Uno de los documentos más valiosos con los que puede contar un centro de enseñanza secundaria es el llamado “Protocolo de convivencia”, que contiene un variopinto catálogo de las faltas leves, graves y muy graves a las que pudiera dar ocasión la mala conducta del alumno y sus correspondientes medidas correctivas. Resulta, digo, bastante ilustrativo para tomarle el pulso a la actual situación de peligrosidad en las aulas y la flagrante indefensión del criaturo o criatura docente a la hora de atajarla. A cualquier novato, recién instalado en su plaza de oposición, para la que ha estudiado y absorbido las mieles pedagógicas, según las cuales un instituto es esa balsa de aceite donde alumno, profesor y otros cargos educativos y personal adjunto conviven en perfecta armonía; libertad, paz y fraternidad, le pueden impresionar bastante. Más aún, cuando es precisamente tal documento el primero en ser entregado, a bocajarro, en la reunión previa al comienzo de las clases -¿Será que al final ingresé como funcionario del cuerpo carcelario?-, pero es que incluso al veterano, que conoció tiempos de clima académico más afable, se le empiezan a tambalear los palos del sombrajo y a aflojársele los bajos en cierta sutil cagalera al leer los términos del susodicho legajo punitivo, pues ya entre las contempladas como simples “faltas leves”, se anuncian fechorías de salsa gruesa que hacen segregar adrenalina a granel a la aterradora expectativa de cómo han de ser las faltas graves y muy graves en la supuesta línea ascendente. Porque vale que se considere minucia que el zagal presente “falta de aseo”, “coma en clase” o “salga del aula sin autorización”, pero es que, a su vez, se estiman leves otras conductas como el “deterioro (leve) del material e instalaciones”. Aquí, la verdad, resulta difícil precisar en qué consiste “un deterioro leve”; ¿embadurnar ligeramente las páginas del libro con la nocilla del bollicao? ¿Destrozar un poquito el picaporte de la puerta o la persiana? ¿Decorar a bolígrafo una pequeña esquina de la mesa?, pero, más aún, concretar en los apartados “comportamiento” y, alucinemos, “agresiones”, dónde lo “leve” no se pasa de castaño oscuro. ¿Cuál es el grado de levedad preciso en “la falta de respeto y consideración a los maestros, tanto a la persona como a su trabajo”? ¿Sería leve hacerles la peseta? ¿O acaso llamarles “pringados” o “pringadillos”, que muestra hasta cierto punto un toque afectivo? Lo mismo se puede objetar sobre las faltas, “no consideradas graves” de respeto al personal que presta servicios en el centro. Tal vez si los términos no pasan del simpático “híopuchi”, “mamoncete”o “capullillo”, dirigidos a conserjes, limpiadores y etcétera, en tono debidamente cariñoso, no es del todo falta de respeto sino de “respetillo” y, en lo que atañe a la intolerancia insultante-leve- hacia “otras convicciones religiosas” y la discriminación –leve- por razones de sexo, nacimiento o raza, pues igual. No es lo mismo decir “morillo/a” –leve- que decir “moro de mi…” –grave- ni lo mismo decir “chochete” –leve- que “zorrón” –grave- ni “Café con leche” o “tostado” –leve- que “ puerco negrazo”-grave- o “seíllas abierto” –leve- que “Orejones” –grave-. Las intimidaciones a otros compañeros también pueden ser leves. “¿Intimidación leve?”, a ver, “Como te descuides, te voy a dar –un leve- bofetón”, “Si no me dejas copiar tu examen, te daré –una leve- paliza” y así sucesivamente.
La verdad es que, después de leer este pintoresco repertorio de faltas leves, parece pecata minuta que a su vez se considere leve; “Subirse a las rejas, árboles, porterías y paredes”. Ya, a este punto, uno no sabe si está leyendo un reglamento o “El libro de la selvilla”. Por supuesto que hay sanciones previstas para estas faltillas –sancioncillas, como corresponde-. Esto es, si el alumno/a reitera tres veces dichas trapacerías leves –insultar, amenazar, destrozar (levemente)- se le puede amonestar oral y, cual corresponde, levemente, por ejemplo, “ Jonnathan Luis, eres un golfillo o un tunantillo” o así. Una amonestación grave, desproporcionada para esas faltillas tan leves, traumatiza a los chavales y acaba en denuncia a la Delegación. Así que cuidado con las intemperancias emotivas y ese “gili..” que aflora a los labios del docente irascible. Si uno va a perder los nervios por cualquier cosilla, mejor que se quede en casa.
