Ante todo, querido lector, gracias por leer estas líneas en tal día como hoy. Has de tener un espíritu magnánimo de la muerte para darte a tales esfuerzos tras ese escaso y mal sueño que quebranta a la mayoría de los adultos la digestión de la cena de Nochebuena. Liviana que se anunció por la crisis pero, en todo caso, excesiva sin duda en parangón a esas cenas saludables de mendigo que aconsejan los médicos o dietólogos por si alguna vez la criatura humana, si no es a pique de la muerte, se anima a hacerles caso. Tal vez faltaron las angulas sobre tu mesa y hasta el jamón o el cordero de otros años más prósperos, pero no hay duda de que, en su lugar, esa madre o suegra entrañable se las ingeniaron para poner en su lugar otras modestas aunque abundantes viandas con las que hacerte rebosar y burbujear el vientre de modo que hayáis pasado la susodicha velada de sofá y especial televisivo con los siempre inexcusables villancicos de Raphael, toda la familia aunada en el ejercicio de contorsionarse a la búsqueda de la postura exacta con la que impedir el libre tránsito de las acuciantes flatulencias. Luego de lo cual, cuando los dulces pequeños del clan se cansaron de berrear a grito pelado los deliciosos himnos al niño Dios hasta en la más remota versión anglosajona que tuvo la deferencia de enseñarle el profe, acompañándose de esa deliciosa artillería de zambombas, panderetas con ese exacto compás capaz de cabalgarte en las sienes y taladrarte los tímpanos para dejarlos lirondos, te metiste en el lecho bien anonadado por los vapores del alcohol que regaron la nocturna pitanza, de la cervecita al rioja hasta el brindis de cava y los chupitos espiritosos con los que complementar el ir y venir a la bandeja de turrones en el último estertor de la orgía gastronómica. Desordenado y abundante batiburrillo etílico que hace frágil, accidentado y discontinuo el primer sueño de Navidad –con sus correspondientes visitas al urinario, inhóspito y gélido de madrugada- y te pone la mañana de ese humor entre plomizo, mustio, gris y melancólico, propio del solemne resacón. El día de Navidad, sublimado de glamour por la falsedad comercial de los anuncios publicitarios con todo su repertorio de familias engalanadas en torno a la chimenea de la mansión solariega, suele ser, contrariamente, un día bastante cutre en el que las familias de a pie, las de verdad, comen en pijama-y acaso en la cocina- las sobras recalentadas de la noche anterior, con sabor a microondas y decadencia, mientras brindan con sales de frutas y Alkasezer y se disputan el baño, violentos por las apremiantes urgencias gástricas y la incómoda concurrencia que supone el haberse juntado los tantos y pico de familia. Si toca que regale Papa Noël, la casa se desperdiga de envoltorios purpúreos y te tocan en suerte dos o tres bufandas, esa prenda ideal para dejarse olvidada en los bares y los taxis y ofrecer de regalo cuando urge regalar y no se te ocurre otra cosa. Por ejemplo, en Navidad.
Sobre los regalos de Navidad habría que decir que son un engorro tanto para el que los hace, que ocupa gran parte de su estimado tiempo de ocio en esta actividad de compromiso, sólo placentera para el comprador compulsivo, como para el que los recibe quien, normalmente, no sabe dónde ponerlos.
Pocas veces se acierta si no es con un buen sobre de billetes como se va haciendo de rigor en las bodas por no verse abocado a la inútil colección de cursis juegos de café. No obstante, dada la proverbial falta de imaginación de Papa Noël y la crisis, intuyo que el saco habrá venido otra vez cargado de estuches de colonia y bufandas. Esto en materia de adultos, esperemos que en lo tocante a la infancia la oferta sea más generosa. Por patriotismo y mera observancia de nuestras más rancias tradiciones, como están hartos de saber mis pacientes lectores, nunca he sido muy partidaria del intruso yanqui, pero al final me gana su pragmatismo. Si Papa Noël, desde el primer día de Navidad, consigue entretener con sus regalos el aburrimiento temible de esos niños enclaustrados por el frío en apartamentos cada vez más diminutos, bienvenido sea. Pero, por favor, que no traiga tamborcillos u otra suerte de presuntos objetos musicales. O suprimamos esta adulta costumbre patria de celebrar toda fiesta con alcohol. O tirémonos todos por la ventana.
En todo caso, desconfío bastante de la solvencia de Papa Noël en estas fiestas. El otro día me encontré a tres de ellos a la altura del parque, bastante escuálidos y con pinta de gorrillas, y andaban pidiendo limosna. Va a ser que va en serio esto de la crisis. Porca miseria.
Porca miseria
26
Dic
La Navidad es mala para el bolsillo y para el estómago
La Navidad,tiene una parte que me incomoda mucho y es eso de salir a comprar regalos,y gastarte el aguinaldo(o sueldo anual complementario)en comprar cosas ridículas que no le sirven a nadie para nada y volver luego a tu casa,después de compartir la Noche Buena,con tu suegra y cuñadas(Noche de Brujas),con bolsas llenas de porquerías,que al poco tiempo,ni sabes quien te las regaló.A veces he deseado quedarme dormida profundamente y despertar cuando ya pasaron Los Reyes Magos y no tener que armar un arbolito y llenarlo de bombitas y luces,en un rincón de la casa,donde sólo paran a mirarlo los bichos atraídos por su lumbre,porque aquí,es pleno verano y en mi zona lo que menos vemos,son coníferas,abundan los algarrobos,chañares,espnillos,pero nunca un pino,y estos árboles en verano,se llenan de cigarras,eso es más significativo que el susodicho pinito…Nunca entendí por que debíamos celebrar la Navidad a la usanza europea,por qué no una Navidad Criolla?,con un Niño Jesús naciendo bajo un algarrobo,arrullado con el chirriar de las cigarras,sin necesidad de que lo abriguen las ovejas de un establo y ese día,podríamos cantar tranquilamente La Misa Criolla,de don Ariel Ramírez,sin enroscarnos en buscar villancicos de otros suelos….Será que los argentimos hemos perdido hasta en la manera de celebrar Las Fiestas,nuestra identidad y estamos siempre copiando modelos de otros mundos?Qué queremos ser?A quién le queremos ganar?Somos criollos y ya,qué joder!!!!
Sueño con que llegue un día,en que la Navidad recupere su verdadero sentido:Participar de la Misa del Nacimiento,y regresar a casa a cenar como de costumbre,pensando que el único centro de la fiesta ,es JESÚS,y dejemos de una vez por todas,de hacerle el caldo gordo a los comerciantes.He dicho!