Una asociación anti-memoria franquista intenta que el Ayuntamiento de Málaga explique por qué no ha retirado aún los azulejos y placas que permanecen sobre algunas fachadas. En esos elementos se recuerda que aquellas viviendas fueron construidas por la llamada obra social del Movimiento. Distinguía sus construcciones con un haz de flechas cruzado por una casita, en lugar del yugo que se reservaba para actos de mayor tronío y batalla. Dijo Antonio Banderas que Franco estaba ahora más vivo tras su muerte. Tenía razón. El régimen franquista, a imitación del de Mussolini, necesitaba rodearse de símbolos y parafernalias. El régimen de Sánchez parece que necesitaba poner en el punto de mira un enemigo que no existe desde hace mucho. Nadie en su sano juicio se opondría a la búsqueda, identificación y entrega de los cadáveres que todavía avergüenzan cunetas y cementerios de toda España. Lo de sacar a Franco de su tumba me pareció un gasto inútil y una devolución a la actualidad de un espacio y un personaje cuyos nombres ya sólo aparecían en los manuales de historia. Si Sánchez hubiera tenido las narices de haberse enfrentado, no ya al generalísimo que murió en su cama, sino a aquellos Guerrilleros de Cristo Rey, o a los de Fuerza Nueva que iban repartiendo cadenazos y navajazos por aquellas calles de mi adolescencia, recuerdo ahora a Pina López Gay y a los jóvenes guardias rojos de mi barrio, pues tal acto de desentierro habría adquirido algún tinte digno que ocultara lo que sólo ha quedado en una ópera bufa. Prefiero emplear la energía y el dinero en asuntos más prácticos que son los que limpian la memoria de una sociedad y forjan patria. La búsqueda de la memoria histórica (¿qué historia no lo es?) está provocando muertes de mosquitos mediante cañonazos. Grupos de acólitos descubren huellas elementales del franquismo en, por ejemplo, Barbate de Franco, o Villafranco del Guadalhorce. Era muy fácil. Lo de ir arrancando las placas de aquello que funcionó como Ministerio de la Vivienda, no creo que aporte nada, ni bueno ni malo, nada. Quien quiera entretenerse en ello, encontrará una pechá en los edificios de Málaga, una ciudad de VPO.
La ley de Memoria Histórica ha dado voz a denunciantes del franquismo, lo que no significa que haya otorgado memoria. La devolución de difuntos se tenía que haber convertido en un asunto prioritario de Estado, con presupuesto y calendario de actuaciones. Los cambios en los nombres de calles y plazas ya se llevó a cabo a finales de los setenta. Dos elementos, sin embargo, no han sido señalados por ningún grupo de cazafantasmas que yo sepa. Por un lado, el horario absurdo que acompasa la hora española, excepto Canarias, en las mismas manecillas del reloj que la de Roma y Berlín, a pesar de que el Meridiano de Greenwich pase por nuestro este peninsular. Los generales de Franco, a los que pocas insensateces quedaron por cometer, se sentían más seguros cuando sabían que tomaban galletas a la misma hora que el Duce y el Führer a pesar de que deberían de haberlo hecho en el mismo instante que Salazar o Churchill. Almorcé dos veces cuando crucé desde Portugal a Huelva. Por otra parte, y esto sí que sería enderezar la memoria, un buen número de fusilamientos y muertes del franquismo se produjo tras la victoria. El ambiente rural embrutece al humano. Una simple delación del vecino bastaba para que la guardia civil (cuerpo que hoy me parece ejemplar) acudiera a casa y se llevase detenido a un padre de familia que casi siempre moría en el camino hacia el cuartel o la cárcel. El mismo delator aparecía pronto para comprar, con todas las de la ley, unas tierras que la viuda tenía que malvender para poder sobrevivir junto con su prole. A ver si nuestra democracia tiene los suficientes arrestos para meter mano en ese avispero, restituir las posesiones a los descendientes, y dignificar de verdad a aquellas personas arrojadas a la basura social por simple codicia. El sol amanece en Londres al tiempo que en Albacete o Cercedilla pero no alumbra con iguales luces por todas partes.