A tenor de lo dicho sobre las faltas leves, habrá quién se pregunte en qué consisten las graves y muy graves. Tranquilidad. Aunque hay agresiones físicas no demasiado penadas por lo livianas- pellizcos, zancadillas, coscorrones, tizazos en la coronilla- resulta que otras sí; por ejemplo, puñetazos –graves- y heridas con arma blanca –de las que duelen-. En este caso, si el docente es el agredido, no tendrá más que sentarse cómodamente a escribir un informe con todo detalle de lo sucedido; fecha, hora y contextualización y bien inteligible de redacción y ortografía, lo cual, resulta algo complicado en tales circunstancias, dada cierta pérdida de concentración y merma general de las facultades, pero, ya se sabe; sin datos precisos, no hay delito concreto.
Nuevo curso escolar; portátiles para todos los alumnos. A los profesores que les den un casco. La vuelta al cole. Ánimo.
Crimen y castigo
16
Sep
¡¡¡PEDAGOGIA!!!…
http://es.wikipedia.org/wiki/Pedagog%C3%ADa
http://www.youtube.com/watch?v=zwri7pO8UHU
http://www.rtve.es/mediateca/videos/20091013/los-electroduendes-viva-pedagogia/610201.shtml
«Vamos a la escuela, el que no corre vuela»…
P.D.:¡Besos!…
En estas manos educativas estamos (de políticos, hablo), y así nos fue y nos va. Ojalá Dios (lo dice un ateo, así que las cosas no deben ir bien [media ironía]) nos ayude a todos, alumnos y docentes incluidos. Y, al hilo de la catalogación de faltas y sanciones, me viene a la cabeza un artículo de Arturo Pérez-Reverte titulado “Cómo buscarse la ruina” (http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/248/como-buscarse-la-ruina/), que es tan bueno y divertido (si no dieran ganas de llorar) como éste de Lola.
Por demás, tengo una curiosidad que agradecería alguien me explicara: si la educación en Finlandia es la mejor, si su sistema educativo da tan buenos resultados, ¿Qué está esperando España o Andalucía para aplicarlo aquí, de la A a la Z, durante al menos los próximos dos siglos? ¿Temen quizá, nuestros políticos andaluces, que dejemos de ser los últimos de la fila o, los primeros en todo lo malo?
Saludos.
lo que son las guasas:de acompañar al niño a que le enseñen- a recetar pócimas intragables que no tienen utilidad.con los últimos treinta años en el zurrón no soy capaz de decir qué me asusta más:contextualizar sí o no al maestro que suelta alumnos de primaria que no aprendieron a escuchar 20′ seguidos(vale que a estar sentaditos el mismo rato) o contextualizar a ese mismo maestro que huyendo de la tiza tritura la organización educativa de modo que no quiere volver a ella ni muerto cuando se acabe el chollo político.porque al/la profe/a habrá que contextualizarlo/a también,supongo.tal vez uno no es un vocacional,tal vez uno es un mal maestro,tal vez estoy más quemado que la moto de un cani anfetamínico,pero seguro que no soy responsable de esta administración educativa.y si vamos al contexto me parece que entre una clase,la que sea,y la bruja averias no hay color.ya ves,quevedo o angela fuertes,calderón o coelho,cervantes o gran hermano…
Un sistema selectivo que llena las escuelas, institutos y universidades de docentes escasos en/de actitud (primero) y aptitud (después) tiene, da estás consecuencias y resultados. Sistema éste que, por supuesto, no resta ni exime de responsabilidad a los docentes, padres y….demás. Los alumnos son los grandes perjudicados, sólo son los perjudicados; y, la sociedad -española- a seguir sufriendo (y más, cuanto más buena/o seas).
Un sistema selectivo que llena las escuelas, institutos y universidades de docentes escasos en/de actitud (primero) y aptitud (después) tiene, da estas consecuencias y resultados. Sistema éste que, por supuesto, no resta ni exime de responsabilidad a los docentes, padres y….demás. Los alumnos son los grandes perjudicados, sólo son los perjudicados; y, la sociedad -española- a seguir sufriendo (y más, cuanto más buena/o seas). Premiar al malo o peor, y castigar al bueno y mejor, por experiencia sabemos que no es buena ni justa idea. Un Saludo
Señor Jorge:
Su comentario me resulta algo abstracto ¿Podría concretar?
