Un cropán por Sandokan

1 Jul
Sandokan
Sandokan

Más que Kung-Fu, a mí me gustaba Sandokan; el tigre de Malasia. Kung-Fu sería más filosófico, más profundo, de acuerdo, pero me deprimía su cara de chino triste y su eterno vagar por los caminos esteparios con los zapatos al hombro. Y de aquellos retrospectivos, largos y estáticos diálogos de “El pequeño saltamontes” con su Maestro, el ciego y abstracto monje Shaolin, que ya anticipaban las corrientes de pensamiento hindúes tan de moda por los ochenta, francamente, no entendía ni papa, sino que daban un profundo sopor bastante adecuado a la hora de emisión de la serie televisiva. Sin embargo, Sandokan, era otra cosa; un ídolo mucho más tangible para una niña de nueve años, más o menos. Le acompañaban el aire arrogante y exótico, los extraordinarios ojos verdes, la poderosa y muscular complexión hercúlea y su condición transgresora de pirata. Lo más de lo más para ser venerado por una criatura femenina incluso de corta edad. Mi obsesión por el tigre de Malasia, habrá que admitirlo, no fue, digamos, flor de un día, sino de muchas tardes ahorrando para comprar el dichoso cropán. Por la compra de tropecientos de aquellos mencionados pastelillos, te regalaban -¿regalaban?- un póster de Sandokan de tamaño natural y así, bien motivada por mi pasión hacia el pirata hindú y mi proverbial constancia, llegué a lograr tan preciado tesoro a la altura del último duro de mi hucha y algunas semanas de meriendas pringosas. Ya tenía la imagen al natural del Tigre de Malasia que sacar bajo el fondo de mi cajoncito de los secretos para cubrirla de besos a hurtadillas y no dudaba que pronto tendría al original. Era del todo factible que Sandokan al fin comprendiese que su adoración por la bella Lady Mariana, de piel de porcelana y ojos felinos, no era más que un espejismo y volviese la vista hacia su verdadero amor; una niña gordita de nueve años harta de cropanes a su costa. Pero Sandokan se fue con el último capítulo de la serie y se convirtió en un actor medio desconocido, dando vueltas por los estudios cinematográficos del mundo entero, en busca de esa segunda oportunidad que nunca llegó. Aquel hombre no podía ser sino Sandokan y eso sólo daba para algunos capítulos, aunque de cierta huella indeleble en las biografías de las chicas soñadoras. Mi amor eterno por Sandokan duró lo que la serie y, sin embargo, de su memoria traicionada me recupero al saber de la muerte de otros ídolos del imaginero infantil como Kung-Fu, en el temor de que haya corrido la misma suerte funesta. Por fortuna, después de navegar unos momentos en las aguas procelosas de internet, descubro que mi pirata sigue vivo, así como el hombre encargado de darle vida que, lejos ya de aquella perentoria fama de los setenta, va tirando casi anónimo como puede. Lo de Kung-Fu ha sido, sin duda, mucho más dramático y lo siento por los fans que siempre sufren –sufrimos- con el ocaso de nuestros dioses. Al parecer, lo encontraron ahorcado en una habitación del hotel “Park Nai Lert” de Bangkok, donde vivía completamente aislado en el tiempo libre que le dejaban los descansos del rodaje de una película de esas que, suponemos, se dan como limosna de consolación a los veteranos para hacerles menos dura la jubilación y el olvido del público. Como siempre a la primera hipótesis sobre su fin, el suicidio, se le han sumado otras, algunas inquietantes y novelescas y otras bastante menos dignas y rayanas en lo bochornoso. Una de ellas supone que el actor fue asesinado a manos de una secta secreta que practica artes marciales, otra que el susodicho sufrió una muerte accidental, mientras buscaba en la masturbación mayor excitación con la práctica del estrangulamiento –asfixia autoerótica que se llama-, lo cual haría travestido, ya que, según apuntan las malísimas lenguas, en su habitación fueron hallados objetos como una peluca de mujer, un portaligas y lencería roja. Sea como fuere que murió David Carradine, lo más seguro que de veras suicidado a cuenta de la depresión, la soledad y la vejez, nuestro Kung-Fu nunca podría haber tenido un final bochornoso por más que se empeñe la sensacionalista prensa amarilla. Nadie por falta de escrúpulos y a cuenta de la tirada, tiene derecho a ponerle pies de barro a nuestros diosecillos de la infancia, a contaminar con la basura del burdo rumor los recuerdos que en las más felices horas de nuestra biografía aún brillan con la pureza del diamante.Corren tiempos de orfandad para una generación, día a día, se nos mueren los iconos del pasado, haciéndose pasado del todo. Primero fue Antonio Vega, luego Kung-Fu, recientemente Farrah Fawcett-Majors, la rubia de la melena exultante y la sonrisa perfecta de “Los Ángeles de Charlie”. Y Michael Jackson. No queremos saber que fueron malos, perversos, viciosos o simplemente débiles como todo ser humano. Sólo que fueron nuestros y los quisimos.

5 respuestas a «Un cropán por Sandokan»

  1. SALUDOS DOÑA LOLA:

    TREMENDO SU ARTICULO SOBRE “EL TIGRE DE LA MALASIA”
    SADOKAN; ESTE ARTICULO HA SIDO UN BONITO HOMENAJE
    PARA EL, Y MAS AUN PARA NOSOTROS, LOS FANATICOS
    DE SANDOKAN, Y SU ACTOR, KABIR BEDI; UNO DE LOS
    ACTORES MAS COMPLETOS QUE HA PRODUCIDO
    EL SEPTIMO ARTE.

    MUCHAS GRACIAS POR TOMARSE EL TIEMPO
    PAR ESCRIBIR SOBRE EL.

    ISRAEL QUINONES
    e-mail: astroshou@yahoo.es

  2. Querido Israel:
    Sandokán es un icono de mi infancia y con respecto también al presente ,coincido contigo. Pocos actores hoy en día podrán dar su talla; aparte de un grandísimo actor, es, ya sólo por su imagen: una obra de arte dentro del Séptimo Arte. Por él, todos los cropanes son pocos.
    Un abrazo.

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