“Exceso de buen tiempo” es el título del último libro de mi querido amigo José Antonio Mesa Toré. Se abre con una cita extraída de una carta de Emilio Prados en la que se disculpaba por el retraso con el que conducía un número de aquella revista “Litoral”, hoy aún en las librerías. Los ejemplares no salieron de las prensas en su fecha porque en Málaga había ocurrido un exceso de buen tiempo que condujo a aquellos poetas impresores a disfrutar de la molicie de estos días malagueños en que ciertas conjunciones de viento, sol y oleaje, en efecto, demuestran que esta es una de las ciudades del paraíso. Las titulaciones académicas en Málaga deberían de valer el doble que en cualquier otro lugar de España y de Europa. Cualquiera comprende que no es lo mismo encerrarse en el cuarto con las completas de Kant cuando uno habita en León, por decir algo, o en Palencia, o en Oviedo si quieres, que hacerlo aquí, donde uno tiene que bajar la persiana, encender el flexo para construirse una cueva donde las sombras no lo llamen a salir corriendo a la calle para tomarse cuatro refrescos y un espeto junto a la arena en pleno invierno. Es casi aquel trueque que propuso Unamuno cuando dijo eso de que inventaran los europeos porque los españoles nos daríamos mientras tanto a la mística. El resto de España puede que sí. Esos páramos manchegos por donde al fondo casi se perfila la curvatura de la tierra, esas montañas agrestes y nevadas, ese Mediterráneo valenciano donde la humedad extorsiona hasta el ánimo. En Málaga primero se vive y luego se reflexiona sobre lo vivido, siempre que uno se acuerde al otro día de qué fue lo que pasó y con quién estuvo. A veces los excesos de buen tiempo, llaman a los excesos de alegrías que suelen aparejar un exceso de resaca a la que los malagueños sabremos dominar, otra jornada continua, entre esquina y esquina. Aquí derrochamos existencia y nos sobran existencialismos.
Por mucho que le demos vueltas, la vida es un asunto de dos días. Nuestro gran legado a la humanidad puede ser esa conclusión tan compleja de cuadrar. A partir de ahí varias disyuntivas se abren ante nosotros. Está, por ejemplo, la opción García Lorca tan llena de tragedia, de quieros que jamás alcanzan el puedo al trote por esas tierras de la Andalucía del jondo y la navaja en la liga y la pena perpetua anclada al alma. Los castellanos abundaron, sin embargo, en un más allá que olvidaba el más acá. Santos ascetas que se fustigaban las espaldas con el objetivo de alcanzar la comunicación con ese ser supremo que montó el mundo como una especie de laberinto al que hay que desentrañar durante toda la vida para que, tal vez, en el último instante nos demos cuenta de la verdad única, esto es, eso de que hemos desperdiciado la vida por no aceptar que tan sólo se trataba de vivir, de aceptar que una puesta de sol abrazado a alguien con quien quieres estar en ese instante, es un retazo de felicidad que no admite ningún desprecio. No regala el tiempo una segunda oportunidad. Será verdad que soy malagueño y he aprendido de mis gentes a tomarme con calma casi todo, gracias a este exceso de buen tiempo que dibuja sonrisas en la cara aunque las circunstancias te susurren una mueca de dolor. Me chivata Siri que este lunes hará bueno. Hasta 22º me avisa. Un paseo junto al mar si no quieren usar el coche, o uno lento por la carretera de la costa si tienen ganas de arrancarlo, significa un brindis al sol que nos alegra. Está uno tan liado que, al final, se olvidan las cosas importantes. No creo en el cielo pero sí en el infierno. Abre sus puertas durante esos últimos instantes en que el cerebro aún funciona. No imagino ninguna sensación más dañina que constatar consigo mismo que esta función se ha acabado y que tu interpretación del personaje arroja como balance un absoluto fracaso. Qué miedo. Hoy es lunes de sol. Quizás el exceso de buen tiempo se prolongue. Quién sabe. Disfruten el periódico al aire libre y, si puede ser, con la mejor compañía. A vivir. Esto es Málaga y el momento que pasa no regresa.