¿A qué sistema selectivo se refiere y qué solución propone?
José Antonio, el buen profesor, creo yo, es el que consigue, pese a todo, transmitir a sus alumnos enseñanzas útiles para la vida y creo que de eso sabes tú un rato…
Alguien escribió: “La disciplina empieza en casa. En la escuela no se puede disciplinar a un nini consentido, hijo de otros ninis que no entienden la disciplina como valor de la persona. Si un niño cuando tiene dos meses tiene a su madre esclava meciéndolo de pie «es que si no, mi niño llora». Cuando tiene un año tiene el mando a distancia, las llaves y el móvil «porque si no, llora» Cuando tiene tres años no va a la guardería, no desayuna, o no come «porque si no, llora». Cuando tiene 6 años llega a clase y la maestra no puede ni regañarle «porque si no, llora» y vienen los padres amenazando y metiendo bulla. Cuando tiene 14 años ya no llora, sino que da porrazos, rompe cosas en la casa, fuma (con la complicidad de las autoridades que no cierran los negocios que venden tabaco a menores) y al tabaco le añade especias marroquíes, viene borracho y no paza ná. Coge el coche y no paza ná, va de bronca y no paza ná, agrede a otras personas y no paza ná. Si se encapricha de una muchacha la agrede y acosa y no paza ná. Tenemos unas leyes blanditas que son excesivamente permisivas con los menores. Un niño de tres años no sabe lo que está bien y lo que está mal, pero a partir de los 12 añitos ya la cosa cambia, pero las leyes son igual de blanditas. Si un menor mete la pata hay que castigarlo, y cuanto más disciplina haya en casa más feliz va a ser. Cuando hablo de disciplina no hablo de palos ni de gritos, sino que el niño tenga unas reglas claras y marcadas. Que la autoridad paterna sea respetada. Que ambos padres hablen el mismo idioma, que todos los adultos que rodean al niño no se contradigan. Que el niño sea oído y respetado. Que se sienta querido pero no mimado. Que se haga responsable de sus actos. Si necesita ser castigado porque ha elegido ejercer un comportamiento negativo que sea castigado y el castigo sea cumplido íntegramente, pero el castigo debe ser proporcional a la falta. A un niño jamás se le puede decir que no se le quiere porque se ha portado mal, sino «yo te quiero muchísimo, pero TÚ has elegido portarte mal y TÚ eres responsable del castigo que TÚ te has buscado. Y la próxima vez si no quieres castigo TÚ eliges portarte bien y ya todo irá como TÚ quieres.» De esta manera el niño aprende que él es el responsable y así él elige portarse bien o mal y él recibe lo que él siembra. Las normas deben ser claras, el castigo anunciado, explicado e impuesto sin gritos ni amenazas vanas: «tú la has hecho tú te lo has buscado». Jamás se debe castigar a un niño cuando los padres están hartos y peor todavía un día se castiga y otro no. Otra cosa, un niño no sabe «portarse bien» de manera general, somos los adultos los que explicamos que portarse bien es tal o cual cosa y portarse mal es lo otro.”
