La revista americana Luxury Magazine ha enviado a uno de sus reporteros a Málaga. Sus páginas están destinadas a los poseedores de unas tarjetas de crédito exclusivas a quienes aconsejan cómo y dónde gastar esos dólares que nuestro sector hostelero tanto persigue. Con mucha dificultad Málaga se convertiría en destino preferente para el turista de lujo. Nuestra mejor embajadora fue Michelle Obama cuando descansó en Villa Padierna, Marbella, donde permaneció una semana o así. Málaga está muy mal publicitada. Los viajeros americanos apenas duermen dos días en nuestros hoteles. Aquel verso de Aleixandre donde calificó a su Málaga de niñez como un paraíso, ha provocado en el indígena y, sobre todo, en sus autoridades, una severa falta de contacto con la realidad, mezclada con ausencia de crítica. Repetimos que Málaga es cosmopolita; lo son sus visitantes. Durante la última Semana Santa, por casualidad, ejercí como guía de una encantadora americana de Los Ángeles, Sandra, abogada, cultísima y enamorada de España. Desconocía Málaga y sólo pasaría aquí pocos días. Con todo respeto lo escribo, pero la Semana Santa para los no católicos no despliega demasiado interés; es conocida fuera de nuestros límites municipales gracias a Antonio Banderas quien nos ha situado en algunos mapas. Los toros se circunscriben a un maltrato animal cada vez más difícil de comprender. Sandra acude en L.A. a tablaos flamencos, de esos que en Málaga no existen. Quería asistir a alguno. Se habían alineado los astros y minutos antes yo había recibido una invitación de un amigo que organizaba en su domicilio una fiesta con rumores de guitarras y posible cante jondo. Echamos una tarde muy agradable en un maravilloso ático frente al mar. Algunos aspirantes a cantaor exhibieron allí no más que lo que sus gargantas les permitieron. Sol, marisco, vinos excelentes y risas. Pero esto no es lujo. Sandra tiene esto en casa cuando quiere.
La mejor playa de Málaga no puede compararse con las arenas de California o las de Coney Island, esa Misericordia de NYC. Quienes contemplan desde el yate Niza o Antibes no caerán de rodillas ante la Farola. El malagueño medio desconoce Sausalito, la costa de Maryland o los residenciales de Long Island. Nuestra ciudad dibuja un perfil de cielo de protección oficial frente al Mediterráneo. Seamos sinceros. Respecto a los museos, el nombre de Picasso atrae como un Júpiter en mitad de los planetas. Los demás albergan curiosidades que se difuminan cuando son comparadas por el espectador frente a aquellas colecciones, Picassos incluidos, que los potentados americanos adquirieron durante el siglo XIX y XX y que atesoran lo más significativo del arte plástico mundial. Aún así, Málaga puede atraer al visitante americano si potencia su lujo auténtico, esto es, lo que no tienen. Conduje a mi querida Sandra a Antequera y se quedó extasiada bajo la grandeza de los dólmenes. Había visitado muchos en Europa, se consideraba una buena conocedora del fenómeno megalítico, pero desconocía que en nuestras tierras se hubieran alzado tales construcciones asociadas en su imaginario a áreas celtas. Falta publicidad. El almuerzo con Charo Carmona desplegó esas recetas tradicionales que su restaurante intenta rescatar y que Sandra disfrutó por vez primera, además, regadas por vinos de Ronda que compitieron, en su educado paladar, con los ya excelentes californianos. Con tiempo, habríamos visitado el Torcal, cuevas como La Pileta, Nerja o Ardales, El Caminito del Rey, El Tajo y Ronda la Vieja, Alcaucín o el Molino del Santo en Benaoján. Habríamos disfrutado los quesos serranos, los alucinantes jamones de Faraján, o los tomates del Guadalhorce. En Málaga capital bastan dos días. La característica del viajero con alto poder adquisitivo es que ha viajado, ha bebido y ha vivido. Málaga en su conjunto tiene rincones más que privilegiados y un tesoro gastronómico y cultural de primer orden en todas las artes. Hasta ahora hemos alzado una fachada de cartón-piedra rellena de comida basura y borrachera masiva. Un lujo de bazar chinesco y muy pueblerino para turistas menesterosos.