Los humanos compartimos ciertos aspectos con las polillas. No me refiero a que haya tipos que son unos capullos a primera vista y, además están incapacitados para abandonar tal condición, sino a que nuestra especie ha tejido en torno a sí un habitáculo donde muda sus características iniciales, como una crisálida culmina en mariposa. A pesar de esta apariencia semejante a la de nuestros antepasados ya somos otro ser; también, sin duda, distinto a nuestros descendientes. A veces se hace complejo creer que hemos evolucionado en algo; sobre todo, cuando uno se cruza en un callejón oscuro con un tipo de esos que protagonizaría un documental sobre neardentales sin necesidad de que pasara por el set de caracterización. Somos resultado de nuestros propios artificios. Durante miles de años fuimos víctimas de lanzas de piedra afilada, y hoy lo somos de las tarjetas de crédito a final de mes, un acelerador de infartos y otras dolencias tan eficaz como una flecha de sílex incrustada en un ojo. El hombre crea y su creación se hace pronto dueña de su cosmos, lo conduce por nuevos senderos orgánicos y psíquicos. Una vez controlado el fuego, por ejemplo, llegaron las discusiones sobre cuáles eran las salsas más adecuadas para el pollo asado, lo que ocasionó disensiones en varios clanes que concluyeron en un estilo de arte rupestre donde el significado de las figuras de las manos sobre las paredes de la caverna contabilizaban el número de guantazos que le habían dado a uno u otro cocinero. Podemos afirmar, pues, que el mundo místico se desarrolló a la vez que el culinario y junto con la liga de boxeo, la traumatología y la invención del diván, previo en muchos siglos a Freud. Todo ello gracias a un enorme empuje tecnológico ocasionado tras un cigarro mal apagado después de un glorioso acto sexual en algún bosque ignoto durante el verano. Dada esta condición servil hacia nuestros avances, quizás todos aquellos maravillosos dibujos rupestres con sus bisontes, caballos, ciervos e, incluso, peces, signifiquen una versión tosca de las comandas para el camarero.
Nunca sabremos cómo fueron aquellos albores de la humanidad. Nuestros antecesores no previeron paradas de autobús y no podemos ir a constatar casi ninguna hipótesis. Quizás, sin embargo, el espacio onírico revele esa fusión tan íntima entre este acuario en el que nos desarrollamos mientras lo construimos. Uno de mis sueños recurrentes, por ejemplo, es el de que me presento desnudo a un examen para el que no he estudiado, un hecho para mí tan perturbador como cuando el primer sapiens que intercambió con otro un cesto de frutas soñó con una reclamación de Hacienda. Ese sentimiento de angustia también brota cuando uno no puede huir ante un peligro. El hombre primitivo centraría su foco de pánico, no sé, en un bicho peludo y con enormes dientes, y yo lo sitúo en que una teleoperadora con ofertas de telefonía se ha colado en mi dormitorio. Las piernas no me responden y la chica con sonrisa perversa y un contrato se dirige hacia mí. Fatal. El último sueño me ha dejado meditabundo. Voy a cenar a casa de una amiga; su marido muy educado me recibe con una pistola alemana y me anuncia en la puerta que me va a matar. Yo le advierto de que he traído un buen vino y ostras. Como no se le pasa el furor asesino, le indico que hay un tipo en el ascensor que quiere hablar con él. Aprovecho y cierro la puerta blindada de casa mientras su mujer, sin darle importancia a la situación, me pregunta si me sirve un Dry Martini. Respondo que no tiene idea de cócteles mientras intento avisar a la policía mediante una tableta que no carga su página web. El marido golpeaba la puerta y aquel dispositivo moderno no cargaba, del mismo modo que mis piernas no respondían cuando aún no se había desarrollado este universo 2.0 en el que, si nos detenemos a pensar un poco, nos vamos actualizando igual que nuestros ordenadores quienes tal vez sueñen con un tipo que canta Lili Marleen mientras acciona un código para borrar todo el disco duro. Le pregunto a mi portátil pero me ha retirado la palabra. Yo, por fastidiar, lo dejo sin actualizaciones ni batería.