Alguien escribió: “La disciplina empieza en casa. En la escuela no se puede disciplinar a un nini consentido, hijo de otros ninis que no entienden la disciplina como valor de la persona. Si un niño cuando tiene dos meses tiene a su madre esclava meciéndolo de pie «es que si no, mi niño llora». Cuando tiene un año tiene el mando a distancia, las llaves y el móvil «porque si no, llora» Cuando tiene tres años no va a la guardería, no desayuna, o no come «porque si no, llora». Cuando tiene 6 años llega a clase y la maestra no puede ni regañarle «porque si no, llora» y vienen los padres amenazando y metiendo bulla. Cuando tiene 14 años ya no llora, sino que da porrazos, rompe cosas en la casa, fuma (con la complicidad de las autoridades que no cierran los negocios que venden tabaco a menores) y al tabaco le añade especias marroquíes, viene borracho y no paza ná. Coge el coche y no paza ná, va de bronca y no paza ná, agrede a otras personas y no paza ná. Si se encapricha de una muchacha la agrede y acosa y no paza ná. Tenemos unas leyes blanditas que son excesivamente permisivas con los menores. Un niño de tres años no sabe lo que está bien y lo que está mal, pero a partir de los 12 añitos ya la cosa cambia, pero las leyes son igual de blanditas. Si un menor mete la pata hay que castigarlo, y cuanto más disciplina haya en casa más feliz va a ser. Cuando hablo de disciplina no hablo de palos ni de gritos, sino que el niño tenga unas reglas claras y marcadas. Que la autoridad paterna sea respetada. Que ambos padres hablen el mismo idioma, que todos los adultos que rodean al niño no se contradigan. Que el niño sea oído y respetado. Que se sienta querido pero no mimado. Que se haga responsable de sus actos. Si necesita ser castigado porque ha elegido ejercer un comportamiento negativo que sea castigado y el castigo sea cumplido íntegramente, pero el castigo debe ser proporcional a la falta. A un niño jamás se le puede decir que no se le quiere porque se ha portado mal, sino «yo te quiero muchísimo, pero TÚ has elegido portarte mal y TÚ eres responsable del castigo que TÚ te has buscado. Y la próxima vez si no quieres castigo TÚ eliges portarte bien y ya todo irá como TÚ quieres.» De esta manera el niño aprende que él es el responsable y así él elige portarse bien o mal y él recibe lo que él siembra. Las normas deben ser claras, el castigo anunciado, explicado e impuesto sin gritos ni amenazas vanas: «tú la has hecho tú te lo has buscado». Jamás se debe castigar a un niño cuando los padres están hartos y peor todavía un día se castiga y otro no. Otra cosa, un niño no sabe «portarse bien» de manera general, somos los adultos los que explicamos que portarse bien es tal o cual cosa y portarse mal es lo otro.”
Un saludo
Señora Lola, sé que es usted muy inteligente, así pues, no entiendo cómo puede tener dudas -o simple desconocimiento- sobre el sistema selectivo al que me refiero. Supongo que pregunta es retórica, y no parece tener buen encaje. Yo escribí: “Un sistema selectivo que llena las escuelas, institutos y universidades de docentes escasos en/de…”, y de estas palabras parece inferirse con claridad que si estoy hablando de docentes, no me esté refiriendo, por ejemplo, al sistema selectivo que selecciona a mecánicos, albañiles o camareros, sino a docentes (maestros y profesores de la enseñanza reglada). Por demás, si no entendí mal, su artículo versaba sobre los centros de enseñanza, la enseñanza, la docencia, ¿No es así? ¿A qué proceso selectivo me podía estar yo refiriendo entonces? De cualquier manera, espero haber respondido satisfactoriamente a la primera parte de su pregunta y haber aclarado su duda; por si acaso repito: me refería al proceso selectivo mediante el cual se elige al personal docente.
Respecto a la solución, propongo un sistema selectivo integrado en un sistema educativo basado en el esfuerzo, en el placer del esfuerzo, en la búsqueda constante de la excelencia, en la satisfacción del trabajo bien hecho, propongo un sistema educativo que premie al mejor y no le castigue como sucede, propongo un sistema educativo que condicione todo la demás (como cuando se implanta un nuevo sistema de gestión informatizado en una empresa y todo en ella tiene que adaptarse a él). Un sistema educativo donde no tiene cabida ni se conoce la interinidad del docente, ni el absentismo, ni el exceso de bajas laborales temporales, donde el fracaso o abandono escolar es simplemente existe. Un sistema educativo que haga imposible artículos como el suyo, y como éste otro (permítame transcribirlo abajo) publicado en este mismo periódico en el verano de 2008 –plenamente vigente- y que hace sentir vergüenza ajena por lo nefasto del sistema que han implantado nuestros políticos andaluces. Le ruego lo lea si no lo ha leído aun, y después si no le importa me comenta su opinión sobre la enseñanza, los sistemas educativos en general, y sobre los procesos selectivos en particular. Ahora ya conoce usted las líneas generales de mi propuesta, los detalles no creo que entrañen demasiada dificultad, hay países con una magnifica legislación educativa (toda la legislación es educativa), basta copiar y pegar, un sentido del respecto escrupuloso por la ley, Y EL EJEMPLO, no olvide usted predicar con el ejemplo, el buen ejemplo señora Lola, pues esa es la clave de la buena educación: EL EJEMPLO (no sólo el del docente). Seguramente sigue usted con dudas y viendo poca concreción en mis palabras, señora Lola, pero sólo los hechos, las palabras y el tiempo (el ejemplo) pueden aclarar y concretar.
