Esto de ser andaluz tiene su gracia. No porque seamos graciosos de por sí, que también. Yo sin modestia ninguna, allá por los años setenta, hacía reír a una familia de madrileños que nos acogían en casa para que pudiera acceder al milagro de las lentes de contacto que entonces sólo se producía en la capital. Me ponían delante de toda una concurrencia de aquellas de cuando en España era loable tener 15 hijos, y me hacían preguntas capciosas para que tuviera que responder “zí” con mi ceceo malagueño y niño de Miraflores de los Ángeles, con sus manitas estrechadas detrás como gesto de miedo, incertidumbre y sumisión a un mismo instante. Mis padres ni sabían qué decir. Ayer, Pilar Rahola se despachó en un artículo sobre lo canallesca que ha sido la campaña andaluza. Los líderes políticos de aquí se quejaban de la cosa del proceso catalán con el fin de sacar réditos electorales. La tal señora lanza escupitajos hacia arriba por ver sobre quiénes caen. Olvida aquel lema de España nos roba mediante índices delatores hacia Andalucía como Caín acusador. Este hermano colonializado y consumidor vive por lo visto de lujo a costa del vino que trajo a la mesa su otro hermano, el de la raza metropolitana y empresario por más señas. Total que a la vista de los demás, Andalucía ha votado como si esto fuera un sondeíto previo a las elecciones importantes que son las verdaderas. Como aquellas religiones que, de puerta en puerta, ofendían a nuestras madres con su prepotencia evangelical. Resulta que nuestra gracia y ceceo y rencores han liado más la cosa. Quizás por molestar. Al final, o en medio de estas líneas mejor dicho, voy a tener que dar la razón a la Rahola que es que sólo fastidiamos cuando no servimos para hacer reír. Pero los del norte tampoco se aclaran sobre si somos trágicos o cómicos. Aquí Chiquito y mi ceceo conviven con Bernarda Alba y el dolor del cante jondo.
No creo que los resultados sean extrapolables al resto del Estado ni siquiera a los próximos comicios. Un área tan grande como Portugal ha hablado en sus urnas para decir que los dos grandes partidos hegemónicos tienen fuelle, pero menos. Por una parte, Ciudadanos ha irrumpido con fuerza. Con mayor ímpetu ha entrado Vox en una regíón cuya pobreza y dependencia social del clientelismo la volvieron vulnerable, incluso antipática hacia el resto de sus vecinos hartos de regar su césped impoluto para la contemplación de unos subvencionados miserables. Según parece, los desfavorecidos y desahuciados no pretenden más intervención estatal sino menos, tal como se desprende de esa mayoría parlamentaria que cuando escribo estas líneas se consolida en el ala derecha del leve abanico gubernamental. Los discursos iniciales de la izquierda niegan la realidad de las sumas y restas. El Partido socialista se ha quedado sin flotadores y en rumbo de Titanic. Con los actuales papeles en la mano, a cosa de las 11 de la noche, no suman mayoría absoluta ni con Ciudadanos ni con Adelante Andalucía a quienes sobra esa sonrisa y la esperanza prepotente, pero a quienes después asustará el espejo de Dorian Gray. La clave última queda en las decisiones de Ciudadanos. Depende de la imagen que desee ofrecer. Si busca la ruptura con su posición de centro derecha moderada ahí tendrá la mano del PSOE que deberá sumar, además, la de la imprevisible izquierda podemista para que un gobierno sea viable aunque breve. Si Ciudadanos se quiere revelar como el paladín del cambio en Andalucía, imagino que el PP le estará haciendo ya ojitos para que la añeja guardia socialista suelte los palos del billar. Tendrá que pactar con la ultraderecha voluntarista e irrealizable de Vox. Ahí queda el toro para ver quién salta a la plaza con suficientes oropeles. Los partidos hegemónicos no convencen ni a su propio electorado. El fiel de la balanza depende de Ciudadanos y del juego que uno u otro extremo le quieran otorgar a una hipotética coalición. Pero no hay cargos pa tanta gente. Ojalá mi tierra tome su rumbo al margen de las decisiones que los grandes grupos tomen más allá de Despeñaperros.