Jubilosos, no jubilados

23 Sep

La vejez es un tesoro entre todas las edades del ser humano. Es el momento del reposo; de abandonar los rigores del camino y sentarse en el recodo a reflexionar sobre el trecho recorrido, de llegar, por el sendero de la experiencia, a la entera lucidez; a la calma filosofía.
Esa enorme ancianidad que ocupa los jardines públicos de cada barrio, de cada pueblo, sólo espera la llegada de un viajero curioso –pienso en José Antonio Labordeta- que quiera llevarse en su mochila la memoria de su madura sabiduría, el testimonio de historia viva que han recogido esos ojos y esos oídos que han visto y escuchado casi todo. Atender a la charla de los mayores por cada rincón de nuestra geografía es conocer la esencia y la idiosincrasia de un país. Como hicieron los hombres del 98- Unamuno, Azorín- para ciencia de sus ensayos y, en su ejemplo, nuestro ilustre aragonés con ese espacio televisivo del que tanto aprendimos sus compatriotas.
Las civilizaciones más sabias siempre han valorado a sus ancianos, dándoles el lugar de honor que merecen. El areópago entre los griegos y el senado entre los romanos era un consejo político que tomaba iniciativas decisivas en el estado, relativas a las leyes, la paz y la guerra. El consejo de los mayores, avalado por la experiencia, resulta inestimable e imprescindible para quien pretenda dirigir un gobierno con pulso firme y seguro. Habida cuenta, entonces, de la devaluación y menosprecio que sufre la senectud en este momento histórico –o histérico- del devenir humano –o inhumano- nos dará la medida del grado de estupidez, temeridad y vacuidad al que ha llegado esta descerebrada sociedad de lo inmediato, donde, por ejemplo, es noticia que dos octogenarios mueran, olvidados en una furgoneta, cosificados por un simple despiste de sus cuidadores, como si no fuesen nadie, como si nada. Sucesos que propicia la falsa idea de que el anciano es ese lastre que deja de ser útil a su medio y oxida el mecanismo del progreso, después de su jubilación. Por desgracia, tal percepción aunque ahora en su culmen, no es nada nueva. La literatura y la cinematografía aportan relatos de jubilaciones traumáticas. El genial Delibes en su “Hoja roja”, José Luis Sampedro con su “Sonrisa etrusca” y ese “Justino, asesino de la tercera edad” que nos dibuja con negrura tremendista al viejo picador retirado que se venga de la ingrata sociedad, perpetrando su oficio en una compulsión sangrienta e indiscriminada.
En este punto, hay que dejar clara una cosa; el anciano, a la manera clásica, no deja nunca de ser útil a la sociedad, pero esta utilidad –mayor en solidez- cambia de tono y de manera y requiere un ritmo más pausado. El de la jubilación, que debería ser derivado de júbilo y no de trauma, entendiendo en ella, más que nada, esa recompensa de serenidad y reposo que, tras una vida entera dedicada al trabajo, correspondería a toda criatura humana a partir de los sesenta –como poco-. No sabemos entonces si este Gobierno, sea por la crisis o, pensemos bien, por evitar traumas post-jubilatorios a sus ciudadanos, pretende mantener activa a su población hasta los sesenta y siete, edad muy válida en muchos ámbitos, pero, que, por meras y lógicas cuestiones biológicas, puede ir aparejada a goteras físicas; reumas, lumbalgias, pérdidas de visión, memoria inmediata y achaques varios que merman capacidades fisiológicas, qué caray.
Por más que en su talante publicitario y demagógico, las clarividentes mentes de nuestros dirigentes nos presenten, de modo altamente sospechoso, reportajes televisivos en los que ciertos ancianos curran como lo harían chavales de veinte años –si no estuvieran parados- declarando, además, que están encantados de la vida. Para mayor sospecha, nos colocan una versión española de “Las chicas de oro”, donde se nos relata la vida de unas viejecitas muy vivarachas, cuya existencia de lo más alegre y juvenil, incluye continuas aventuras amorosas, mansión a todo lujo y viajes al Caribe. Ni idea de dónde han sacado ese tan magnífico plan de pensiones, pero, así, a cualquiera le entran ganas de hacer chistes. O, a lo mejor, es que trabajan todavía –eso no se ve- y, por ello, siguen tan contentas. Será que la tercera edad se lleva mucho mejor con sentido del humor, pero al humor contribuye bastante la solvencia. Lo normal –y lo lógico- es que un anciano –o anciana- al que le congelan la pensión se ponga de muy mala pipa.
Pero, tranquilos, Zapatero dice que, dentro de quince años, vivirán mejor los pensionistas. Lógicamente, pues habrá menos, si la mayoría de la población, más allá de los sesenta, sigue trabajando. Y, en cualquier caso, la vida laboral se hará más corta y liviana, si uno encuentra su primer empleo a los cuarenta. De no ser por las ganas que entran de llorar, se diría que esto es de chiste.

5 respuestas a «Jubilosos, no jubilados»

  1. El Viejo
    Pappo

    Qué nos ocurre después de tanto tiempo,
    reflexionamos al vernos al espejo;
    qué es lo que pasa, me estoy viniendo viejo,
    no se ya qué pensar, si ya no se qué es lo que pienso.

    Yo soy un hombre bueno,
    lo que pasa es que me estoy viniendo viejo;
    trataré de hacer las cosas a su tiempo,
    o sino no le daré importancia al cuerpo, oh no.

    No puede ser que esto me preocupe,
    si estoy naciendo, que bueno, que bueno;
    para qué tantos años de experiencia,
    si justo ahora me doy cuenta que no tengo.

    Yo soy un hombre bueno,
    lo que pasa es que me estoy viniendo viejo;
    trataré de hacer las cosas a su tiempo,
    o sino no le daré importancia al cuerpo, oh no…

    ¡Pappo!…¡Q.E.P.D.!…

    http://www.youtube.com/watch?v=Lic9FTCPL7A

    ¡Querida Lola!…¡leer tu articulo es jubiloso!…¡felicidades!…

  2. Ahí queda una revolución pendiente por hacer, y yo creo que llegará, vaya que sí llegará… (con goteras y todo, seguro que una revolución social tanto o más profunda que muchas de las que le precedieron). Sería bonito. Felicidades: el artículo, espléndido, Lola – y también un hermoso y tierno homenaje a nuestros mayores. Un abrazo.

  3. Son muchos los abuelos que cuidan o crian a sus nietos,gracias a ellos se compatibiliza el trabajo y la vida familiar.
    Al vicepresidente del gobierno con Aznar,señor Cascos,se le tacha de sexagenario cuando decide volver a la política,probablemente el único argumento no válido para la discrepancia

  4. Gracias, Rosa. Veo que has entendido lo que quería decir. Una de las patologías sintomáticas de esta sociedad es valorar como dudosas capacidades o méritos la juventud y la belleza, despreciando la experiencia, portadora de sabiduría, tan imprecindible para marchar con buen pie hacia adelante. Así nos va.
    Un abrazo.

  5. la experiencia incomoda sobre todo a demagogos y manipuladores de la opinión.no hay nada peor para un embaucador que esos avisados y escarmentados que pueden avisar fundada y honestamente de lo que acarrea el engaño,la falsedad y la venta de humo.hay también,erzeñómeperdone,maduros con poca noción de lo que es aceptar que el tiempo pasa y tal vez la moda juvenil quedaba bien en los cánticos de radiofutura.en fin,saludos a todos y que lo que nos quede sea bueno.nosotros también.

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