Un cordial saludo
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LA BANCARROTA DE LA ENSEÑANZA
Francisco Martínez González (Catedrático de Estética e Historia de la Música del Conservatorio Superior de Málaga)
Hace muy pocos días concluían en Andalucía los procedimientos selectivos para el ingreso en ciertos cuerpos de profesores, entre ellos los de enseñanza secundaria y los de Música y Artes Escénicas. En total 9.089 plazas, una formidable oferta pública de empleo que afecta directamente al corazón íntimo de la prosperidad de un país: el de la educación. Como siempre ocurre en las oposiciones, al final hay sonrisas (las de los que consiguen plaza) y lágrimas (el resto), pero esta vez la mayoría de los que han quedado fuera tenían motivos más que sobrados para el descontento, la frustración y la rabia.
El origen del problema está en un infausto acuerdo sobre mejoras sociolaborales del profesorado urdido entre el MEC y las organizaciones sindicales y firmado el 20 de octubre de 2005. Un acuerdo que en su punto 7 declara un fin para cuya consecución no se han escatimado medios (acaso legales, pero no legítimos): «Se propondrá la incorporación al Proyecto de Ley Orgánica de Educación (LOE) de una mención expresa al fomento de medidas que reduzcan el porcentaje de profesores interinos en los centros educativos, de manera que en el plazo de cuatro años no se sobrepasen los límites máximos establecidos de forma general para la Función Pública, que actualmente está fijado en el 8%.»
Vaya por delante que no se trata aquí de cuestionar a los interinos, un colectivo en sí mismo respetable, sino de poner en evidencia lo torticero de un método orientado sólo a lavar la cara de la Administración. Sí, según reza la propia orden de convocatoria, el procedimiento debe llevarse a cabo «conforme a los principios de igualdad, mérito y capacidad», en el caso andaluz la experiencia docente haya constituido el 40% de la nota global: que la fase de oposición constara de una única prueba dividida en dos partes que, además, no tenía carácter eliminatorio; que la exposición de una unidad didáctica (una de las pruebas a superar) pudiera ser sustituida, sólo para los interinos con nombramiento otorgado con anterioridad al 15 de octubre de 2007, por un informe emitido por una ‘comisión técnica’ designada al efecto por la Dirección General de Gestión de Recursos Humanos (lo cual ha supuesto, de facto, dos puntos directos en el caso de los profesores de Música, tres en los de Secundaria); que los tribunales sólo tuvieran que hacer pública la nota global de la prueba (maquillando así lo chocante del aspirante interino que saca plaza, aun con la fase de oposición clamorosamente suspensa), etc.
Tal cúmulo de insensateces ha abocado a situaciones tan aberrantes como la de que, en el caso de profesores de Música, lo que menos puntuara fuese la prueba de interpretación (un punto sobre diez), y que, así, en caso del profesor de piano que no toca el piano sea una contradicción posible (incluso plausible) para la Consejería y los sindicatos.
Pero al margen de lo injusto del procedimiento, lo que termina de achicharrar los ánimos es que los que no son todavía interinos se quedaran a la cola de aquellos otros que, aun habiendo suspendido todas las pruebas, sólo por el hecho de su experiencia docente, figurarán por delante a la hora de cubrir sustituciones o vacantes. Piénselo desde la perspectiva de un joven de veintitantos años que, habiendo obtenido un nueve en la fase de oposición, tiene que ver cómo otro aspirantes con un uno o un cero tendrá prioridad a la hora de conseguir trabajo.
Estamos ante un sistema que prima la inmovilidad, aboca a la mediocridad y supone uno de los cánceres más sangrantes de nuestro sistema educativo. En el caso de las enseñanzas artísticas, que son por definición individuales y donde el progreso del alumno se basa en la reproducción directa de aquello que ve hacer al profesor, la devastación provocada por este modo de actuar es sencillamente incalculable.
Sin embargo, todo parece apuntar a que las próximas oposiciones seguirán la misma línea. Si al final un enésimo Informe PISA viene a sacarnos otro vez los colores, sepan que ése es el precio a pagar por promover estos hábitos peligrosamente clientelares, hábitos que por otra parte casan bien con la desalentadora tonalidad que lleva más de veinte años adquiriendo la vida pública en Andalucía.
