sus declinaciones, siempre mantuvo despierta esa actividad cerebral, base y entrenamiento indispensable para la posterior entrada en el juego de la vida. Sin lucha y sin estímulos, con todo puesto por delante desde el principio, las dificultades no tardarán en aparecer, problemas de adaptación…eso es algo que se ve y se siente a diario y el gabinete de psicología no da abasto.
    A mí las lenguas clásicas se me representan actualmente como esas románticas golondrinas de Bécquer: no volverán. Queda la eterna cueva, donde, alrededor de la hoguera, resisten los más duros, ¿hasta cuándo?
    El latín, como aquel tren, se pierde, cada vez más, en la distancia. Y “la lontananza, sai, è come il vento: spegne i fuocchi piccoli, accende quelli grandi”. Fue poco amado en España, según parece.

    Un saludo para ti y para tod@s.

  4. El latín y el griego son lenguas olímpicas porque ejercitan en el deporte de pensar; un deporte muy desprestigiado en nuestros días. Por este alejamiento del pensamiento y la lectura, las nuevas generaciones crecerán en la ignorancia, susceptibles de ser esclavizadas a cualquier postor. El instinto podrá sacar a la calle su violencia, pero para reducirla ya está la policía. Sin pensadores de fondo, no hay revolución ni cambio posible. Qué tristeza.
    Acabo de leer “No me cuentes tu vida” de Luis García Montero. Trata del fracaso; del fracaso del comunismo en Rumanía, del fracaso de la democracia en España, del fracaso del siglo XX, del fracaso de los ideales, de la sociedad y hasta del propio individuo. Es una novela real y, por tanto, de un pesimismo atroz. Después de leerla, lo más lógico es preguntarse ¿qué nos queda?
    Nos queda la palabra, por el momento…
    Grazie mille, Winspector.

  5. La palabra y se mantiene a duras penas la paz social. Resulta del todo irónico pensar que los antiguos griegos, grandes en el pensamiento, nunca se sirvieron de lenguas extranjeras, para transmitir su grandiosa filosofía, por considerarlas tan ininteligibles como los trinos de los pájaros. Casi hubo que esperar al aserto de Unamuno ¡”filología es filosofía”! para la unificación. Muy pocos siglos atrás, los huesos de los grandes dinosaurios se atribuían a restos de los antiguos dioses…Y tantos vaivenes históricos y adquisición de conocimientos acaban por desembocar en semejante barullo…fanatismo religioso y político, supercherías por un tubo (de imagen). Igual somos estatuas de sal y desde entonces no nos movieron.

    Seamos lo que seamos pero seamos optimistas.Eso.Un saludo.

  6. Estoy contigo en lo de ser optimista, Winspector, pero los informativos nos lo están poniendo muy difícil. Transmiten un pesimismo ambiental atroz, yo diría que con fines siniestros y asesinos. Los suicidios se multiplican ¿Coincidencia? ¿Qué dices tú?

  7. En mi opinión, se adoleció de autocomplacencia en las generaciones anteriores. Ante cualquier movida juvenil, ya se escuchaba el sonsonete del caramillo: ¿y qué quieren ahora, con lo bien que vivimos en España…?. Los buenos tiempos del sofá y aquí me traigan todas las cadenas de televisión que están saliendo o aquello de “hay que pasar por lo malo pa saber lo qu’es lo bueno”. En definitiva, hay que pasar hambre para valorar lo que tenemos ahora. ¿Ahora…? Se nos va lo mejorcito, medio millón o así en pocos años, de jóvenes bien preparados y al menos aquell@s que conozco no piensan volver si no es de vacaciones. Eso equivale también a otra vuelta de tuerca del sistema y a preguntarse, igualmente, qué nos queda, quién se queda aquí, con su esperanza y su angustia, cuando ya tiene noción certera del paso del tiempo, que no vuelve a pasar y se le escapan los sueños, si alguna vez los tuvo…Nada que ver, evidentemente, con la nombrada crisis de los cuarenta o la siempre romántica caída de la hoja.
    Es cierto que, por todos los medios, se mete el miedo a machamartillo. Es una forma de templar los ánimos. Si la generación venidera vivirá mucho peor que sus antecesores, pues hay que repetirlo hasta estar seguros que lo han asimilado y aquí paz…Que un@ se acostumbre a todo, a lo peor de la guerra, a los suicidios…Al final terminaremos por amarlos y a no poder vivir sin ellos, como el personaje de la novela 1984, de Orwell.
    Bueno, eso es un suponer, que uno siempre guarda en algún lugar aquello que una vez ilusionó a alguien: “han tomado sus medidas Sócrates y el Cristo ya: el corazón y la mente, el mismo radio tendrán”.
    Pues buenas noches para ti y para tod@s

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