Mi-liki, Tu-liki

18 Nov
Mi-liki
Ha muerto Mi-liki, ha muerto Tu-liki; tu payaso, mi payaso, el de todos los niños del mundo, los que fuimos y seguimos siendo siempre. Aunque ahora menos, porque, con la muerte de Miliki, también ha muerto parte de nuestra infancia, la mejor; la de las risas ingenuas y descontroladas de los sábados por la tarde.
Precisamente ahora se va Miliki, cuando más lo necesitábamos, ahora que la risa es un hábito cada vez menos probable y la realidad y los informativos han reestablecido el llanto como la rutina de estas lluvias pertinaces del otoño. Lo hemos perdido todo, de repente; la infancia, la risa, la casa y el trabajo, ¿cómo están ustedes?
Ustedes, nosotros ya no somos los mismos. Ya nunca seremos más los niños de Miliki, sus niños de treinta y cuarenta años. Sin Mi-liki, sin Tu-liki, sin nuestro payaso, la tristeza que envejece más que los años, nos ha hecho a todos viejos de golpe.
Miliki fue el payaso de la ilusionada, primaveral, España de la Transición, cuando las primeras televisiones a color hacían olvidar tantos años de aquel largo invierno vivido en blanco y negro. Por fin, la tele daba payasos cercanos, sin esas capas de maquillaje que los hacían siniestros. Algunos niños, teníamos miedo de aquellos payasos del circo, con su rostro tan ficticio como el de los monstruos en las películas de terror. De Miliki no, quien, con su cara lavada, nos resultaba familiar como un tío carnal divertido que viene a distraernos en una visita.
Nos gustaba Miliki con sus ojos asombrados que se ponían muy dulces cuando tocaba el acordeón y esa lengua de trapo que trastocaba las palabras. Nos gustaba que él recibiese una llamada por el “Telesforo” y pidiese ayuda a “Socorro y Basilio” y que a los niños que participaban en sus concursos les dijese que iban muy “elefantes” o les preguntase si estaban “nervionsos” y les agitase, a su vez, los brazos para demostrar lo “nervionsos” que estaban.
También nos gustaban sus aventuras, cuando iba en mono de trabajo a atender alguna chapuza en casa del señor Chinarro y, mientras iba haciendo disparates, se entonaba cantado un “nananiana, naniana”, tan desafinado, y cómo el pobre y sufrido señor Chinarro acababa perdiendo la paciencia y echaba de casa a Miliki y sus otros colegas, después del estropicio; perseguidor y perseguidos, corriendo todos en círculo.
Mi-liki era Tu-liki, mi infancia, la tuya, la de todos los niños del mundo, que fuimos y seguimos siendo antes de que vinieran los tiempos peores a dejarnos sin risa y sin payaso. Huérfanos y viejos de tristeza. Si ya no somos los niños de Miliki ¿Qué vamos a ser ahora?

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