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PD
No conozco el día a día del señor José Antonio, así que no puedo juzgar su labor docente. Pero si puedo juzgar lo que escribe y como lo escribe: mi opinión no es favorable. Pero confío en la suya, señora Lola.
me alegra mucho su escrito y el sentimiento sincero que lo llena,doña eva.con la mitad de ese encuadre dar clase volvería a ser posible
LA BANCARROTA DE LA ENSEÑANZA
Francisco Martínez González (Catedrático de Estética e Historia de la Música del Conservatorio Superior de Málaga)
Hace muy pocos días concluían en Andalucía los procedimientos selectivos para el ingreso en ciertos cuerpos de profesores, entre ellos los de enseñanza secundaria y los de Música y Artes Escénicas. En total 9.089 plazas, una formidable oferta pública de empleo que afecta directamente al corazón íntimo de la prosperidad de un país: el de la educación. Como siempre ocurre en las oposiciones, al final hay sonrisas (las de los que consiguen plaza) y lágrimas (el resto), pero esta vez la mayoría de los que han quedado fuera tenían motivos más que sobrados para el descontento, la frustración y la rabia.
El origen del problema está en un infausto acuerdo sobre mejoras sociolaborales del profesorado urdido entre el MEC y las organizaciones sindicales y firmado el 20 de octubre de 2005. Un acuerdo que en su punto 7 declara un fin para cuya consecución no se han escatimado medios (acaso legales, pero no legítimos): “Se propondrá la incorporación al Proyecto de Ley Orgánica de Educación (LOE) de una mención expresa al fomento de medidas que reduzcan el porcentaje de profesores interinos en los centros educativos, de manera que en el plazo de cuatro años no se sobrepasen los límites máximos establecidos de forma general para la Función Pública, que actualmente está fijado en el 8%.”
Vaya por delante que no se trata aquí de cuestionar a los interinos, un colectivo en sí mismo respetable, sino de poner en evidencia lo torticero de un método orientado sólo a lavar la cara de la Administración. Sí, según reza la propia orden de convocatoria, el procedimiento debe llevarse a cabo “conforme a los principios de igualdad, mérito y capacidad”, en el caso andaluz la experiencia docente haya constituido el 40% de la nota global: que la fase de oposición constara de una única prueba dividida en dos partes que, además, no tenía carácter eliminatorio; que la exposición de una unidad didáctica (una de las pruebas a superar) pudiera ser sustituida, sólo para los interinos con nombramiento otorgado con anterioridad al 15 de octubre de 2007, por un informe emitido por una ‘comisión técnica’ designada al efecto por la Dirección General de Gestión de Recursos Humanos (lo cual ha supuesto, de facto, dos puntos directos en el caso de los profesores de Música, tres en los de Secundaria); que los tribunales sólo tuvieran que hacer pública la nota global de la prueba (maquillando así lo chocante del aspirante interino que saca plaza, aun con la fase de oposición clamorosamente suspensa), etc.
Tal cúmulo de insensateces ha abocado a situaciones tan aberrantes como la de que, en el caso de profesores de Música, lo que menos puntuara fuese la prueba de interpretación (un punto sobre diez), y que, así, en caso del profesor de piano que no toca el piano sea una contradicción posible (incluso plausible) para la Consejería y los sindicatos.
Pero al margen de lo injusto del procedimiento, lo que termina de achicharrar los ánimos es que los que no son todavía interinos se quedaran a la cola de aquellos otros que, aun habiendo suspendido todas las pruebas, sólo por el hecho de su experiencia docente, figurarán por delante a la hora de cubrir sustituciones o vacantes. Piénselo desde la perspectiva de un joven de veintitantos años que, habiendo obtenido un nueve en la fase de oposición, tiene que ver cómo otro aspirantes con un uno o un cero tendrá prioridad a la hora de conseguir trabajo.
Estamos ante un sistema que prima la inmovilidad, aboca a la mediocridad y supone uno de los cánceres más sangrantes de nuestro sistema educativo. En el caso de las enseñanzas artísticas, que son por definición individuales y donde el progreso del alumno se basa en la reproducción directa de aquello que ve hacer al profesor, la devastación provocada por este modo de actuar es sencillamente incalculable.
Sin embargo, todo parece apuntar a que las próximas oposiciones seguirán la misma línea. Si al final un enésimo Informe PISA viene a sacarnos otro vez los colores, sepan que ése es el precio a pagar por promover estos hábitos peligrosamente clientelares, hábitos que por otra parte casan bien con la desalentadora tonalidad que lleva más de veinte años adquiriendo la vida pública en Andalucía.
