Infidelidad

5 Nov

Un estudio realizado por una firma de perfumes ha sondeado las causas de la infidelidad en la pareja. Aduce tal cantidad de motivos que, al final del informe, uno (al menos yo) se pregunta por qué nos obcecamos con mantener, así en convencional, el concepto de pareja si comprobamos que se trata de una de esas instituciones que se pasa el día a la busca de una llave con la que abrir la cárcel semántica donde fue adscrita en el diccionario. Cuánto magnífico sacerdote ha perdido la iglesia católica, por ejemplo, por su mantenimiento del celibato en el siglo XXI. Yo no soy católico, pero sí varón sexuado, lo que, según la investigación aludida, me convierte en posible víctima de mi propia condición humana. No sabré mantenerme lejano a las tentaciones y su abismo, que habría escrito desde una moral teísta. Considero, y piensen que esto es sólo una opinión en La Opinión antes de escoger las piedras, que el ser humano es promiscuo por su propia naturaleza de simio con insatisfacción crónica, por lo que la monogamia se incluiría dentro del terreno cultural, uno de los territorios más indeterminados y mudables que existen. Toda convención se establece casi para ser vulnerada por la condición inconformista que provocó que no permanezcamos subidos en un árbol, o junto al mismo río que nos quitó la sed como especie. Somos así, y como tal debemos reconocernos para poder juzgar nuestros actos. La pareja siempre compondrá una ecuación compleja cabalgada por dos incógnitas existenciales, y eso dificulta mucho más las soluciones que si estuviera trazada por su x y su y, como todos aquellos ejercicios que siempre me suspendieron mis profesores de matemáticas. Hoy conocemos incluso insensatos que quieren que se amplíe a más de dos, como si una o un semejante fuese poca condena. Nuestra sociedad, en general, no puede admitir una cucaracha en el plato o un revuelto de hormigas y saltamontes, del mismo modo que no soporta que un miembro de la pareja sienta deseo por otra persona.

Siempre que escribo sobre estos temas, aparece Edgar Neville para susurrarme aquella descripción suya del matrimonio: esa carga tan pesada que necesita 3 para llevarla. Yo creo que se necesitan entre cero e infinito, según los cómo, dónde y porqués. Trabajamos un montón de horas lejos de casa, viajamos, comemos fuera y los vínculos de grupo laboral enuncian un componente importante de ese sudor con el que nos ganamos el pan cada jornada. Entre el remolino de estos complementos circunstanciales es casi imposible no conocer a alguien por quien sentir atracción, y la más natural de las atracciones, la que nos negamos de entrada, la sexual. Ahí se abren varias ventanas a lo desconocido donde la relación íntima, también hija de la cultura y la convención, adquiere el colorido de las plumas de un pavo real en pleno celo. Platón habló de un mundo de las ideas inmutable, y otro cambiante de la materia. San Pablo, platonizó la escasa doctrina cristina fundada en el “ama al prójimo” y, a partir de ahí, condenó la sexualidad para occidente y sus colonias por ser propia de la putrefacción en que finaliza toda la carne. El espíritu, sea lo que fuera, carece de sexo. Una persona conoce a otra, no sé, una noche de copas y acaban en la cama por cualquiera de los muchos motivos que la compañía cosmética ya conoce. Lo que ha sido un acto en sí humano se transforma en tristeza. Aún, de modo inevitable, estamos presos por raíces ideológicas de hace dos mil años, expuestas para un mundo que ni se parecía al nuestro en sus lindes. No voy a erigirme en apóstol del poliamor, pero mirado con sosiego es tan natural, tan inevitable como que las feromonas compatibles de esa otra persona activen esos órganos que nos recuerdan que seguimos vivos. Las multinacionales lo saben y estudian estos asuntos del corazón para sacarnos dinero. Mucho menos hábiles que el capital, hemos construido una sociedad que nos aprisiona tanto con sus dictados que somos incapaces de mirarnos al espejo para confesarnos con una sonrisa sincera que fuimos felices durante esos instantes que nos concedió la vida.

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