A veces, los científicos alcanzan conclusiones sensatas y emocionantes. De esas que te dejan con una lágrima en equilibrio al borde de la pupila. Nada de las cansinas alertas sobre los efectos adversos que el verbo vivir acarrea junto a sus complementos, todos ninguneados por la muerte en su punto final. Nada de las aterradoras consecuencias que conllevará la extinción de las demás especies, salvo ternera, cerdo, pavo, pollo y salmón ahumado. No. De vez en cuando, la ciencia te alegra el día sin que lo esperes. Como cuando esa desconocida bonita te sonríe en la otra esquina de la barra del bar y ambos alzáis la copa a un mismo instante. El kilo, ese dictador franchute, ha sido desechado por la ciencia más solvente que, desde hoy mismo, lo ha abandonado como referencia. Será calculado en relación con la constante de Planck. (¿?) Y de ahí mi alegría. La humanidad europea ha insistido tanto en que nos sobra peso, que este mismísimo cilindro metálico alojado a las afueras de París, ha adelgazado 55 milésimas de sí mismo, fenómeno inexplicable que lo convierte en un objeto más propio de las pasarelas o de las playas de moda, que de figurar entre los anaqueles de cualquier laboratorio serio. Consideramos que los objetos no tienen vida, a la vez que suponemos que el universo está interactuado por otros universos invisibles que, sin embargo, dejan rastros en el nuestro. Tal vez, en esa ridícula dieta del kilo se halle una clave aún no descifrada de esas interrelaciones. De algún modo esa cosa ha comprendido que debía perder masa para ser admitida, a primera vista, en los salones galantes de una sociedad que no cesa de promocionar hábitos de vida poco salutíferos, pero que al mismo tiempo discrimina los kilos. Contradicciones dañinas. El kilo ha logrado adelgazar y lo han expulsado de la comunidad científica. A la vez, yo tengo un adorable amigo a quien no permitieron ingresar en la Escuela de Arte Dramático por culpa de un exceso de kilos, una persona más que dotada para la escena, y no me refiero al porno que a lo mejor también, a quien nunca le dieron una oportunidad por culpa de la mafia del kilo.
Padecemos una falta de coherencia en nuestro juicio estético. Tanta que el kilo, quizás, haya realizado un suicidio a lo samurái, o una automarginación que a mí, perdonen la falta de sensibilidad, me ha alegrado. Había reunido un odio del que nunca fui consciente hasta este dramático final de ese elemento tan engorroso para mi deambular por este planeta. Imaginen cuando vaya al médico en los próximos días. “¿Dígame, cuánto pesa?” “Yo qué sé. Utilice la constante de Plank” Además, en mi círculo de amistades, del que incluso ignoro su diámetro, no solemos hablar de ecuaciones aunque estoy rodeado por matemáticos a quienes procuraré emborrachar pronto para dificultarles el cálculo de la tal constante y así mentirles con lo tipito que estoy a pesar del trazo curvo de mi barriga que achacaré a otra interacción de algún universo que se me haya colado cuando la última copa, puesto que la justificación por desprendimiento de matriz no parece aplicable a mi persona. Otro motivo si no de euforia, sí de ausencia de preocupación, es que vivo en Málaga y aquí usamos una serie de medidas que nos permiten obviar estas excentricidades de los sistemas métricos, por más que hayamos comprobado que también tienen su corazoncito como apunta el caso del kilo. Salvo los extranjeros de más allá de Las Pedrizas, nadie pide un kilo de coquinas, por ejemplo. Un “puñao” grande si vas a ponerlas salteadas, o un “puñaíto” si es para un gazpachuelo. Después, que el pescadero aplique la constante de Plank, y la tarjeta de crédito resolverá la situación hasta el mes siguiente. La vida fluye hacia su final. Los momentos buenos se capturan al paso que, en nuestra filosofía hedonista de vida, para mí irrenunciable, se componen de bebida, comida, amistad, charlas y risas. Y entonces se presentaba la dictadura de mis kilos y sus calumnias para nublar la alegría. Váyase usted a hacer la constante de Plank. Es verdad que a todo cerdo le llega su San Martín, y en estas fechas estamos. Gracias Plank, peses lo que peses.