LA BANCARROTA DE LA ENSEÑANZA
Francisco Martínez González (Catedrático de Estética e Historia de la Música del Conservatorio Superior de Málaga)
Hace muy pocos días concluían en Andalucía los procedimientos selectivos para el ingreso en ciertos cuerpos de profesores, entre ellos los de enseñanza secundaria y los de Música y Artes Escénicas. En total 9.089 plazas, una formidable oferta pública de empleo que afecta directamente al corazón íntimo de la prosperidad de un país: el de la educación. Como siempre ocurre en las oposiciones, al final hay sonrisas (las de los que consiguen plaza) y lágrimas (el resto), pero esta vez la mayoría de los que han quedado fuera tenían motivos más que sobrados para el descontento, la frustración y la rabia.
El origen del problema está en un infausto acuerdo sobre mejoras sociolaborales del profesorado urdido entre el MEC y las organizaciones sindicales y firmado el 20 de octubre de 2005. Un acuerdo que en su punto 7 declara un fin para cuya consecución no se han escatimado medios (acaso legales, pero no legítimos): «Se propondrá la incorporación al Proyecto de Ley Orgánica de Educación (LOE) de una mención expresa al fomento de medidas que reduzcan el porcentaje de profesores interinos en los centros educativos, de manera que en el plazo de cuatro años no se sobrepasen los límites máximos establecidos de forma general para la Función Pública, que actualmente está fijado en el 8%.»
Vaya por delante que no se trata aquí de cuestionar a los interinos, un colectivo en sí mismo respetable, sino de poner en evidencia lo torticero de un método orientado sólo a lavar la cara de la Administración. Sí, según reza la propia orden de convocatoria, el procedimiento debe llevarse a cabo «conforme a los principios de igualdad, mérito y capacidad», en el caso andaluz la experiencia docente haya constituido el 40% de la nota global: que la fase de oposición constara de una única prueba dividida en dos partes que, además, no tenía carácter eliminatorio; que la exposición de una unidad didáctica (una de las pruebas a superar) pudiera ser sustituida, sólo para los interinos con nombramiento otorgado con anterioridad al 15 de octubre de 2007, por un informe emitido por una ‘comisión técnica’ designada al efecto por la Dirección General de Gestión de Recursos Humanos (lo cual ha supuesto, de facto, dos puntos directos en el caso de los profesores de Música, tres en los de Secundaria); que los tribunales sólo tuvieran que hacer pública la nota global de la prueba (maquillando así lo chocante del aspirante interino que saca plaza, aun con la fase de oposición clamorosamente suspensa), etc.
Tal cúmulo de insensateces ha abocado a situaciones tan aberrantes como la de que, en el caso de profesores de Música, lo que menos puntuara fuese la prueba de interpretación (un punto sobre diez), y que, así, en caso del profesor de piano que no toca el piano sea una contradicción posible (incluso plausible) para la Consejería y los sindicatos.
Pero al margen de lo injusto del procedimiento, lo que termina de achicharrar los ánimos es que los que no son todavía interinos se quedaran a la cola de aquellos otros que, aun habiendo suspendido todas las pruebas, sólo por el hecho de su experiencia docente, figurarán por delante a la hora de cubrir sustituciones o vacantes. Piénselo desde la perspectiva de un joven de veintitantos años que, habiendo obtenido un nueve en la fase de oposición, tiene que ver cómo otro aspirantes con un uno o un cero tendrá prioridad a la hora de conseguir trabajo.
Estamos ante un sistema que prima la inmovilidad, aboca a la mediocridad y supone uno de los cánceres más sangrantes de nuestro sistema educativo. En el caso de las enseñanzas artísticas, que son por definición individuales y donde el progreso del alumno se basa en la reproducción directa de aquello que ve hacer al profesor, la devastación provocada por este modo de actuar es sencillamente incalculable.
Sin embargo, todo parece apuntar a que las próximas oposiciones seguirán la misma línea. Si al final un enésimo Informe PISA viene a sacarnos otro vez los colores, sepan que ése es el precio a pagar por promover estos hábitos peligrosamente clientelares, hábitos que por otra parte casan bien con la desalentadora tonalidad que lleva más de veinte años adquiriendo la vida pública en Andalucía.